- No puede ser tan sencillo. - Érissen mostraba signos claramente visibles de preocupación. Ver a apenas diez metros a la mujer que casi había logrado con viperinas palabras que alojara la única bala del cargador de su Aegis Cort entre el lóbulo parietal y occipital de su cerebro le había trastornado. Este sentimiento de miedo se entremezclaba con uno que cada vez se iba haciendo más potente: Ira. Esa mujer trabajaba para aquellos que mataron a Sarah, y recordaba perfectamente como se jactaba de lo horrible que fue su muerte.
- Relájate Érissen. No pueden hacernos nada en este centro comercial con tanta gente de por medio. Por eso mismo escogimos este sitio, ¿Hai? – Aang entendía la inquietud de su amigo. Cuando ella era líder de un gran número de tropas durante la guerra de Wutai tenía que enfrentarse constantemente a los miedos que sus hombres tenían. No faltaban en la historia bélica casos de soldados que debido a la presión y al miedo a la muerte se volvieron paranoicos y dementes y acabaron apretando el gatillo demasiado rápido, descubriendo así su posición y ocasionando grandes bajas en su propio bando. Le puso la mano derecha en el hombro, acariciándolo con suavidad y le sonrió, lo que generalmente le tranquilizaba. Kurtz ya había acabado de convencerse de que Aang le seguía queriendo a el y únicamente a el y que no tenía por qué sentir celos del tipejo, pero al observar este último gesto no pudo evitar que en su cerebro se elucubrase la número cincuenta y dos: Romper la columna vertebral de un sillazo. Para desviar esos pensamientos, tan atractivos por una parte, decidió hablar.
- Lo que mas teme un segurata de tres al cuarto enviado por una agencia es a un verdadero agente de la ley, especialmente si es de Turk. – Dijo mirando muy profundamente a los ojos a Érissen, el cual pensó que entendía el por qué – Nosotros llevamos armas de verdad, y si nos tocan mucho los cojones podemos darles la paliza mas grande de su vida y lo máximo que harán por el es no despedirle por habernos molestado. No dejarán salir a esa furcia hasta que nos hayamos ido, y ella no sabrá donde estamos.
- ¿Y si mandan a más gente?
- Estoy armado.
- Ellos también… - Iba a continuar la frase, pero el turco se abrió la chaqueta, mostrando ante los ojos de Érissen lo que llevaba dentro. Pudo reconocer una pistola del mismo modelo que la suya y una navaja táctica, además de un chaleco kevlar. Además, al lado de la funda sobaquera del interior de la chaqueta pudo apreciar tres granadas de diferentes tipos. ¡Granadas en un centro comercial! ¿Pero que cojones…? - …Aunque lo mas probable es que no tanto.
- En ese caso, relájate, pijo. – Kurtz sacó uno de los puros que guardaba en su cigarrera y lo puso entre sus labios. No le ofreció uno al tipejo, solo con echarle un ojo bastaba para saber que no fumaba, y puros mucho menos. Parecía más bien uno de esos que bebe té con el meñique levantado o mierdas por el estilo. Se encendió el puro con su mechero de gasolina, para guardarlo después en el bolsillo delantero de su chaqueta.
- Érissen, anda, cuéntale a Jonás todo lo que sabes de la organización. – Intervino Aang, que lo veía dispuesto a protestar por el mote que le había sido impuesto por el turco.
- Esta bien… Verás, eeeeh… Jonás. – Dudó mucho en como llamarle, y resultó evidente que el tuteo no le sentó bien, ya que frunció el ceño y le miró con cara de pocos amigos - ¿Scar? ¿Señor Kurtz?
- Llámame Kurtz a secas. – Respondió tajante. – Jonás me llaman los amigos, y Scar o los amigos o la gente que va a comer ostias. – El mensaje estaba claro, no te voy a matar, pero no te pases de confianza.
- Bueno, Kurtz entonces.
Érissen dio un largo trago a su bebida. Contar otra vez una historia de la que se esperaba tanto y realmente había tan poco no era muy agradable, y más cuando incluía hablar sobre su pasado junto a Sarah. Ya habían pasado más de tres meses y medio desde el fatídico día en el que despertó en el hospital, seguía soñando con ella cada noche, pero gracias al apoyo constante de Aang había sabido asumirlo. Seguía lleno de pena y sin otra razón de existencia que vengarse de aquellos que la mataron, salvo el hecho de proteger a su salvadora bajo cualquier circunstancia, pero ya podía hablar del pasado sin llorar desconsoladamente cada vez que mencionaba su nombre. No era agradable y prefería no hacerlo, pero entendía que Kurtz debía saber todos los detalles para saber como actuar.
- Hace ya más de un año yo trabajaba en la universidad de ciencias e ingeniería del sector dos como becario. Estaba preparando mi tesis en ingeniería de telecomunicaciones y vivía con mi novia. Un día un tipo con traje se presentó en mi casa, nos preguntó si podría responderle a unas cuantas preguntas muy sencillas con razón del seguro de la casa. Cosas como si teníamos contacto con algún familiar por trámites legales de terceros propietarios y demás. Le respondimos que tendrían que ser mis padres. Sarah era huérfana y no tenía hermanos. Esa fue su manera de asegurarse que nadie la echaría de menos salvo yo. Cuando aquella noche nos echamos a dormir, fue la última vez que la vi.
Érissen era como un libro abierto a la hora de demostrar impresiones. Cuando la pesadumbre y la tristeza le agobiaban lloraba casi de inmediato, cuando era presa de un gran temor, temblaba de arriba abajo y miraba hacia todos los lados, y cuando la ira le poseía… Ocurría como en esa ocasión. Durante unos cuantos segundos, su ceño se frunció pronunciadamente, moviendo las extremadamente delicadas gafas. Pronunciaba las palabras con mas énfasis, como escupiéndolas. Su rostro temblaba casi imperceptiblemente pero lo suficiente como para que Kurtz se diera cuenta, junto al resto de indicios, de que Érissen estaba apretando mucho su vaso, el cual, en el caso de que este hubiera tenido algo más de fuerza, hubiera estallado en su mano. Érissen se obligó a calmarse en presencia del turco y Aang y continuó hablando.
- Cuando desperté, había una carta que explicaba todo. Si quería volver a verla, tenía que efectuar un asesinato al mes durante un año, o la matarían. Si los intentaba descubrir, la matarían a ella, y después a mí. Si me detenían o no conseguía efectuar un asesinato, lo mismo… Me dejaron una pistola, la dirección del tipo y su foto. El primer asesinato debía ser ese mismo día, o ella moriría de inmediato.
- No acabo de entender por qué pillarían a un becario de ingeniería para eso… - Musitó Kurtz, al que no le encajaba del todo.
- Bueno, sé disparar. Supongo que ellos lo sabían.
- ¿“Sabes disparar”? ¿Dónde aprendiste? Dudo mucho que sea una asignatura de telecomunicaciones.
- Soy campeón de tiro amateur, llevo en ello desde los dieciséis años. – Kurtz levantó una ceja, ligeramente sorprendido. Desde luego no es lo mismo disparar a un plato de cerámica con un rifle que asesinar a sangre fría, pero hubiera apostado su placa a que era campeón de paddel o de polo antes que de tiro. – Y así lo hice, nunca podía mirar a la gente a los ojos cuando tenía que asesinarlos, pero tampoco sentía remordimiento en exceso. Hasta el último encargo por lo general se trataban de jefes de bandas o pandilleros de poca monta. Intenté por todos los medios saber algo más de ellos, pero simplemente el día uno de cada mes me llamaban al teléfono y una voz distorsionada me indicaba un lugar de los suburbios. En la papelera más cercana de ese lugar dejaban una grabadora escondida en una bolsa junto a la dirección y la foto de aquel que debía asesinar. Finalmente, el último mes me encargaron… Bueno, me encargaron matarla a ella.
Erissen observó como el gesto de Kurtz se ensombrecía. Aang acudió al rescate tomando su mano y acariciándola con suavidad. Eso pareció calmarle ligeramente, pero su mirada era la propia de alguien que está a punto de volarte los sesos.
- Jonás…
- Esta bien, esta bien… Sigue.
- En la grabación hablaban de ti como un sujeto peligroso que había que evitar, y que la verdadera intención era matarla para hacerte sufrir. Estuve preparándome, pero en cuanto iba hacia el lugar donde ella residía un coche me atropelló. Dos semanas después desperté en el hospital… Y ya nada merecía la pena. Tras dos días de recuperación me fui a mi casa a esperar la muerte. Esta llegó en forma de dos tipos que echaron abajo la puerta. En el último momento había decidido hacerle el máximo daño posible a aquellos que habían acabado con Sarah y cargarme al menos a uno de esos hijos de puta. Había cogido gasolina de mi coche y con ella creé un cóctel molotov que arrojé al primero que entró, el cual quedó cubierto de llamas. Después el miedo me pudo y no pude afrontar la muerte, de modo que huí antes de que el segundo tuviera tiempo a dispararme, saltando por la ventana, ya que vivía en un primero y golpeándome en varios sitios en la caída. Después corrí, corrí como un poseso sin saber a donde hasta que no pude más y me desplomé junto a unos contenedores… Después, ya sea por casualidad o por ironías de la vida Aang me encontró y me salvó, e imagino que el resto ya lo sabes.
Hubo un silencio incómodo. Kurtz reflexionaba a la vez que daba una honda calada a su puro y Érissen daba vueltas a su vaso, mirándolo como si fuera la cosa más interesante del lugar, mientras andaba perdido en sus pensamientos. Aang por su parte seguía acariciando la mano de Kurtz mientras pensaba acerca de la historia que había oído por segunda vez.
- ¿Se te ocurre alguien que pueda querer hacerte daño, Jonás?
- Se me ocurren muchos… - Jonás pensó inmediatamente en algún que otro delincuente que hubieran podido encarcelar por su culpa o algún familiar. Pero no se imaginaba a ninguno chantajeando a un pringado con su novia para intentar amargarle la vida, y más habiendo tenido que matar 11 tíos antes. – Pero ahora lo importante es…
Kurtz dejó de hablar. Un guardia pasó corriendo justo al lado de la mesa en la que estaban situados, manteniendo el walkie-talkie agarrado con la mano izquierda mientras con la derecha se echaba la mano a la porra mientras corría. A este le siguieron unos cuantos mas. La multitud los miraba con cierta intriga pero tampoco le daban excesiva importancia, las tiendas poseían unos descuentos formidables y ver a unos cuantos agentes de seguridad correr, seguramente porque algún crío habría activado un extintor o algo así, estaba a años luz del interés que les suscitaba aquellos suculentos precios.
- ¿Creéis que se habrá intentado escapar? – Preguntó Érissen, preocupándose nuevamente.
De nuevo la contestación de Kurtz se vio interrumpida, esta vez por tres notas procedentes de los altavoces de megafonía repartidos a lo largo y ancho de todo el centro comercial, las cuales indicaban un aviso general.
“Atención atención. Se hace saber que el centro comercial cerrará sus puertas antes de la hora establecida debido a una inspección de sanidad, concretamente dentro de quince minutos. Sean tan amables de terminar sus compras y dirigirse hacia la salida. Rogamos disculpen las molestias y esperamos que hayan disfrutado de nuestros establecimientos.”
- Creo que ha tenido que liar una gorda… Vamonos de aquí, rápido. – Dijo Kurtz mientras apagaba su puro y guardaba el resto en su cigarrera. Acto seguido dejó un billete arrugado de 20 guiles en la mesa y sin demorarse en esperar el cambio instó a los otros dos a levantarse a toda velocidad. Aang cogió la correa de Etsu que Kurtz había dejado sobre la mesa, tirando de el con suavidad para indicarle que le siguiera en todo momento.
- Os lo dije… Sabía que esa mujer no era normal. – Añadió Érissen mientras se alejaban de la terraza.
En los aseos femeninos del personal, situados en el piso principal, Irina terminaba de acentuar el toque carmín de sus labios con el carísimo equipo de maquillaje que había comprado apenas una hora antes. Su imagen le inspiraba a ella misma un creciente deseo sexual, provocado tanto por su propia belleza como por la excitación que le provocaban sus ropas, tan llenas de sangre en la mayoría de su superficie. Deleitándose ante el espejo por su propia belleza, pronunció aún más su escote y se guiñó un ojo mientras sacaba del bolsillo de su chaqueta un diminuto aparato electrónico, similar a un reproductor de música, aunque con más botones, introducía un delgado cable unido a un auricular y lo introducía en su oreja izquierda.
- Aquí Irina. Quiero a uno de vosotros en cada piso del centro comercial. Dos de vosotros en el ascensor. Los que quedan guardad la salida principal. Si los veis informadme de inmediato.
Una voz respondió de forma afirmativa a sus peticiones. Nada le podía ser negado a ella, no había por qué exaltarse. Era posible que enviar a esos ineptos solo retrasara algo más su huida, ese horrendo caracortada tenía agallas, pero tiempo es lo único que ella necesitaba. Después de todo, ella ya sabía donde tenía que esperar. Tras la puerta del baño se escuchaban una gran cantidad de pasos y de voces, hasta que finalmente una voz exclamó que saliera con las manos en alto o se verían obligados a reducirla. Por lo visto, la diversión acababa de empezar.
- ¿Por donde salimos Jonás? – Aang caminaba a una velocidad bastante alta, pese a tener zapatos de tacón, siguiendo el ritmo que su novio marcaba. - Sabes que es muy probable que no haya venido sola. ¿Hai?
- Si – Respondió Kurtz, sin dejar de mirar en todas las direcciones, mientras dirigía a sus dos acompañantes a las escaleras mecánicas. – Cuando fue a por vosotros al apartamento se trajo dos gorilas consigo, no hay razón por la cual venga sola a un sitio tan amplio como este.
- ¿Y que hay de la primera pregunta? – Preguntó Érissen, el cual tenía que reconocer que tener al turco mas temido de la ciudad de su lado y dirigiendo la situación le aportaba cierta sensación de seguridad.
- Nos vamos en mi coche. – Fue tajante. Estaba claro que prefería no tener que dar explicaciones de lo que tenía en mente, como si hubiera espías escuchando lo que decía en cada momento.
Finalmente llegaron a las escaleras mecánicas que bajaban del octavo piso al séptimo, llenas hasta arriba de gente que se disponía a abandonar el centro comercial. Kurtz iba delante bajando a la misma velocidad que había llevado hasta ahora sin darle mucha importancia a la gente que se quejaba cuando pasaba, literalmente, por encima de ellos. Aang iba justo detrás, llevando a Etsu y pidiendo perdón en lugar de su novio. Érissen iba ligeramente mas retrasado porque no se atrevía a arrollar del mismo modo que el turco, aunque si intentaba darse toda la prisa posible. La cantidad de gente que bajaba era monumental, mientras que la que subía era inexistente debido al aviso de cierre. En el momento en el que Kurtz puso un pié en el séptimo piso algo llamó su atención, cogió a Aang de la mano y corrió hacia un saliente no muy transitado por la gente, ya que tras el estaban las puertas de los baños, y a estas alturas todo el mundo se estaba marchando. A Érissen casi se le para el corazón al ver que se encontraba totalmente solo en el punto medio de las escaleras mecánicas, con una muchedumbre visiblemente enfadada debido al turco que acababa de pasar sin muchos modales. Miró en la dirección que había mirado Kurtz antes de parapetarse tras el saliente y descubrió la razón por la cual lo había hecho. En dirección contraria al resto de gente, que intentaba salir del centro comercial antes de que se cerrara, se abría paso un tipo que, de tener que usar una sola palabra para definirlo, seria “Enorme”. Una especie de culturista hiperhormonado embutido en un traje negro dos tallas menores que la suya, con la cabeza rapada y unas gafas de sol. Se sujetaba la solapa del traje cerca de la boca mientras que la mano libre avanzaba en busca de algo oculto bajo la chaqueta, a la altura del pecho. Le miraba, le estaba mirando. No importa que sus ojos estuvieran ocultos tras sus gafas de sol, estaba avanzando en su dirección y él no podía hacer otra cosa que esperar a que las escaleras le llevaran por si solas hacia su inevitable destino. Miró de nuevo hacia el saliente y el alma se le cayó al suelo. Kurtz, Aang y el perro habían desaparecido, seguramente ocultándose en los baños, de los que salían los últimos rezagados. Entonces fue cuando lo supo: Estaba solo. Érissen, procurando contener el temblor, intentó remplazar el miedo por la ira. Pensó en Sarah, pensó en lo que ellos le habían hecho, pensó en Irina recordándole el horror de su muerte... Aang estaba mas que bien protegida ahora, él era el que necesitaba valerse por si mismo. Cuando las escaleras le depositaron finalmente en el séptimo piso, Érissen llevaba su mano detrás de la chaqueta, a la altura del pantalón, sintiendo el tacto de la Aegis Cort que ellos habían decidido dejarle. Esta vez se iban a arrepentir de haberlo hecho. Unos pocos metros le separaban del gorila trajeado, la cantidad de gente se iba reduciendo cada vez más y podía encontrar un hueco por el que disparar sin peligro de herir a algún inocente. Ese montón de músculo descerebrado mostraba una sonrisa propia de quien ha encontrado un tesoro, dejó la solapa y tiró del lado de su traje, mostrando la pistola que tenía agarrada y sin duda iba a utilizar en breves segundos. Érissen se puso totalmente tenso, intentó recordar todas sus nociones de tiro, aunque de poco le sirvieran ahora. Puso la mente en blanco, agarró firmemente la pistola y decidió que ya era el momento.
Había encontrado al objetivo principal, no podía creer su suerte. Cuando le advirtieron que le habían encargado una misión bajo el mando de Irina casi se parte una pierna a propósito para no ir, pero ahora se alegraba enormemente de haber vencido el miedo que le provocaba esa monstruosa mujer. Si además conseguía dejarle vivo el tiempo suficiente para que ella llegara hasta ahí, le recompensaría sin duda. Un tiro al brazo, otro a la pierna y a esperar, tarea fácil. Estaba claro que los otros dos le habían dejado solo, deshaciéndose así del lastre del mas débil. El tipo le miraba con odio, pero eso poco le importaba. Era el mejor tirador de su promoción y poca gente le igualaba en velocidad a la hora de desenfundar, no hablemos ya de precisión. Pudo ver claramente como su brazo se tensaba y hacía el gesto propio de alguien que va a disparar. Jodido iluso…
- Bueeeeeeeeeeenas…
Esa voz lúgubre, grave, horrible y despiadada sonó justo a su espalda. Ni siquiera tuvo tiempo a sobresaltarse cuando un ardor por encima de los umbrales más altos del dolor avanzó por su costado, justo debajo de su pecho, atravesándole unos nueve centímetros de carne, músculo y órganos. Intentó liberarse como fuera posible de ese dolor pero una fuerza monstruosa le tenía sujeto, incapaz de hacer mas movimientos que el de caminar torpemente en la dirección que estaba siendo arrastrado. Con una última mirada pudo ver como una mujer oriental había detenido el brazo del tipo de gafas y lo había llevado agarrado de el hacia el interior de los baños. Ni siquiera pudo gritar de dolor, ya que tenía la boca tapada por la mano de su asesino. El mundo se fue tornando poco a poco mas oscuro y para cuando llegó a la puerta por la que había cruzado antes su objetivo ya no veía nada, ni intentaba gritar, ni sentía dolor alguno...
- ¡Joder! ¡Podrías haberme avisado! – El corazón de Érissen palpitaba tan rápido que temía que se le saliera del pecho si dejaba de agarrárselo. En el último segundo Aang le había cogido del brazo por el que agarraba la pistola, impidiéndole disparar y arrastrándolo hacia los baños de minusválidos, totalmente vacíos. Segundos después había aparecido el turco medio arrastrando medio conduciendo al gorila trajeado, el cual se había desplomado nada mas Kurtz lo soltó. - ¡Un gesto! ¡Un guiño! ¡Lo que sea!
- No habrías reaccionado igual. – Kurtz inspeccionaba el cuerpo del desgraciado cadáver, retirándole el arma de fuego: Una Sarge M75 de calibre 9 milímetros, junto a un par de cargadores. Después, con mucho cuidado, retiró el auricular y el micrófono del traje y escuchó atentamente.
- Es posible, pero…
- ¡O te callas o la próxima vez que te utilice de cebo será para cazar buitres! – El tono de amenaza intimidó a Érissen, el cual entendió que habría momentos mucho mejores para discutir que mientras estaban ocultos en un baño de minusválidos con un cadáver. El turco puso toda su atención en intentar memorizar las voces y la situación de cada una de las personas que oía hablar. Estuvo cerca de un minuto y medio escuchando mientras Aang vigilaba por la rendija de la puerta mientras acariciaba la cabeza de Etsu y Érissen intentaba calmarse. Finalmente sonrió, colocándose el micrófono en la solapa, de forma similar a como lo llevaba anteriormente el trajeado calvo. – Bueno, creo que mas o menos se donde está la mayoría. Habrá que probar suerte.
- ¿Cuántos hay, Jonás? – Aang estaba preocupada. Era una mujer orgullosa y estaba acostumbrada a situaciones de tensión. Pero ahora tenía algo más por lo que preocuparse: Su bebé correría la misma suerte que ella, y eso es algo que no estaba dispuesta a poner en riesgo.
- No sé el número exacto, pero por lo menos cinco más, sin contar a la tía.
- ¿Saben donde estamos?
- Si, el desgraciado tuvo tiempo de avisar antes de que yo pudiera llegar. Vienen al menos dos más hacia este piso. Según creo el ascensor está vigilado también, así que no es una opción.
- ¿Y que vamos a hacer? – Érissen no veía salida alguna, por mucha frialdad con la que intentaba pensar.
- Tengo un plan…
Ya apenas quedaba gente en los pisos superiores del centro comercial, los dos últimos estaban prácticamente desiertos. Con la mayoría de agentes de seguridad ocupados con la jefa esto iba a resultar bastante más sencillo de lo que hubiera parecido en un principio. El número seis les había informado de que el objetivo principal se encontraba en el séptimo piso, para minutos más tarde confirmar que los tres se habían ocultado en el baño de minusválidos y él guardaba la puerta. El, conocido en esta misión como “Numero 4” y dos más se hallaban ahora mismo subiendo las escaleras del sexto al séptimo piso. Reuniéndose con los otros dos gorilas, que salían del ascensor. Asegurándose de que la zona estaba totalmente despejada, se dirigieron de inmediato al baño de minusválidos. Extrañamente no había nadie guardando la puerta.
- Número seis, no estás en la puerta, confirma tu posición, cambio.
No hubo respuesta. ¿Es posible que le hubieran reducido? Aquello no iba a ser tan fácil después de todo. Hizo una seña a los cuatro hombres que le acompañaban, indicándoles que apuntaran a la puerta y dispararan a lo primero que se moviera. No había tiempo para los caprichos de Irina, su jefa, en esta ocasión. La misión consistía en acabar con dos de ellos, y lo iban a hacer inmediatamente. Con una patada abrió la puerta y se hizo a un lado. Enseguida pudo observar en el rostro de sus compañeros que algo no iba bien. Se asomó por el marco de la puerta y observó que lo único que había dentro del baño era el cuerpo de número seis tirado boca abajo en el suelo. Ordenó a su grupo abrir las dos puertas de los váteres, pero no había nadie dentro. Finalmente, se reunieron los cuatro alrededor del cadáver.
- Aquí número cuatro. Numero seis está muerto, repito, está muerto. Los objetivos han escapado, cambio.
- ¿Cuál es la causa de la muerte número cuatro? Cambio. – Respondió una voz grave, distorsionada ligeramente por el deterioro de sonido producido por el altavoz.
No acababa de entender la importancia de la pregunta, supuso que sería para determinar las armas del enemigo. Con cierto esfuerzo giró el cadáver de su compañero de misión, hasta ponerlo boca arriba. Se escuchó un ligero “clic” producido por algún objeto metálico. Sus ojos se abrieron de par en par en cuanto vio que en el pecho de su compañero había una nota, escrita con sangre sobre su camisa blanca. Ponía “Sorpresa”. La granada sting, cuyo seguro estaba sujeto por el peso del cuerpo del cadáver, detonó a escasos treinta centímetros de su cara. Millares de diminutas bolas antidisturbios salieron propulsadas a una velocidad endiablada, golpeando a los cuatro hombres desprovistos de cobertura alguna, rebotando en las paredes de los baños, de apenas 12 metros cuadrados de área, para después volver a golpearlos. Para cuando la mayoría de las bolas dejaron de impactar con fuerza, los cuatro se encontraban en el suelo, medio inconscientes medio confundidos por el dolor que recorría todo su cuerpo. Ninguno de ellos advirtió el sonido de la puerta del baño femenino abriéndose, por la cual salieron tres personas y un perro a toda prisa, dirigiéndose hacia el ascensor.
Debido a que el centro comercial estaba situado en la placa superior, era imposible realizar un Parking subterráneo. En su lugar se había construido un edificio de cinco pisos dedicados exclusivamente para aparcar los coches a un precio modesto. La estructura del edificio consistía en un pilar central de gran grosor que soportaba la mayoría del peso junto a una gran cantidad de columnas que a su vez servían para delimitar las diferentes zonas para aparcar. Las rampas estaban situadas alrededor del pilar central y por ellas los coches podían acceder al siguiente piso cuando el anterior estaba completo o descender para salir del aparcamiento. Para facilitar la comodidad a los clientes se había instalado una pasarela que unía el quinto piso del centro comercial con el último del parking. Apenas unos veinticinco metros de cuatro paredes de hormigón suspendidos a una altura de treinta y cinco metros desde la placa. Debido al cierre del centro comercial ya no quedaba nadie transitando por esa zona, aunque aún había varios coches en el aparcamiento, ya que al cerrar el centro comercial pasaba a ser un Parking de bajo coste para aquellos que vivían por las inmediaciones. Kurtz había decidido que era la mejor vía de escape, suponiendo de entrada que les esperarían por la salida principal. Por fortuna había aparcado su coche en la azotea del Parking, al descubierto, y solo tenían que atravesar la pasarela para encontrar la seguridad de su Shin-Ra Supreme del 69. Érissen y Aang iban primero, junto a Etsu, corriendo a toda velocidad, mientras que el turco cubría la retaguardia, Aegis Cort en mano, temiendo que se hubieran movilizado más gorilas en su búsqueda. Cuando ya iban por mitad de la pasarela y Kurtz no había visto asomarse a nadie, apresuró el paso, sin dejar de mirar atrás. Algo no iba bien… Tenía esa inevitable sensación. Y no se equivocaba.
Un descomunal estruendo sucedió unos pocos metros por delante de él. Unos reflejos más que entrenados hicieron que se detuviera inmediatamente, impidiendo que una gran cantidad de enormes cascotes de hormigón procedentes del techo de la pasarela le aplastasen por completo. Una enorme nube de polvo se formó, impidiéndole ver con claridad lo que había sucedido. Parecía como si la pasarela hubiera cedido de repente, quebrándose unos cinco metros pero manteniendo intacta el resto de la estructura. Ante Kurtz se abría un abismo que le separaba de Aang y Érissen, que casi habían llegado al final de la pasarela y ahora le miraban confundidos, sin saber qué acababa de suceder. Solo Etsu parecía entender la fuente del peligro, ya que ladraba constantemente en dirección a la pasarela. Kurtz no tardó mucho en averiguar cual había sido la causa, una figura femenina saltó con gracilidad por el agujero del techo de la pasarela, preocupándose de no caer en el del suelo. Ahí, justo delante de el, separado de sus dos aliados, impidiendo cualquier tipo de escapatoria que no fuera el enfrentamiento directo, estaba ella. Irina, exhibiendo su vestido repleto de manchas de sangre, mostrando la mayor de las sonrisas. Disfrutaba observando a su adversario, antaño tan seguro de si mismo, tan confundido. Kurtz, no obstante, tardó poco en reaccionar.
- ¡Tu! ¡Pijo de los cojones! ¿Puedes oírme? – Gritó con todas sus fuerzas, ignorando a la mujer que tenía delante la cual, por el momento, no se movía. Como relamiéndose ante su presa.
- ¡Si! – No era el momento para protestar por un apodo, por insultante que fuera. - ¿Qué hacemos?
- ¡Lleva a Aang al coche y vuelve inmediatamente! ¡Como le pase algo juro que desearás haber nacido muerto!
Aang se encontraba sumida en un dilema moral enorme. El amor de su vida estaba a punto de luchar contra esa horrible mujer que, a la vista saltaba, no era una humana corriente. Pero ahora ella portaba algo más que su propio destino, no podía permitir que algo le pasara al bebé. Y si se quedaba ahí su novio estaría mas preocupado por ella que por su propia seguridad. Tenía que ponerse a salvo, no había otra opción. Además, las cosas claras, no creía que esa mujer las tuviera todas consigo.
- ¡Jonás! ¡Dale duro! ¿Hai? – Dicho esto cogió a Érissen del brazo y tiró de la correa de Etsu, corriendo con ellos hacia el Shin-Ra Supreme, el cual estaba aparcado casi en el extremo opuesto de la azotea. Kurtz, casi al instante en el que escuchó a Aang alejarse, sonrió.
- Hai… - Las cosas eran diferentes ahora. Un combate cuerpo a cuerpo contra una mujer que había derribado una pared de hormigón de unos quince centímetros de grosor sin mostrar mucho cansancio no era de las cosas que mas le apetecían, y mas cuando su cuerpo aun sufría las consecuencias de la pelea que había tenido con ese Jonze. Pero ahora solo estaba el, no tenía que proteger a nadie. Si era derrotado, esa mujer iría inmediatamente a por Aang. Solo ese pensamiento ya bastaba para hacer frente al Meteorito con un bate de baseball, de modo que esa mujer, por brutal que fuera su fuerza, no iba a amedrentarle. Había observado atentamente a su rival: Ni armas, ni materias visibles. Sin duda esa tipa se creía dura de pelar, pero él no se quedaba atrás.
Irina se reía, veía una determinación imposible de derribar con palabras en los ojos de su contrincante. Eso simplemente lo hacía todo más divertido.
- Vaya… ¿Así que el turco que tiene la fama de ser el más brutal de todo Midgar se preocupa más por su putita que por el mismo? Que conmovedor…
- Oh… ¿Estas celosa? – Kurtz se mostraba erguido y desafiante, manteniendo firme su pistola, la cual apuntaba directamente al entrecejo de su oponente. Mostraba una media sonrisa socarrona que quería mostrar que hacía falta algo más que atravesar hormigón para intimidarle. – No hace falta fijarse mucho para darse cuenta de que ansías ser la putita de alguien.
- Tranquilo pequeñín... No es ese órgano que piensas uno de los que te voy a sacar hoy. - Quería provocarle, quería ver como le atacaba primero, como creía realmente que podía con ella.
- Mira, niñata. Te voy a dejar un par de cositas claras, así que deja hablar a los mayores. – A Scar le convenía perder el tiempo, y no los nervios. La situación no le era muy favorable, pero si conseguía que aquel tipejo dejara a Aang a salvo y volviera antes de empezar a hostiarse con esa mujer tendría bastantes mas posibilidades. Decidió seguir provocándola. - No eres más que una zorrilla sidosa que pillaron en algún contenedor de basura y a la que, según veo, le metieron por el culo más Mako de lo normal. Ahora te habrás pasado unos cuantos días matando cucarachas y ya te crees que puedes vencer cualquier cosa. Pero allá por cuando tus padres te vendieron al chulo del barrio por un mendrugo de pan yo ya pateaba los culos más duros y malolientes de la ciudad. Así que… ¿Por qué no vienes, te doy unos azotes y vuelves a casa de tu jefe llorando? Con un poco de suerte hasta te deja que se la chupes.
El rostro de Irina se crispó totalmente. Ese desgraciado había sobrepasado con creces el límite de su paciencia.
- Así que crees que solo soy eso… Un cuerpo bonito y algo de Mako... ¿No? – La sonrisa que mostraba ahora no era la de alguien que estuviera disfrutando. Era una sonrisa amarga, y su mirada estaba llena de desprecio, de odio, de repugnancia. Como si estuviera observando un montón de basura especialmente maloliente que tenía que echar al vertedero lo antes posible. – Adelante pues.
Sucedió muy rápido, casi en un pestañeo la mujer ya no estaba en su posición inicial, sino a apenas medio metro del turco. Este consiguió bloquear el primer golpe, una patada lateral con la pierna derecha directa al cuello que fue detenida por su antebrazo, aunque la fuerza del impacto fue tal que le empujó contra la pared de la pasarela y la Aegis Cort se le escapó de la mano, haciendo un ruido metálico al caer al suelo. La asesina pelirroja pivotó sobre su pierna izquierda y cambió el apoyo a la derecha, propulsando la siniestra de forma horizontal hacia el mismo punto donde había dirigido la anterior patada. Scar se dejó caer por su propio peso, deslizándose con el apoyo de la pared y esquivando el golpe, el cual quebró el tacón del zapato de Irina, que salió disparado al impactar contra la pared, que se resquebrajó debido a la potencia del impacto. El turco aprovechó la posición para asestar una serie de puñetazos con el brazo izquierdo contra la boca del estómago de su rival a la vez que recogía su pistola con la derecha. Esto hizo que ella basculara ligeramente hacia atrás, lo suficiente como para que Kurtz pudiera descargar cuatro tiros de su cargador. Tres de los disparos fueron esquivados por aquella inhumana mujer, la cual se había echado hacia atrás en zigzag, apoyándose en la pared contraria y tomado impulso para volver a cargar contra él. El último disparo le impactó en el hombro, pero ella apenas hizo un gesto de dolor. Su rostro era el de una psicópata demente que se excitaba al sentir su propia sangre brotar poco a poco de su hombro, sus músculos se tensaban cada vez mas, su mano brillaba… ¿Su mano brillaba?
Kurtz no recibió el impacto completo por apenas medio segundo. Su cerebro no acababa de asimilar el hecho de que esa mujer había descargado un enorme haz de luz verde sin materia aparente. Para evitarlo, Scar saltó en dirección al hueco del puente, arrastrado hasta su mismo borde por la onda expansiva. En el último instante pudo girarse y agarrarse con sus manos al borde, aunque para ello había tenido que soltar su pistola, la cual ahora mismo recorría la inevitable caída de treinta y cinco metros para acabar destruida contra la placa. En el lugar de la pared en el que antes había estado Kurtz ahora había un agujero de dos metros de radio cuyos bordes estaban renegridos. Esa… ¿Mujer? ¿Ser? ¿Monstruo? ahora se acercaba lentamente, y la sonrisa maníaca no abandonaba su rostro.
- Espero que esto te haya demostrado que no soy solo una… ¿Cómo era? ”Zorrilla sidosa a la que le metieron más Mako de lo normal” – Victoriosa, levantó su pié derecho, dispuesta a que el turco corriera la misma suerte que su pistola.
- Te has olvidado “Por el culo”, JNN.
La materia Terra de Kurtz brilló en el interior de su chaleco, mientras el exhibía una sonrisa triunfal, reestructurando la zona en la que estaban situados en la pasarela. El suelo sobre el que estaba Irina desapareció casi al instante, moviéndose a toda velocidad mientras cubría el agujero que antes había realizado esta. Una pared se levantó separándolo a los dos contrincantes, mientras el turco se impulsaba con sus brazos para subir a la superficie, antes de que el que había sido uno de los bordes del abismo se juntara con el otro y lo partieran por la mitad. Riéndose, corrió lo mas rápido que podía en dirección a su coche, encontrándose con la mirada atónita de Érissen, el cual había acudido todo lo rápido que le era posible hacia la pasarela pistola en mano, pero se había detenido en seco al observar como esta cambiaba, bloqueando a la brutal asesina y permitiendo que Kurtz escapara.
- ¿Qué coño haces ahí parado? ¡Muévete ahora mismo me cago en tu dios! – Kurtz corría cuanto podía, algo le decía que esto todavía no había finalizado aún. Érissen reaccionó cuando llegó a su altura, corriendo a su par.
- Has… ¿Has acabado con ella? – Seguir el ritmo del turco era difícil, pese a que siempre había sido un buen corredor.
La respuesta no vino por parte del turco, sino de ella misma. Cuando el suelo empezó a desaparecer bajo sus pies Irina había saltado lo mas alto posible por instinto. En cuanto la pared se alzó ante ella vio la oportunidad, lanzando un puñetazo monstruoso a una velocidad descomunal con su brazo derecho brillando que atravesó el hormigón y le permitió quedarse sujeta a el. Una vez había conseguido asimilar lo que había sucedido, cegada por la ira, había golpeado con su brazo izquierdo la pared repetidas veces hasta que esta había cedido con un monumental estruendo, que fue captado al instante por Kurtz y Érissen, los cuales aceleraron aún mas su ritmo en la medida de lo posible.
- ¡ESTOY HASTA LOS COJONES DE TANTO MONO MUTANTE! – Gritó Kurtz visiblemente cabreado. Primero un soldado de primera y ahora esto…
- ¡JODER JODER JODER! – Érissen pensaba que uno de sus pulmones se le iba a salir por la boca, junto a su corazón y parte de su sistema digestivo. - ¡¿Qué coño hacemos?!
Kurtz no respondió, su cerebro pensaba a la mayor velocidad que le era permitido, hasta el punto de ocasionarle un gran dolor de cabeza, el cual fue ignorado por la adrenalina. Pensó en todo su entorno, en qué podría ocasionarle una ventaja. No había más que coches, algún extintor… ¿Y en su propio coche? Algunas revistas, cinta aislante, la correa del perro, chalecos reflectantes, una pipa de repuesto, las protecciones de fibra de carbono de los antebrazos… Necesitaba algo, necesitaba pensar algo y YA. Pero él solo no podría contener de nuevo a esa bestia que lanzaba rayos verdes hasta por el culo si volvía a alcanzarlo. Aang ahora volvía a estar en peligro, había que alejarla de ahí, irse sin que ella pudiera hacer nada. Había que inmovilizarla o algo por el estilo, había que…
Se habían acabado las contemplaciones, el placer de la caza, el acecho, la delicadeza, la sutilidad, la angustia… Todo a tomar por culo. Ese caracortada hijo de puta se la había jugado ya DOS veces. El doble de los segundos que debería haber tardado su corazón en pararse. Ya no buscaba deleitarse con las miradas de terror de sus presas, ya no jugaba con el miedo y la tensión. Solo quería despedazar, mutilar, reducir a un púlpito sangrante a cada uno de ellos y quedarse sus cabezas para colgarlas como trofeos en su salón. No corría, porque sabía que ellos no se irían ahora que habían visto lo que es capaz de hacer a distancia. Debía mantener la compostura hasta el final, sin dejarse llevar por la ira, pero no habría piedad esta vez. Desde lejos los había visto llegar corriendo a su coche y abrir las puertas metiéndose dentro. Pero esta vez no le engañaban, había podido observar gracias a su vista hiperdesarrollada como salían por la puerta contraria para después perderse en el laberinto de diferentes vehículos. Habían dejado ahí a la chica, pero ella era la última prioridad en su propia lista. Quería verla llorar cuando le llevara los restos de su novio y le obligara a decidir como acabar de una vez por todas con su vida. Se quedó parada en medio de la azotea, se agachó y escuchó atentamente su entorno. No hizo falta esperar mucho, el sonido de un paso le alertó antes incluso de que la pistola realizara el disparo, permitiéndole esquivarlo sin problema. Esos imbéciles creían que podrían sorprenderla, pero esta vez se acabó. Corrió a una velocidad inhumana los cincuenta metros que le separaban del lugar donde podía ver perfectamente al más débil de los dos, y junto a él, tras el coche en el que había estado apostado anteriormente, el bajo de la chaqueta del caracortada revelaba su posición. Era el fin, habían jugado su última carta y habían perdido. El rostro de pánico incontenible del de gafas era todo un deleite para ella, sostenía la pistola en alto, pero temblaba tanto que dudaba mucho que llegara a acertarle aun si estuviera a dos metros de distancia. Además, ese arma… Irina no pudo evitar contener una carcajada.
- ¡Espero que hayas comprado munición esta vez! – Dijo mientras exhibía su mejor cara de demente, a apenas cinco metros de distancia. Ese hombre estaba paralizado y la chaqueta del turco revelaba que aún no se había movido del sitio. - ¡Ciao!
Sucedió de pronto. Un cuerpo voluminoso le placó por detrás, a la altura de la cintura y de arriba abajo. Debido al impulso que llevaba rodó con ella, pero ella utilizó su inercia para quitárselo de encima, a lo que la persona que le había placado misteriosamente no se resistió. Quedando ella tendida en el suelo con el pecho en el suelo y el otro saliendo propulsado hacia delante. Cuando levantó la mirada pudo ver al turco sin chaqueta levantándose en movimiento y gritando al de gafas “¡FUERA! ¡FUERAAA!” mientras salían corriendo en dirección a su coche. La confusión que esto le provocó hizo que tardara casi dos segundos en reaccionar, pero finalmente se puso en pié y se dispuso a acabar con la vida de esas dos cucarachas tan molestas. Su mano empezó a brillar, pero cuando la levantó hacia delante, notó que algo no era normal. Tenía algo extraño en su espalda, pegado con cinta aislante…
La explosión fue brutal, la granada de fragmentación que el turco le había pegado cuando la placó explotó justo detrás de sus omoplatos. Restos de metralla se incrustaron a lo largo y ancho de su piel, no llegando a dañar órganos vitales o su columna vertebral debido a la sobrenatural resistencia de la asesina, pero si provocándole un dolor físico superior a cuantos había pasado anteriormente. Dolía, dolía que te cagas, tanto que cayó de bruces contra el suelo incapaz de mantenerse en pié. Gritó con todas sus fuerzas aunque sus oídos no captaron sonido alguno, ya que habían quedado totalmente sordos debido a la explosión. Es por eso que Irina no pudo captar el sonido sordo que provocó el objeto que rebotó contra la pared que tenía en frente. Cuando abrió los ojos encontró una especie de cilindro metálico que rodaba hacia ella, pero que no pudo distinguir muy bien lo que era, medio cegada por el dolor. Cuando finalmente pudo concentrar sus sentidos en identificar el objeto, este se encontraba a apenas veinte centímetros de su cara, rodando con mucha lentitud en su dirección. Aturdida como estaba, su atención captó unas palabras inscritas en la superficie, que formaban la frase “Shin-Ra S.A: Departamento de investigación”. La joven asesina continuó sin comprender nada, hasta que, debido a la rotación del cilindro, este reveló otra inscripción, mas grande y gruesa que la anterior. Era una sola palabra.
“FLASHBANG”
Y la luz se hizo.
- ¡Te lo juro! ¡Si hubiera tardado un segundo más en placarla te hubieras meado encima! – La sonrisa de Kurtz era tan grande que se hubiera podido edificar en ella. Aang acariciaba su brazo con cariño mientras exhibía una sonrisa también radiante, mezcla de admiración y amor hacia su pareja. Habían abandonado el parking sin que el guardia de la entrada les pidiera muchas explicaciones cuando el coche salió a toda velocidad, rompiendo la extremadamente frágil barrera de plástico mientras el brazo de Kurtz salía por la ventana exhibiendo su insignia de Turk. Ahora conducían perdiéndose por el tránsito del sector 5, libres del peligro.
- ¡Si no tuvieras esa puta manía de utilizarme como cebo! – Erissen había dejado de temblar hace poco, había visto la muerte a cinco metros de distancia, y al brutal turco derrotarla sin ningún tipo de duda. Aún le parecía increíble que en los apenas treinta segundos que habían corrido juntos el turco hubiera ideado semejante plan. Ponerle de cebo nuevamente, colocar la chaqueta de forma que pareciese que estaba con el y utilizar la cinta aislante que estaba en el coche para pegársela a la espalda y huir… No sin antes preocuparse por lanzar en la huida una granada cegadora para impedir que les siguiera en el caso de sobrevivir, sencillamente genial. - ¿Cómo coño pensaste que una granada a quemarropa no sería suficiente?
- Esa tía casi me fríe sin materia alguna a cinco metros de distancia… No iba a arriesgarme. – Dijo encogiéndose de hombros. – Vaya enemigos te has ido a buscar, de todas formas.
- Ellos me buscaron a mí… Mi único delito es sobrevivir.
- Lo hiciste bien Érissen, no dejes que Jonás te diga lo contrario. – Aang le mostró su mejor sonrisa, feliz de que ya estuvieran a salvo.
- Bueno… Mi trabajo consistió en quedarme quieto. – Dijo Érissen, quitándose mérito, ya que no creía realmente tener ninguno.
- Se de gente que no lo hubiera hecho. – Reconoció Kurtz, mientras intentaba sintonizar las noticias a ver si la habían liado en exceso. – Aunque tampoco es que estuvieras quieto del todo… No parabas de temblar.
- Bah, que te jodan. – Apoyó su cabeza en la ventanilla, feliz de estar vivo un día más. Aunque fuera en el asiento trasero del coche de una de las personas que mas había temido en toda Midgar, al lado de su perro.
Sentado tranquilamente en su sofá de su piso antiguo, en el sector 5, Kurtz volvía a ser dueño de su feudo. La cabeza de Etsu reposaba sobre sus piernas, medio adormilado, cansado por ese día tan ajetreado, ausente de la conversación que su amo mantenía por teléfono. Armado únicamente con una cerveza, el turco hablaba con su amigo.
- ¿Todo eso? Joder… Pero bueno, ahora está a salvo. ¿No? – La voz de París contestaba sin acabar de asimilar completamente todo lo que le había contado.
- Si. - Kurtz dio un trago a su cerveza, su brazo aún le dolía por el golpe que había recibido durante la pelea en la pasarela. - Le dije que les conseguiría un sitio donde vivir. Mañana buscaré un piso, y me aseguraré de que solo yo sepa que están ahí, aparte de ellos.
- Y ese tipo… ¿Cómo era?
- Un pijo de mierda. Pero parece que tiene buen fondo. De todos modos le avisé de que si algo le ocurría a Aang, por mísero y aleatorio que fuera, le caía un rayo, cogía la gripe, se hacía una ligera quemadura mientras cocinaba algún frito… Lo que sea, la culpa sería suya y entonces desearía haber muerto hoy.
- Ya… - Pobre hombre, pensó Paris, su primer encuentro con Jonás había sido incluso peor que el suyo, y ya era difícil. – Y bueno, me has contado todos los problemas que ha habido pero… ¿Que tal…? Ya sabes, tú y Aang.
Kurtz levantó la mirada, recordando de nuevo cuando ese día la había vuelto a ver, caminando tan lentamente, con el pelo mecido por la brisa. Ni aunque la pelea le hubiera costado un brazo podría calificar ese día como “Malo”.
- La vi… Apenas recuerdo los detalles con claridad, simplemente he estado con ella.
- La viste… ¿Y que le dijiste? – Paris realmente se sentía muy torpe hablando de este tipo de temas con alguien, y más si ese alguien era Jonás “Scar” Kurtz.
- ¿Qué importa? La… La vi. Hablé con ella, me sonrió, me besó… La vi.