Soy Han.
Han, “La Muerte”.
Me han dado ese apodo por ser el
perseguidor más duro de todo Midgar.
Partimos de una premisa simple: Dos
tíos con gran ego tienen coches rápidos, pero solo uno puede ser el
mejor, así que compiten.
A veces, salen a la vez y el ganador es el primero en llegar a la meta. Cuando el circuito es demasiado difícil para eso, uno será el escapista, y otro será el cazador.
Y nunca es un circuito. Siempre es una carretera. Un tramo secundario, medio abandonado y mal conservado, oculto en lo más hondo de la placa.
A veces, salen a la vez y el ganador es el primero en llegar a la meta. Cuando el circuito es demasiado difícil para eso, uno será el escapista, y otro será el cazador.
Y nunca es un circuito. Siempre es una carretera. Un tramo secundario, medio abandonado y mal conservado, oculto en lo más hondo de la placa.
Y siempre es difícil.
Yo persigo, o más bien, perseguía.
He hecho una pequeña fortuna en estas
pequeñas apuestas, despojando a mis oponentes de su dinero y sus
coches. Obligándolos a volver a casa a pie, llenos de rabia y
sensación de derrota. He gastado una gran fortuna en perfeccionar mi
propio coche.
Hasta que lo vendí, voluntariamente.
Solo para conseguir las piezas del coche definitivo.
Muchas veces me he sentido como el
guitarrista más rápido de Midgar, pero sé que no lo soy. Igual que
sé que si soy el piloto más rápido de Midgar.
No importa el tipo de vehículo: Nadie ha sido capaz de atrapar al pájaro.
No importa el tipo de vehículo: Nadie ha sido capaz de atrapar al pájaro.
Cuando persigo, siempre recuerdo mi
infancia. Recuerdo correr contra un amigo y perder. Ambos
imaginábamos una situación que nos motivase a correr más y nos
lanzábamos, cruzando la calle a la carrera, tan rápido como
nuestras piernas y pulmones nos dejasen.
Siempre perdía. Me preguntó en que pensaba y le dije que me imaginaba perseguido por un lobo. El lobo más grande, oscuro, violento, terrible y hambriento que pudiera haber existido nunca, y viene a por mí.
Mi amigo se rió.
Siempre perdía. Me preguntó en que pensaba y le dije que me imaginaba perseguido por un lobo. El lobo más grande, oscuro, violento, terrible y hambriento que pudiera haber existido nunca, y viene a por mí.
Mi amigo se rió.
“Yo me lo imagino siendo yo el lobo”.
Mi amigo murió a los veintiuno,
atropellado por un coche. Lo echo mucho de menos.
Yo era el lobo.
Por encima del miedo que te ataca en
cada curva, en cada luz en el carril contrario, en cada cambio de
rasante o en cada tramo sin visibilidad, existen fuerzas más fuertes
que dominan a ese miedo. La ambición, la ira, el orgullo... El
Hambre.
Ahora soy escapista.
Mi coche ya no es la muerte. Es el
Pájaro. El Pájaro plateado de libertad.
Y nada puede atraparme. Me siento más
vivo que nunca.
Sé que hay un lobo detrás de mí,
pero no puede cogerme, y cada segundo... Cada paso sobre ese bosque
imaginario, cubierto de nieve medio derretida, oscuro y lleno de
negros árboles, es la plenitud de la vida misma.
En los últimos meses de mi vida, he colaborado con una célula terrorista. He encarado experimentos de Shin-Ra. Experimentos humanos. “Experimentos” a los que habré llamado alguna vez “amigo”.
He facilitado la huida de gente que ha cometido auténticas masacres. He causado el caos entre mis perseguidores, he provocado accidentes, y, simplemente, ignoro que habrá sido de la gente implicada. Si son civiles, lo siento. Pero no miro atrás.
No soy una buena persona, ni una mala
persona. Simplemente soy rápido. Y solo tengo una vida.
Y la vida, es esa cosa que empieza a
partir de las tres mil quinientas revoluciones por minuto y acaba con
la muerte.