Las burbujas ascendían por el tubo lleno de un líquido de extraña densidad, de color verde azulado con toques blanquecinos. Los ojos le pesaban mucho, pero incluso entrecerrados estos le permitían observar a través del cristal una estancia cubierta por una hilera de los mismos cubículos, todos llenos de formas extrañas y del mismo líquido verdoso.Enfrente de esa fila, otra; llena de mesas con ordenadores y montones de papeles. Solo una, la mesa situada enfrente, se encontraba con un hombre trabajando.Todo el cuerpo le dolía. No sentía ninguna parte de su cuerpo, y sin embargo todo su cuerpo estaba dolorido. Era una sensación extraña.También sentía mucho frío. Su cuerpo estaba desnudo, y cubierto de algunos cables y placas. No. Su cuerpo no estaba cubierto por cables y placas. Estaba unido al metal. Asustado, comenzó a agitarse. Un fuerte sonido traspasó sus tímpanos, y se desmayó nuevamente.
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Se despertó súbitamente, al notar que algo se le clavaba en las costillas de su costado izquierdo. Repentinamente, dio un salto, inspirado por el gran olor de la basura y los animales muertos que llegaba de ese vertedero.El lugar, desolado, era una mezcla de cementerio de animales muertos y almacén de residuos del laboratorio de Shin-ra. Aquella montaña artificial, en concreto, se encontraba formada por montones de animales, bestias muertas e incluso algún cadáver de aspecto humano.Le dolía mucho la cabeza; esta parecía a punto de explotar. Poco a poco, comenzó a generar recuerdos:“Mi nombre es Edward Lambert, soy cazarrecompensas. Odio al complejo Shin-ra.”“Dos hombres vestidos de negro me atacaron en el cementerio, cuando iba a visitar una tumba… No recuerdo muy bien de quién era la tumba, pero uno de los hombres habló de un asesinato. Poco después, mientras uno de ellos ardía, el otro me golpeaba y me llevaba arrastrando al coche”“Unos hombres con bata me sujetaron fuertemente a una camilla, mientras decían algo acerca de la materia y un gran avance en el desarrollo militar…”“Ylsiv”Con la cabeza más despejada, Edward comenzó a descender por la ladera de la montaña de desechos, teniendo especial cuidado en no tropezar y caer sobre algún hierro oxidado o sobre alguna aguja de inyección que contuviera restos de los experimentos de los científicos. Mientras bajaba, su cabeza aun seguía dándole vueltas al asuntos de Turk, su captura y el por qué había despertado en aquel montón de mierda experimental. ¿Acaso no había dicho el gigante de negro que iba a ser carne de cañón en los experimentos de algún desquiciado? ¿Se habían desecho de él, creyéndole muerto? Eran demasiadas preguntas, y el no tenía respuestas a ninguna.El lugar era una verdadera pocilga. La experimentación había tenido tan poco respeto, que había comenzado a adaptar el destruido sector 7 para ser el vertedero de la ciudad. Una pequeña área, vallada y sin vigilancia, era lo único que cubría esos errores de pruebas empíricas, producto de teorías absurdas.Escalando el vallado, consiguió salir del recinto. Con marcha lenta, comenzó a avanzar hasta el sector 5. Se escondería durante una buena temporada en su pequeño piso, hasta que pudiera volver a salir. Quizás tuviera que cambiar de residencia, e incluso tuviera que conseguir una tarjeta de identidad falsa del mercado negro: todo para evitar ser localizado.Era de noche, y su paso había comenzado a acelerarse. Ningún suburbio era seguro, pero el sector 7 era especialmente peligroso en comparación con los otros. Cuando ya había comenzado a correr, notó un fuerte dolor generalizado, en todo su cuerpo, que le impedía avanzar con suficiente velocidad. Afortunadamente, cerca de allí se encontraba el Hospital Central de Midgar. Si lograra entrar sin ser visto, podría robar algunos botes de tranquilizantes para mitigar el dolor, y quizás pudiera conseguir algún pase de identidad sin recurrir a mafiosos y estafadores. Lamentaba tener que hacer todo eso, pero el riesgo de no hacerlo era su cuello, mientras que las consecuencias de sus actos solo acarrearían una sanción económica y una reprimenda de algún directivo.Avanzando, decidió entrar por la puerta principal. “Sería muy sospechoso si entrara por otro sitio” pensó acertadamente Edward. Al tiempo que entraba, tres camillas con personas enfundadas en sus chándales entraban por la puerta de urgencias médicas. Edward aprovechó la ocasión de entrar y colarse rápidamente en una pequeña consulta vacía, sin fijarse cual era, mientras todo el mundo observaba a los heridos. Rebuscando, no pudo encontrar nada salvo unos palos de madera para observar gargantas y unos libros para colorear. Cogiendo una bata, salió de la consulta de pediatría, al mismo tiempo que entraba un hombre con todo el cuerpo cubierto de balas. Acordándose de su buen amigo Stevenson, Edward chocó con una doctora:-¡Mire por dónde va! Podría fijarse un poco, maldito novato. – Maldijo la doctora mientras se encontraba tirada en el suelo. Su carpeta había caído, y un bolígrafo de cristal que llevaba en el bolsillo de su bata voló por los aires, rompiéndose al caer estrepitosamente en el suelo.-Lo… Lo siento, señor… Quiero decir, doctora. Déjeme que le ayude a levantarse… - Dijo atropelladamente – Permítame ayudarla a levantarse. Yo…Al instante, enmudeció. La joven era una bella muchacha, con una edad aproximada a la suya. Su larga melena rubicunda llegaba hasta la mitad de la espalda, y sus ojos azulados se situaban tras unas gafas de ligera montura metálica. Tenía un precioso collar con una pequeña piedra preciosa de color rojo, y un precioso par de grandes pechos cubiertos por una camiseta azul celeste que realzaba su figura. Edward quedó sorprendido al verla, cosa que ella notó al instante y la hizo enrojecer.-Bueno… Tenga más cuidado la próxima vez… Soy la doctora Martha Kallalder, encantada.La doctora se giró sobre sí misma, lanzando una última mirada a Edward y se dirigió a una pequeña puerta sobre la cual un cartel rezaba “Solo personal auxiliar y de servicio”.Edward quedó un rato mirando, y cuando ella se marchó, él solo pudo levantar un brazo e intentar en vano que ella esperara.Edward no podía dar crédito a sus ojos. Cogiendo unos botes de calmantes, y unas cuantas inyecciones de morfina que había en la sala de enfermería, comenzó a correr a la desesperada. No podía creerlo, había pensado que ella estaba muerta. “Pero puede ser otra persona… Ella murió delante de tus ojos…”Sin prestar atención a dónde iba, Edward chocó nuevamente con una persona. Solo que esta vez quien cayó al suelo fue él.-¡Maldito hijo de puta! ¡Has tirado mi bebida! Ahora mismo me vas a pagar un nuevo cubata de ron, cola y “chocobo negro”, y me vas a dar todo tu dinero, y me vas a dar tu sangre, y te vas a llevar la mayor paliza de tu vida.El hombre, era un calvo grandote embutido en una gigantesca chaqueta de cuero cubierta de pinchos, cadenas y balas de gran calibre. Unido a ello, un enorme pantalón vaquero, lleno de rotos, descosidos y manchas oscuras, daban paso a unas botas metálicas. A su lado, un enorme perro negro de aspecto siniestro gruñía y babeaba, sujeto por una correa de hierro ennegrecido. El hombre, con los ojos cubiertos de ojeras, parecía bastante enojado, seguramente debido a la droga.-Perdona, ni siquiera te había visto…Pero nunca llegó a acabar la frase. Edward recibió un fortísimo puñetazo en el lado izquierdo de la cara, que le derribó. El gigantesco bruto soltó a su perro, el cual se abalanzó sobre Edward.Edward, aun tumbado, notó la baba caliente y el fétido aliento del sabueso en su cara. Levantando sus brazos, intentó sujetar las fauces del sabueso, las cuales se abalanzaban sobre su garganta. A pesar de todo el entrenamiento del cazarrecompensas, se encontraba debilitado y cansado, y el perro era bastante grande y musculoso. “Ojalá tuviera mi materia, así podría reventar a este chucho…”Y, al instante, el perro reventó.Cubierto de sangre, Edward no podía dar crédito a lo que veía. A pesar de no tener su materia Fuego junto a él, el perro había ardido desde el interior, dilatando sus gases y provocando una explosión. ¿Le habría ayudado alguien?No tuvo tiempo de girarse a mirar; su brazo chorreaba sangre y un dolor punzante le atravesaba el brazo.Una enorme navaja se retiraba, mientras el macarra gritaba de ira y alguien proclamaba “¡Pelea! ¡Pelea!”. Al instante, un corro de mirones, prostitutas y más bandidos rodearon a los dos combatientes y a los restos del can caído.El hombre calvo era muy fuerte, posiblemente por el efecto de alguna droga o estupefaciente. Si al menos tuviera aquí su materia Golpe mortal, podría equilibrar las cosas. Pero cuando Shin-ra le captura, perdió las dos materias que llevaba encima. Ahora solo le quedaba su habilidad, y su fuerza.El gigantesco hombre volvió a lanzar otra puñalada, esta vez directa a la cabeza. A pesar de toda su musculatura y su fuerza, el grandullón era lento en comparación con Edward, dándole así una ventaja. Esquivándole, rotó sobre su lado derecho; tras lo cual agarró de la manga de la chaqueta y golpeó.Unas gotas de saliva y sangre salpicaron sobre el asfalto.Sujetándose el costado derecho, el macarra se limpió la sangre de la boca con la lengua y lanzó un rugido, mezcla de ira, dolor e impaciencia. Volviendo a la carga, esta vez centró su puñalada en el corazón.Pero esta vez, no fue Edward lo suficientemente rápido. La puñalada acertó en su brazo izquierdo, justo debajo del hombro. Ahora tenía los dos brazos heridos, y apenas podía moverlos. Recibiendo un fuerte puñetazo en el estómago, cayó al suelo rodando, hasta detenerse contra el cuerpo sin vida del perro. Sangrando en abundancia, y casi sin conocimiento, Edward no sabía que hacer… Solamente deseaba que aquel indeseable muriese repentinamente.-¿Unas últimas palabras, pequeño hijo de la gran puta?-Sí. Ojalá te mueras aquí mismo, maldito bastardo. ¡Así revientes!Y dicho esto comenzaron los dos a reír. Uno reía del placer de matar, el otro reía porque no le quedaba otra cosa.Fuego. La chaqueta comenzó a arder, los pantalones comenzaron a arder, incluso la navaja emitía un fuerte destello anaranjado. Todo el cuerpo del bandido comenzó a arder espontáneamente. Entre gritos, empezó a rodar por el suelo, intentando apagarse, cuando su cuerpo dejó de moverse y estalló en un mar de llamas.Todo el mundo comenzó a gritar y a correr: unos de miedo, otros por las quemaduras de la explosión. Edward no comprendía quién le había ayudado… Pero comprendía que podía haberle ahorrado todos esos golpes y magulladuras.“¿Y si hubiera sido… Ella?Sonriendo, abrió un bote de calmantes y comenzó a caminar con paso lúgubre, directo a casa.
domingo, 25 de noviembre de 2007
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