Todo era confuso y caótico, se sentía como si estuviese atada en el ojo de un huracán. Allí veía el mundo como si estuviese hecho en escala de grises. Etéreo y borroso, podía ver ante unos ojos que no sentía como suyos un círculo de hombres cuyas vestiduras, máscaras y gorros eran todos iguales. Le costaba un esfuerzo demasiado grande concentrarse en ellos, ya que aún no era capaz de percibir el mundo más que como algo negro y envolvente. Había mujeres en el círculo, las reconoció, concentrándose mucho. Aunque se esforzase, no podía. Todo se movía y todo parecía estático. Sombras de formas inquietantes reptaban por las paredes y los techos, inmóviles, goteando su esencia por toda la estancia sobre una gran lámpara que iluminaba al círculo.
Rodeó el círculo, reparando lentamente en cada persona que lo componía, aún así, todas las caras eran la misma a sus ojos. Una cara anónima cualquiera, incapaz de decirle nada o de significar nada para ella.
¿Y ella? Es decir, tenía un concepto femenino de si misma, pero no se sentía como tal. Ni siquiera se sentía, de hecho. Intentó contemplarse a si misma, pero su figura era incluso más borrosa y amorfa que las demás, gris, con pequeños puntos de luz blanca en medio, y a la vez, cubierta de pequeñas charcas de esas sombras de alquitrán que muy lentamente parecían desarrollarse hasta cubrirse. La más grande de todas iba creciendo desde lo que parecía ser su pecho.
Abrumada, pudo sentir una pequeña llama de pánico en su interior. Sin embargo, era incapaz de reaccionar. Se obligó a si misma a concentrarse y vio las manos de esas personas. Algunas de ellas salían del círculo para tomar pequeños objetos, sinuosos y afilados de dos pequeñas mesas situadas fuera del círculo. La llama del pánico estalló, avivada por el descubrimiento de su situación: Era una sala de operaciones. Corrió hacia delante, irrumpiendo en el círculo y abrió los ojos que no sentía tener de par en par.
Lo único que vio allí fue una mancha carente de forma, de color granate que poco a poco iba perdiendo brillo y apagándose. Los médicos concentraban sus esfuerzos, pero su incomprensible murmullo era como el ruido de una televisión sin sintonizar. El caos reinante era como estar sumergido en lodo durante una lluvia torrencial. Ruidos e imágenes borrosas y desdibujadas.
Un chillido le hizo mirar a su alrededor. Lo emitían las sombras. Esos engendros espesos gemían y humeaban apartándose del techo. Era como si hubiese una zona que se abría como un río de pureza, repeliendo sus presencias llenas de rencor y tristeza, que le hacía sentirse extrañamente reconfortada. Quería saber que era eso, pero no tenía forma de hacerlo: Ni piernas para saltar, ni manos para romper el techo de piedra... Sin embargo, para confundirla más aún, empezó a flotar hacia ahí, como si algo extrañamente estuviese tirando de ella. A medida que se acercaba, mientras atravesaba por dentro un metro de hormigón y varias capas de material aislante, percibía una conversación.
- No me importa lo que vayas a hacer, simplemente hazlo si lo crees conveniente.
- ¿Me ayudarás entonces?
- No creo en esas cosas, tío, y lo sabes. Pero creo en ti. Te ayudaré. No permitiré a nadie subir aquí hasta que tú me lo digas.
- Gracias, amigo mío.
- Aún recuerdo como era esa frase: ¡Gren mwe fret! – La voz se iba alejando.
Al subir reconoció una silueta borrosa, rodeada de un aura que combinaba el rojo ardiente con el melancólico violeta. Al otro lado había un hombre, negro, corpulento e imponente. Su pelo estaba recogido en muchas trenzas, muy finas, que caían sueltas a su espalda, mecidas suavemente por el viento. Vestía un traje negro, con corbata del mismo color, y su camisa estaba manchada de sangre. Alrededor del cuello, una extraña cadena plateada pendía, con múltiples materias engarzadas en sus retorcidos eslabones.
Sus ojos oscuros la miraban fijamente, y alrededor de ese hombre podía ver el cielo abierto, gris y plagado de nubes blancas. Parecía que se encontrasen en la cima de algún sitio. Una azotea, a juzgar por los edificios situados alrededor.
- Veo que ya has llegado... – “¡Harlan!” pensó ella, incapaz de reconocer de donde venía ese extraño nombre. El hombre siguió hablando. – Perfecto. Vamos, tenemos que encontrarnos con Papa Legba. Allí veremos que se puede hacer contigo.
El hombre se puso sus gafas oscuras, giró sobre sus talones, y empezó a caminar. El mundo se volvió negro mientras el se volvía, desdibujándose la azotea para convertirse en un camino que surcaba una pradera, cubierta de césped fresco. Podía sentirlo, acariciando sus pies descalzos. Los pasos le hicieron entrar en un bosque pantanoso, donde los cantos de las aves acompañaban los siseos de serpientes y alimañas. Lechuzas de ojos brillantes la miraban, y sentía el acecho de muchos otros seres, y delante de todo, guiando sus pasos, el hombre caminaba en silencio.
Ella le seguía, a lo largo de lo que poco a poco se iba tornando una ciénaga, girando en cada recodo que él girase, saltando cada riachuelo que él saltase y pisando solo donde sus huellas estuviesen marcadas. Ignoraba por que, pero sentía que así era como debía ser. Se sentía sorprendida de verse ahora, en los reflejos de las charcas, nítidos a pesar de la suciedad de su superficie. Era ella, con su hermoso cabello dorado y liso, como hilos de luz, y sus ojos azules como zafiros. Llevaba como única prenda, un vaporoso vestido de blanco algodón, cuyo suave tacto acariciaba su piel mecido por la brisa nocturna. Se sentía plena de nuevo, al tener su cuerpo, aún con eso: Una inmensa herida roja, sangrante y profunda, justo en su pecho, sobre el lado interior de su seno izquierdo. Justo en el corazón. Aún así, no sentía dolor, y la sangre que derramaba parecía evaporarse, nada más abandonar su cuerpo. Contra toda lógica, la ignoraba y caminaba tras el hombre negro, temerosa de un mal mayor si lo perdía y quedaba abandonada en la ciénaga.
Corrió para recuperar el terreno que había perdido por ese despiste al detenerse a comprobar su estado. El bosque giraba y se retorcía a su alrededor, pero de un modo instintivo, sus pies encontraban el camino para seguir avanzando hasta llegar donde el hombre la esperaba. Era la entrada de una verja de hierro negro, antigua, oxidada y retorcida. Puntas de lanza con la forma de siniestras fleurs de Lis coronaban cada poste vertical. Delante de la verja, un camino se cruzaba con aquel que ella recorría, el cual iba directo hacia una puerta de hierro que permanecía cerrada. Allí, un anciano cuya piel de ébano estaba cuarteada como el pergamino, vestía un elegante frac de color rojo sangre, su mano estaba apoyada en un bastón y su cabeza cubierta por un sombrero de paja. Su pipa emitía un extraño humo, de olor suave y embriagador. Saludó con un leve asentimiento, al que el hombre que la guiaba respondió con una elegante reverencia. Ella se puso a su lado y saludó a su vez y con la misma solemnidad al anciano, confundida pero curiosa.
- Buenas noches, Hana-Garu. Siempre es un placer verte, al igual que al resto de tu estirpe. Los Loa agradecemos tu trato respetuoso y tu humilde servicio. – El hombre agradeció estas palabras con una segunda reverencia. – Y tu eres la joven Yvette... Un nombre precioso.
- Honorable Papa Legba, tu saludo enaltece a mi familia. Me postro ante tu sabiduría para rogarte que me permitas esta noche traspasar el cruce de caminos.
- ¡Osado eres! – Dijo el anciano, frunciendo el entrecejo. – Mucho te arriesgas, para poco ganar con ello. ¿Estás dispuesto a traspasar el cruce de caminos? ¿Y luego que harás? ¿Suplicar a Kalfu? ¿Crees que alguien apoyará tu súplica?
- Si, Papa Legba, así lo creo.
- Entonces ve, Hana-Garu, tienes mi favor, que tendrás que pagar algún día.
- ¡No!
Todos se sobresaltaron al oírla. El anciano alzaba una de sus cejas, con curiosidad, esperando una explicación que diese razón a tan grosero exabrupto, y el hombre joven con gesto horrorizado.
- ¿No qué? – Preguntó el anciano.
- Él no pagará. ¡Yo seré quien quede en deuda con usted!
- ¡No puede ser! – Sentenció el anciano. – No estás en situación de contraer deuda alguna, pues nada te queda ya para pagar.
- Papa Legba, os ruego que me permitáis explicárselo...
- Ve, Hana-Garu. Habla con ella.
El hombre se la llevó aparte, y entonces ella reparó en que sus ropas no eran ya los mismos. Sus duros y ásperos zapatos del uniforme de Turk se habían vuelto lustrosos y brillantes, y su traje negro era ahora un elegante frac. Sin embargo, de este solo llevaba los pantalones y la chaqueta, esta última abierta, mostrando su musculoso pecho.
- Yvette...
- ¿Hana-Garu? – El hombre sonrió, como si el mero hecho de reconocerle fuese un gesto propicio, y más aún conservando el ánimo de bromear aún en esta situación. Sin embargo esta vez ella no pudo ver en su sonrisa los rasgos de su impaciencia agresiva, o de su abierto sentido del humor.
- Yvette, pequeña... Creo que no sabes donde estás. – Ella iba a interrumpirle, como solía hacer, para decir algo sarcástico, pero lo que llegó a sus oídos la conmocionó. – Este es el otro mundo.
- ¿El otro mundo?
- Así es. Esta es la forma que tiene la vida tras la muerte.
- Pero... No he muerto.
- No, es cierto, pero no tardarás en hacerlo. La herida de tu pecho es demasiado profunda, y ha alcanzado tu corazón, rompiendo además tus costillas. En estos momentos estás siendo operada de urgencia, pero no se espera que salgas de ahí. La sangre se acumulará en alguna cavidad coronaria, atascándola y provocándote la muerte. Si logran evitar eso con drenaje, probablemente te desangres.
- ¿Y tu?
- Inagerr es la forma en la que un torpe oficial de inmigración pronunciaba Hana-Garu. En mi familia, los primogénitos nos entregamos al sacerdocio: Convertirnos en houngan, además de nuestros trabajos normales. He guiado a miles de almas al otro mundo, conversado con los dioses y visto con mis propios ojos la tierra de la tumba donde yo mismo habré de descansar algún día.
- Y... Has venido a guiarme, ¿verdad?
- Puede ser, pero esa no es mi principal intención. Si Papa Legba, el anciano que guarda el cruce de caminos, nos permite pasar, habremos de encontrarnos con el Barón, y si él nos deja seguir adelante, habrá que suplicar a Kalfu que no envíe maldiciones de vuelta.
- Harlan... No quiero que vendas tu alma por mí.
- ¿Alma? – Sonrió su compañero. – Los Loa no son el demonio, pequeña. Son benévolos o malévolos, pero todos son dioses, y están en su derecho a ser así. Están dispuestos a acceder a nuestras súplicas si se les dan motivos, pero reclamarán favores a cambio, y en mi familia es tradición que sea yo, el houngan, quien cumpla con esos favores.
- ¿Por qué no puedo ser yo? ¿Por qué tienes que dar la cara por mí en esto?
- Porque tu eres la muerta, Yvette, y los muertos no pueden cumplir favores. – Ella suspiró, desolada ante esa respuesta. Si ya estaba muerta, ¿de qué pretendía salvarla Harlan? Esto no parecía infierno alguno, y su concepción de la otra vida era muy distinta a la que se había encontrado.
- Así que esto es lo que hay después... – Dijo, suspirando de nuevo.
- Para mí si. – La respuesta formuló nuevas preguntas en la mente de la joven, pero el houngan se anticipó a ellas. – Yo he elegido adorar a los Loa, y seguir su camino, y este es el mundo que me espera al otro lado. Para los demás, quizás haya otras cosas, o quizás no haya nada. Depende únicamente de ellos. Los Loa, en el fondo, no son más que una de las muchas manifestaciones que toma el espíritu del planeta.
- Y entonces... ¿El planeta...?
- No. – Interrumpió el houngan. – Si esto sale bien, te dedicaré el tiempo que necesites para entenderlo, y si no lo descubrirás por ti misma. Hay que hacer las cosas ya.
Yvette murmuró un vago “tienes razón” como respuesta, pero su mirada parecía perdida. A Harlan no le dio tiempo a reaccionar, cuando ella lo esquivó de un salto y se lanzó corriendo hacia el anciano Loa. Harlan corrió desesperado.
- Honorable Papa Legba. – Empezó ella, antes de que el sacerdote pudiese detenerla. – Esta es mi postura: Aceptaré que Hana-Garu se someta a vuestra voluntad, con la condición de que si tengo yo ocasión de devolver este favor en su lugar, se me conceda el derecho. – El viejo sonreía astuto, y Harlan pensó que debería haberse dado cuenta de que el Loa sabía de antemano lo que iba a suceder, y que conociendo a Yvette, él también debería haberlo sabido.
- ¿Eres capaz de imaginar si quiera las obligaciones que una deidad del inframundo te reclamará? – Preguntó Papa Legba, dispuesto a medir la osadía de la joven.
- No, pero aún así, no soporto la idea de que otro se sacrifique por mí.
- Hana-Garu ya se está sacrificando, niña... ¿No lo ves?
- Si, lo veo. Y le ayudaré en todo lo que pueda. Si sobrevivo, también haré lo posible por agradecerle lo que está haciendo ahora.
- Entonces me gustará ver como lo haces, niña... Adelante.
Cuando las puertas se abrieron, una niebla espesa surgió en su interior. Yvette pareció dudar un instante, pero Harlan avanzaba decidido y tranquilo. Fiel a su costumbre de no echarse atrás allá donde otros no lo hiciesen, siguió a su compañero, temerosa. La niebla era húmeda al tacto, y producía una desagradable sensación de ceguera opresora e incapacidad de movimiento. Sus pies seguían notando la hierba húmeda, pero sus oídos ya no sentían los reconocibles ruidos del bosque, sino desagradables susurros y carcajeantes voces, con un tronar percusivo de fondo.
- ¿Oyes mi voz, Yvette? – Preguntó Harlan, reconociéndolo esta apenas un par de pasos ante él. Sin embargo, era incapaz de verlo.
- La oigo. Oye, ¿que significa eso de Hana-Garu?
- Mi nombre. ¿No recuerdas? Inagerr. – Explicó su voz profunda con una carcajada.
- Es muy raro que te de por reírte aquí, con todos esos sonidos y esta niebla. – Respondió ella haciendo una mueca de desagrado.
- No pongas esa cara...
- ¿Cómo puedes verme? – La sorpresa fue mayúscula.
- Este es mi mundo, niña. Al fin y al cabo, yo soy el Houngan. Los tambores son música alegre, de danza y festejo, y los susurros son los otros celebrantes, con los que debemos ser igual de respetuosos que fuimos con Papa Legba.
- Oye, Har, soy rebotada, pero no estúpida... – Su compañero y guía se abstuvo de dar más respuesta que una carcajada.
De repente, Yvette chocó con algo. La asustó, pero cuando alargó la mano para tocarlo, vio que era Harlan, que se había detenido súbitamente. Él estiro uno de sus brazos hacia atrás, buscando la mano de su compañera, y al encontrarla la trajo a su lado y la obligó a inclinarse en una nueva reverencia.
- Os saludamos, señores de Radá, Petro y de Ghédé. – Dijo, recuperando su solemne tono de sacerdote. De entre la niebla se oyeron tres voces. Una era femenina y musical. Otra era masculina y hosca. La última fue una carcajada oscura que resonó en todo el lugar, pareciendo no venir de ningún punto concreto.
Ante los asombrados ojos de Yvette, la luz de la luna se abrió paso, disolviendo la niebla con su contacto. No creía haber caminado más de un par de centenas de pasos, mas ante sus ojos se desplegó un enorme cementerio, antiguo y por ello aún más tétrico. Sus lápidas multiformes eran de piedra gris, cubierta de musgo, y entre ellos se alzaban algunos esbeltos sauces, poco cubiertos con hojas y mecidos por un viento infernal que les hacía retorcer sus flexibles ramas en retorcidas formas. Ocasionales rayos la cegaban, iluminando parcialmente el siniestro escenario, mientras el ruido de tambores experimentaba un cescendo retumbante. Por ningún lado se veía a los extraños músicos que tocaban esta danza macabra, pero sus bailarines estaban por todo el cementerio. Extrañas parejas de baile, o grupos de más personas se movían al ritmo de la percusión, de forma caótica y continua, entregados a la fiesta. Su danza era insinuante, y extrañamente mórbida en más de un sentido. Yvette seguía inclinada en su reverencia, mientras que Harlan ya se había alzado para hablar. Ante él se alzaban una hermosa mujer de piel oscura y larga melena azabachada que se derramaba sobre sus hombros y espalda, casi arrastrándola por el suelo. Estaba ataviada con un vaporoso vestido de nívea gasa transparente que realzaba cada detalle de su perfecta figura. Un cinturón de plata y perlas le ceñía el vestido a la cintura, y sendas pulseras de oro remarcaban la delicadeza de sus muñecas. A su lado, un anciano permanecía erguido. Era exactamente igual que Papa Legba, pero a la vez totalmente distinto. Su rostro estaba retorcido en una mueca de desagrado, la chispa de su pipa emitía desagradables destellos rojizos cada vez que chupaba de ella, y sus manos sostenían firmemente su bastón, con el mismo inflexible puño de hierro que imponía su voluntad, tanto en este mundo como en el reino mortal.
- Erzulie, hermosa como el rocío del amanecer y las llamas del ocaso, te saludo. – Dijo Harlan con una reverencia, seguida de otra al anciano. – Kalfu, señor que guarda el cruce de caminos, te muestro humildemente mi respeto.
- Se bienvenido de nuevo, Hana-Garu. Tus servicios nos son gratos, y tu presencia da vida a nuestra fiesta. – Dijo Erzulie, con una voz que sonaba musical como el canto de los pájaros en la brisa, y fresca como una cascada en medio de una selva virgen. Por su parte, el anciano se limitó a emitir un gruñido de desagrado. – Se bienvenida tu también, Yvette Marie Giulianna Luise de Castellanera e Bruscia.
- Gracias, madamme Erzulie. – La Loa se mostró complacida con el título, pero inmediatamente se giró hacia Harlan.
- Hana-Garu, querido... Creo que soy capaz de ver por donde va esto. – Dijo señalando de forma grácil con su índice hacia la herida abierta de la muchacha. – Es injusto que tu, un houngan, nos pidas que perdonemos una vida.
- No hay que perdonar nada, mi señora. – Replicó el sacerdote-brujo. – Solo no reclamarlo, mientras los médicos hacen su trabajo.
- Eso se puede decir de muchos otros, y sin embargo han venido igualmente. ¿Por que debería hacer la excepción con esta?
- ¡Porque es como vos, mi señora! – Exclamó Harlan, aferrándose al argumento.
- Es joven y hermosa, cierto. Y ciertamente coqueta, pero aún así, esos argumentos no son suficientes. No puedo creerlo, Hana-Garu. Sabes que si tu ruego no nos complace, volverás acompañado de las atenciones de Kalfu, ¿no es así? – Yvette no necesitó preguntarse demasiado para saber que todo aquello en lo que el anciano Loa estuviese metido sería necesariamente malo. La retorcida sonrisa que el anciano le dedicó a su guía no hizo sino acentuar esa certeza.
- Yvette, díselo tu...
- ¿Lo que? – Preguntó la joven, perdida y desesperada.
- Háblame de ti, querida. Dime que tenemos tanto en común para que yo deba permitir que vivas el tiempo suficiente para que los cirujanos salven tu vida.
- Yo... – Empezó dubitativa. – Sigo sin saber que decir. Si tengo que expresar lo que tenemos en común vos y yo, madamme, es simplemente lo dicho por Harl... Por Hana-Garu. Me considero guapa, y se seducir a los hombres. Me gusta provocarles y vestirme de forma que atrape sus miradas. Juego con ellos y los seduzco. Incluso fui animadora en el instituto... – A Harlan le costó seriamente reprimir una carcajada, pero desde luego no era el mejor momento.
- Y es cierto, pequeña... Represento la belleza, pero también la compasión. Fuiste una hermosa animadora en el instituto, pero también fue ahí donde tu camino se acabó de truncar. Si ya entonces eras cruel con los que considerabas tus inferiores, te volviste desconfiada con lo sucedido entonces. No hace mucho, despreciabas a gente que ahora admiras, y no hace mucho insultabas a cualquiera por el mero hecho de cruzarse contigo. De hecho, aún lo haces, de vez en cuando. Donde yo soy compasiva, tu eres salvaje. También ambas somos guerreras, pero donde yo soy protectora, tu eres agresiva. Yvette, cariño. Te quiero, como a todas las mujeres enamoradizas y bellas, pues todas lo son igualmente a mis ojos, pero Hana-Garu se equivocó al acudir a mi.
Cuando la joven agente hubo finalmente digerido esas palabras, alzo sus ojos llorosos y dedicó una mirada a Harlan, que se la devolvía pesaroso. El houngan parecía desear perderse, pero la encaró, listo para escuchar lo que fuese que ella le quisiese decir. Sonriendo en silencio, Yvette le tomó la mano con las suyas y la acarició suavemente, mientras el pesar quedaba cada vez más marcado en el rostro del guía. Yvette solo recordaba a Harlan tan deprimido aquella noche que fueron en busca de Scar para reincorporarlo al servicio activo. Su ancha boca estaba entreabierta, con una disculpa a medio brotar, y sus ojos, esta vez bien visibles, sin sus gafas de sol, eran dos oscuros pozos de pesar, rodeados de blanco perlado plagado de vetas rojizas. Harlan había fallado, y le dolía no haber podido salvar a su compañera, que había puesto su fe en él para que la salvase.
- Gracias, Har... – Dijo ella. – No me creo que hayas hecho esto por cualquiera.
- No lo logré... – Respondió con un murmullo, incapaz de forzar el nudo que se había formado en su garganta. Al verlo así, Yvette sintió verdadera compasión por su compañero... Su amigo. De los pocos que le quedaban. Nunca creyó que el tosco grandullón que le había hecho la vida imposible en su primer día fuese a venir al otro mundo a intentar salvarla, y mucho menos, que el fracaso le dolería tanto. – ¡No pude, y te juro que lo siento muchísimo!
- No lo sientas por mi, Harlan. Más lo siento yo por ti. No confío en ese anciano... - El sacerdote contenía su dolor, pero Yvette lo dejó ir, llorando tristemente, mientras acariciaba la negra mejilla de su amigo. - Por favor... No quiero que te sientas así. - Suplicó entre sollozos, pero el sacerdote bajó la mirada.
- Nadie confía en Kalfu, salvo para saber que siempre cumple sus promesas. – Dijo él sonriendo con tristeza, besándola en los párpados para secar sus lágrimas. – Pero aún así se le respeta por lo que es. Debo cumplir mi palabra con él, como sacerdote y como hombre, niña... Y tu debes aceptar lo que te toca. Debes...
Harlan iba a proseguir, pero antes de que pudiese seguir hablando, los brazos de su compañera se cerraron en torno a él. Respondió al abrazo, levantándola suavemente del suelo. Era todo lo que podía hacer por ella: Llevarla hasta aquí y depender de la voluntad de seres más allá de la lógica mortal para que se salvase. Por desgracia sus argumentos no habían sido suficientes.
- Ambos debemos aceptar lo que nos toca... – Harlan rompió el encanto. Ella asintió entre sollozos, y lentamente soltó a su compañero. Entonces este se giró para encarar a Kalfu, y para su sorpresa, el anciano ya no estaba allí, ni tampoco había rastro alguno de Erzulie.
- ¡Maldita sea! ¿Dónde mierda...? – Con esta exclamación, Yvette retomaba en parte su verdadera naturaleza, despertando una siniestra carcajada a espaldas de ambos.
Cuando se volvieron, al unísono, había un único hombre erguido ante ellos. Era muy parecido a Harlan: Joven, atractivo y siniestro, de piel muy oscura y sonrisa muy blanca. Vestía unos pantalones negros, zapatos brillantes y un chaqué oscuro como la noche. Su pecho estaba pintado con las curvas formas de una caja torácica, sus manos estaban cubiertas de pinturas de falanges blancas y huesudas, y sobre su rostro habían perfilado una sonriente y siniestra calavera. Era calvo, y en la mano llevaba un bastón con un esqueleto en el pomo, y sobre la cabeza un alto sombrero de copa con gran elegancia. El grave y retumbante sonido de su carcajada iba creciendo en intensidad, a medida que los invitados en ese reino intentaban superar su estupor. Mientras que Yvette seguía confundida, Harlan logró reponerse y hablar.
- Mi señor de Guédé, el Barón Samedí... – Dijo entre dientes el Houngan, en medio de una reverencia. - ¿Cómo no lo supuse?
Al día siguiente, Yvette se despertó. Allí estaba Harlan, durmiendo en la silla dedicada a las visitas. En su mano pendía la extraña cadena de la que colgaban sus materias, e Yvette se sorprendió a si misma reconociendo algunos de los símbolos que la decoraban. El ruido que la hizo retomar la conciencia fue el irrumpir de la familia de su compañero en la sala, acompañada de su amigo “Scar”, cuyas ojeras habían disminuido, aunque no así su aspecto de cansancio en general. Por último, fue Svetlana quien entró en la estancia para saludarla.
Por lo que ella descubrió más tarde, su familia había enviado un ramo para felicitarla por su recuperación. Este aún permanecía a un lado de la cama, en el suelo, con su tarjeta aún sin leer. Ella sabía que la dedicatoria la habría inventado la florista de turno. Sin embargo, su familia, la que de verdad se comportaba como tal, la estaba visitando ahora mismo. Ninguna deuda, sin importar con quien, era demasiado cara para no verse compensada por esto.
miércoles, 16 de abril de 2008
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11 comentarios:
C'est fini!
Y en francés lo digo, para hacerlo un poco más haitiano.
Como es evidente, me he inspirado en el vudú, para profundizar un poquito en Yvette y Harlan. Si: He hecho una resurrección (como marvel, pero espero haber sido un poco más hábil). Espero que os haya gustado el giro de los acontecimientos. Este era el malevolo plan cuando le pedí a Astaroth que se cargase a Yvette (aunque no entiendo como no preguntó porqué).
Roxas ya puede respirar tranquilo. XDDD
Por lo demás, he intentado hacer este relato muy visual, muy descriptivo, aunque la parte final quizás necesite algún repaso. Ya lo retocaré, pero estoy falto de sueño y no quiero pedir extensión, ya que deseo que Azoteas retome su fluidez habitual.
Espero vuestras opiniones
Y yo escuchando una canción que reza "I'm aliveeeeeeeeeee" XDDDDDDD
Me ha gustado mucho, destila "magia" (por pijo que pueda sonar), es muy etéreo y bien descrito por lo que puedes ver la escena perfectamente en la cabeza, también me parece elegante de alguna manera, no sé exáctamente cómo explicarlo. La sensación en general es como de acción contenida, tranquila. Francamente, tengo ideas y sensaciones pero no soy capaz de ponerlas por escrito.
Genial relato.
Pues la verdad, no lo pregunté porque no creí necesario hacerlo, siempre pensé que ibas a tener un plan con todo esto xDD. Lo que no sospeché es que Yvette sobreviviría, y eso es un punto menos para mi pequeña bestia:
Tigre 0
Tombside -1
Ahora pueden reconocerle, con lo cual Tombside va a tener que andar con mucho más ojo. Ya había dejado a un turco con vida tras la trampa, y ahora Yvette ha sobrevivido... Mucho fallo ha tenido el chiquitín xDD.
Y nada, sólo queda que yo revise mi relato, pero ya lo dejaré para este fin de semana, cuando ya no tenga muchos exámenes y pueda tomármelo con más calma. Es jodido hacer ese tipo de relato en menos de un día y fuera de plazo xDD
PD: No es Roxas, es Rokhsa xDD
Por cierto, que lo había olvidado: Pagaré una cerveza al primero que me diga a cuantos Loa (espíritus vudú) hace referencia el relato.
Podéis informaros, via internete, que es de donde saqué yo toda la info.
Y ya que estamos, que os parece ahora Harlan?
Cómo cuántos espíritus? Si no se me han olvidao las matemáticas has nombrado a 4, pero we, fijo que hay alguno escondido por ahí.
A to esto, ya puestos en lugar de meter el vudú podrías haber aprovechado a la tribu Gi y darles más trasfondo XD de todos modos no es una imposición ni nada,es que leyendo el relato me acordé de ellos :3
Haberse cargado a Yvette tan pronto habría sido un desperdicio ·3·
Pues yo he contado unos 7, usando el "Good Cuber's Eye", y basándome un poco en los nombres... Pero vamos, que ni idea.
Wikipedia, bastardetes!! Estudiad!! Estudiad!!
Ahora Harlan me resulta muy extraño... Ya sabía que tenía alguna relación con el vudú(curso de escritura, a ver si un día lo continuamos); pero no hasta tal punto.
He estado wikificando, y me salen 4... A menos que alguno se equivalga con otro. Barón Samedí, Eirzule, Kalfu y Papa Legba. Porque escondido no veo a ninguno, y eso que estoy buscando.
¿Ahora Yvette es un zombi? Ñejejejejerl... Maquinación en progreso.
Aire fresco para Azoteas. Eso siempre está bien, porque al menos aquí no ha muerto nadie y no he visto la mierda brotando de cañerías polvorientas. Bravo.
Y a mí me parece que han aparecido cinco dioses o espíritus.
Premio parcial para Kite, pero quien es el 5º? Mirad a ver si encontráis alguna frase que quede rara.
Nombres!! Quiero nombres!!
PD: Kite, me alegro de que te gustase como se llevó todo a cabo.
PD2: No, no es una zombie. No fue levantada como tal, sino que se la mantuvo con vida mientras los cirujanos la parcheaban.
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