
Parece que le ha crecido el pelo desde la última vez que lo dibujé, no?
PD: blood makes things look hotter lalala~
Una pandilla de chavales comenzó a correr cuando un enfurecido redactor salió del envejecido edificio y lanzó cuatro blasfemias acompañadas de tres insultos. Asustados, el joven grupo, cuyo componente más adulto no aparentaba más de diez años, decidió emprender una huida por las calles del sector, hasta que las piernas dejaron de responderles. Jadeantes y apoyados sobre sus rodillas, los cinco chicos decidieron descansar y tomar el aire en una calle poco transitada, donde podrían reírse un rato y comentar nuevas trastadas que hacer a los vendedores de caramelos de la zona.
Tras unas pocas bocanadas de aire, un pecoso rubiales comenzó a carcajearse; los demás miraron atentamente al tiempo que respiraban fuertemente:
- ¡Sabía que llamar a gritos a ese viejo loco sería divertido!- tenía una voz aguda y chillona, similar a la de una rata; su constitución física tampoco ayudaba mucho a mejorar esa imagen- Deberíamos hacerlo más a menudo, creo que podríamos aprender algo de los insultos que nos ha lanzado y…
- Creo… que no… nos llamaba… nada a nos... a nosotros – dijo entrecortadamente un chaval moreno, bastante bien trazado, con el pelo algo largo y con unas ropas mejores que las de sus compañeros – Me pareció oír algo sobre unos redactores, o las madres de…
- ¡Te he dicho millones de veces que no me interrumpas! – profirió con chillidos la mezcolanza de niño y rata, asomando sus grandes dientes bajo su afilada nariz, mientras levantaba un amenazador puño con uñas que hacían de símil de unas garras- Voy a cumplir trece años, y por tanto soy el mayor, y por tanto el jefe, y por tanto a quien debéis hacer caso, y por tanto tenéis que dejarme acabar. ¡No me interrumpas!
- Perdona, Micky – se disculpó el muchacho bello, apartándose el flequillo de los ojos. Bajo el flequillo, situado en su lado derecho de la frente, se podía apreciar una gran marca redonda, como si una parte del hueso hubiese desaparecido y sólo la piel recubriera esa parte del cráneo, justificando el largo pelo que tenía.
- Que no vuelva a ocurrir, y eso va por todos,- bajo sus ojillos de roedor, sus facciones se relajaron un poco – porque no me gustaría tener que pegaros.
Cuando todo el grupo se hubo recuperado del agotamiento, uno de ellos, que llevaba una gorra beisbolera calada sobre un pelo pajizo muy mal cortado que no desentonaba con el sucio aspecto de la redonda cara, se giró sobresaltado y chilló furiosamente:
- ¡Nos hemos ido a otro sector! –dijo con una voz aguda y femenina: era una chica, aunque su aspecto era más parecido al de un joven de su edad - ¡Estamos en el sector 5! ¡Estamos en el…
Nuevamente, la pequeña ratilla volvió a hacer alarde de madurez, a pesar de su aspecto infantil y esmirriado, envalentonándose y dando a su voz un aire profundo y esotérico que quedo ahogado cuando lanzó sus primeros sonidos de roedor:
- Dicen que en este sector vive una sombra que se dedica a matar gente, y que luego deja los cadáveres en callejones como estos.
- Es-es-estas inten-intentan-intentan-dodo asustar-tarnos, ¿Nono ess así? –dijo el cuarto chaval, de pelo rizado más abultado en los laterales que en la parte superior de la cabeza y con un tono bastante apagado de color, confiriéndole un aspecto similar al de un payaso, opinión reforzada con el tinte rojo de la nariz congestionada y la pálida cara. Tartamudeaba siempre, y tenía un tono de voz algo enfermizo y debilitado – Nu-nunca he oí-i-ido hab-hablar de fafafan-tasmas…
- ¿Acaso yo os mentiría? Es en serio: según dicen, es un fantasma bastante lastimero y horrible, de un aspecto que da miedo, y que deja a los muertos en callejones, y que nunca se le ve, y que si le ves te mata, y que si te mata se come tu alma y que vas al infierno, y que luego te tira en la basura, y que…
- ¡Cállate, Micky! ¿No ves que asustas al pobre Desmond? – dijo la niña apuntando con su dedo índice al niño payaso, que temblaba y se veía al borde de las lágrimas, con la cara de un color rosado por el miedo contenido – Desde luego, parece mentira que seas el mayor…
- ¡Jajaja, pues seguro que en este sitio hay un cadáver, y seguro que está al fondo del callejón! – Cogió de la mano al asustado chico, y le arrastro por el sucio lugar.
Apestaba a basura y humedad, pero a pesar de ello el chiquillo continuaba arrastrando al otro, seguido de los otros tres que le gritaban y le pedían a gritos que se detuviese, dos de ellos más rápido que el pequeño de la cuadrilla. Cuando llegó al final, se detuvo, y soltó al chaval, que sin poder contenerse más, se orinó encima y comenzó una retahíla de sollozos y gritos parecidos a los de un becerro sufriendo al ser degollado.
- ¡Mira lo que has hecho! ¡Era la única ropa que le quedaba, y tú has hecho que se mee en ella! –le grito visiblemente enfadada el falso chico, hecha una furia - ¡Eres tonto, Micky! ¡Eres tonto!
- ¿Y si hay un muerto de verdad? – dijo el chico del largo flequillo, que había vuelto a colocar para taparse su hueco craneal – Seguramente este en…
De pronto, unas bolsas que se apoyaban contra el muro se desprendieron del montón acumulado cuando el joven del pelo largo y oscuro las movió, y entre ellos apareció un oscuro brazo. Parecía que la piel colgaba a tiras, y solamente quedaban unas pocas hebras de musculatura. Los tendones, similares a cables metálicos, aún permanecían tensos.
El chico, asustado, dio un bote hacia detrás cuando la basura cayó, armando un buen escándalo. Todos estaban aterrados, cuando de pronto una puerta lateral de un viejo edificio se abrió. De su interior, una figura muy oscura, horrible y lastimera, que era casi imposible de ver bien, salió y comenzó a dar voces, de forma bastante ronca:
- ¡Eh, vosotros! – dijo dando un paso al frente
- ¡Es el fantasma! –gritaron a coro todos, visiblemente asustados y con algún que otro sollozo de refuerzo, al tiempo que un desagradable olor a heces comenzó a flotar en el ambiente, procedente del miedoso chico que anteriormente se había evacuado la vejiga en sus pantalones.
Comenzaron a correr todos, chillando como presas asustadas ante su cazador. A través de las perneras del corto pantalón, una masa líquida y marrón iba cayendo, manchando tanto el suelo como las piernas y zapatillas de su dueño, ambas bastante sucias antes de la defecación.
Uno de los jóvenes, el más pequeño y lento, no se fijó en que la masa de comida ya digerida y ácidos había caído al suelo, y se resbaló con una mancha especialmente grande, cayendo al suelo de lado. Por el lado de la fortuna, no había caído sobre los excrementos que desperdigaba su compañero; pero por parte de la desgracia, su pierna ahora mismo estaba dividida en dos grandes trozos, separados por la rodilla y a una distancia de medio metro cada uno. Bajo su gorro de lana negra, el chico comenzó a lagrimear y a respirar difícilmente cuando vio a la sombra acercarse.
Sin poder aguantar la presión mucho más, se desmayó.
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El muchacho se despertó con mucho calor, a pesar de sus ropas cortas. Estaba apoyado en un envejecido sofá orejero, junto a un horno a través de cuya puerta se veían unas flamantes llamas anaranjadas. Una fina manta de color verde oscuro le tapaba desde las piernas hasta el pecho, asfixiándole bajo esa alta temperatura. Se destapó, y bajando del gran sillón, se dispuso a mirar la estancia, cuando de pronto cayó de bruces al suelo sin poder remediarlo: le faltaba su pierna derecha, desde la rodilla.
Era el interior de un edificio bastante antiguo, derruido en algunas zonas que permitían ver los neones de la placa. Varias vigas atravesaban la estructura, sobre un suelo de grisáceo cemento y paredes de ladrillo. El joven se asustó cuando, de pronto, vio algunas cadenas en cuyos extremos reposaban fragmentos de cuerpos: brazos, algún torso, un par de piernas… Sobre una mesa, varios instrumentos muy raros descansaban, manchados algunos de un líquido oscuro y viscoso.
Una puerta se abrió de golpe, y la oscura figura apareció tras ella. Tenía la cara muy negra, y la apariencia de ésta y de sus manos era similar a la de una piedra. Su pelo también era muy oscuro, y en ese momento no se podría decir que fuera largo, sino más bien alto: tenía una masa capilar que ascendía un buen trecho. Los ojos eran muy redondos y vidriosos, según la expectativa del chico, y bastante grandes, que reflejaban la expresión de terror del asustado niño que se arrastraba por el suelo. Balbuceó unas pocas palabras:
- Nnnnno... No te acerques, fafafafaaantasmaa… No te comas mi alma –estaba visiblemente asustado, y ya sentía como sus ojos comenzaban a acumular gotas. Se mordió un reseco labio, y se preparó para lo peor.
- Eh, chico ¿Estás bien? – dijo la figura con voz hosca y grave, como si se tratase de un retumbo. Se llevó las manos a los ojos, y se quitó unas gafas de protección: donde antes habían estado unos artificiales ojos de monstruo, ahora quedaban dos círculos de piel que no estaban llenos de hollín – Te has dado un buen golpe antes, e incluso se te ha roto la pierna ortopédica que llevabas. Ahora mismo te estaba haciendo un par de apaños, para que puedas largarte cuanto antes.
- Gr..gracias...gracias, señor fantasma.
- Deja de llamarme así, mocoso. La gente puede llegar a ser muy malhablada, y tú vas en camino.
Se alejó hasta una pila de ladrillo bastante grande, y sumergió las manos y la cara. Poco a poco, la arcilla que le había dado un aspecto pedregoso se desprendió, y la ceniza que le cubría dejó a la vista una piel bronceada y envejecida. El pelo por fin se bajo, y dio lugar a una melenilla que alcanzaba la altura del amplio mentón. En su barbilla, una larga y espesa perilla chorreaba, a lo que el respondió agitándose como un perro abandonado en la lluvia. Lo más curioso eran sus ojos, de un profundo y vivo azul celeste, aunque la mirada de cualquiera de perdía en la cicatriz, semejante a una grieta de la tierra árida, que recorría su ojo derecho.
Se quitó las pesadas ropas, y únicamente se quedó con unas botas negras de cuero, un pantalón negro también y un chaleco azul con numerosos bolsillos, dejando a la vista una musculatura algo escasa y un poco cargada de hombros. Se volvió hacia el niño, y le lanzó una serie de miradas seguidas de preguntas:
- ¿Cómo te llamas?
- Me llamo Timmy. Timmy Proudneck – el pequeño se mostraba más relajado, y pronto dio rienda suelta a su curiosidad -¿Y tú?
- ¡Oye, que yo hago las preguntas! Me puedes llamar Ixidor Bryce. ¿Dónde están tus padres?
- Mi papá me abandonó al nacer, porque me consideraba escoria. Mi mamá murió, porque yo estaba enfermo y me dio su “mélula”. Fue hace un par de semanas, y como el médico me dio unas cosas muy raras, “quiminosequé”, aún no me ha crecido el pelo – dijo descubriendo su cabeza calva, volviendo a ponerse de nuevo el gorro rápidamente.
- Ya veo –dijo como si no le importara demasiado- ¿Dónde vives?
- Antes tenía una casa muy, muy grande, arriba en el cielo; pero luego cuando mamá se murió unos señores con corbata y peinado de ir a ver a la familia se la quedaron, y yo me vine abajo. Ahora vivo en un bar donde las señoras bailando desnudas – dijo riéndose por lo bajo, divertido ante la situación – y trabajo allí llevando copas a señores que se tocan en el gusanito.
- ¡Bueno, vale ya! – le dijo apuntando a su cara con su mano izquierda, a la cual le faltaban la mitad de dos dedos. El muchacho miró extrañado y a la vez atraído, y sin contenerse preguntó.
- ¡Te faltan dos dedos! ¿Qué te ha pasado?
- Me los comió una tortuga en Wutai.
- ¿Qué es una tortuga?- Timmy otra vez estaba temblando, pues se imaginaba a las tortugas como enormes lagartos que tenían dos cabezas y que chillaban mucho, mientras que sus garras arrancabas los árboles del suelo.
- ¿Nunca has visto una maldita tortuga? – preguntó con un tono ligeramente enfadado Ixidor.
Acercándose a una mesa, cogió un cacho de arcilla húmeda y comenzó a moldearla. Poco a poco, la silueta del reptil con caparazón fue apareciendo; incluso las líneas de la concha estaban bien hechas. Cuando ya estuvo lista, la acercó al horno, y le enseñó la figurita al menor:
- Mira, esto es una tortuga. Puedes quedártela.
- Vaya, no sabía que las tortugas de barro pudieran comer dedos…
- ¡Eso no me comió los dedos, fue una tortuga de verdad la que lo hizo!
- No sabía que los fantasmas supieran hacer estas cosas tan bonitas… - dijo con un tono indiferente que provocó la ira de Ixidor.
- ¡Qué no soy un fantasma, carajo! ¡Soy un tío normal!
- ¿Y por qué tienes muertos en el techo?
- ¿Eso? ¿Lo dices por lo que vistes fuera?– volvió a la mesa y cogió un brazo. A la luz que desprendía el fuego, el joven pudo ver cómo el brazo estaba hecho de hierro. Era un brazo artificial, de una calidad bastante elevada. Sorprendido, Timmy usó su condición de niño curioso, y retomó el tema de nuevo.
- ¡Cuéntame tu aventura con la tortuga!
- ¿Pero que te piensas, que soy tu niñera o qué? – exclamó Ixidor; pero al ver la cara de enfurruñado que puso el niño, se rindió y comenzó el relato – Estaba en una misión en Wutai, perdido en la selva, cuando… ¡No me interrumpas!- dijo a voces al ver que Timmy daba saltitos sobre la butaca, abriendo ya la boca para preguntar – Estaba perdido en la selva, en unas maniobras de supervivencia cuando llegué a un oasis… A un lago, para que lo entiendas. Llevaba días sin comer, y cuando llegué vi a dos tortugas. Primero iba a comerme a una, pero era dócil e indefensa, y dejé que se marchara. Pero a la segunda me pegó un mordisco enorme en la mano…
- ¿Y qué hiciste? – preguntó excitado Timmy, con los ojos muy abiertos.
- ¡Le pegué en el caparazón hasta que se rompió y se murió! – Timmy hizo un gesto de asco, e Ixidor siguió – Se formó una pasta rosada, mezclando su carne con la sangre de los dos, y me la comí. Estaba muy buena…
- Qué asco… - dijo Timmy sacando la lengua y arrugando la nariz.
- ¿Oye, tú no deberías irte a tu casa… Digo, a tu bar de señoras desnudas?
Ixidor se dirigió a la mesa, y le trajo la pierna ortopédica. Tenía un par de remaches de metal, que servían para sujetar bien la pieza y evitar que quebrara más. Cuando el joven se la hubo puesto, el anciano le acompañó hasta la puerta; aunque Timmy no parecía dispuesto a marcharse:
- ¿Puedo venir otro día a que me cuentes más historias de tortugas?
- ¿Qué te has creído, niño descarado? – volvió a enfurecerse Ixidor, pero al cabo de unos segundos dijo con semblante agotado – Haz lo que quieras, pero no te prometo nada…
- ¡Gracias!
Desde el interior del callejón, Ixidor podía ver cómo Timmy se marchaba feliz, con su tortuga de arcilla en la mano. Aquel chico iba a darle quebraderos de cabeza, estaba seguro.
La muchacha del largo jersey blanco parecía extranjera, tenía aquella expresión de incertidumbre, acongojo y cierta aversión que solía mostrar la gente que llegaba por primera vez a la inmensa ciudad. Subió por la amplia calle principal del Mercado Muro y se perdió entre la muchedumbre.
Atardecía, al menos así lo indicaban los luminosos números que marcaban la hora en el escaparate de la relojería Swssotzs y la cada vez menos cantidad de niños pequeños en la calle lo corroboraba. Para Isaiah aún era temprano, hacía media hora escasa que se había levantado de la cama; su vida se asemejaba más a la de los vampiros de las novelas de terror: despertando al caer la noche y acostándose al despuntar el día.
Había conseguido salir del pequeño piso sin ser visto por ninguno de sus familiares, se esforzaba porque esto fuese así, no le gustaba que nadie controlase lo que hacía, sobre todo porque sabía que ellos sabían que nunca salía por un buen motivo. Caminó dando grandes zancadas con su paso desgarbado y encogido, no tardó mucho en salir de Mercado Muro y llegar al parque abandonado en frente del portón que sellaba el Sector 7, los motoristas precoces que se divertían haciendo carreras en la desvencijada carretera que unía los Sectores 6 y 5 se retiraban ya en mitad de profusas carcajadas, riéndose de la caída de éste o aquel, con evidente camaradería.
Isaiah tomó asiendo sobre uno de los columpios con forma de cabeza de gato rechoncho, aún había clavado en él una enorme astilla de metal que había salido disparada durante el derrumbamiento de la placa vecina. Rebuscó entre los bolsillos de su ajada guerrera que una vez había sido parte de su uniforme militar, sacó una piedra del tamaño de una moneda, un mechero y papel de fumar. Chamuscó ligeramente la punta de la piedra y esta cedió bajo la presión de sus dedos, transformándose en tiras de hierba seca que dejó caer sobre la liviana hoja de papel, repitió el proceso un par de veces hasta depositar una considerable cantidad de escoria sobre la hoja. Guardó la piedra a buen recaudo en el bolsillo de su pecho y sacó un pitillo, lo abrió por la mitad y depositó el tabaco sobre la hierba, arrancó la boquilla y la puso en un extremo de la hoja, la enrolló con delicadeza, asegurándose de que nada quedaba fuera, luego se lo llevó a la boca para lamer con cuidado uno de los lados del finísimo papel y lo pegó, formando un cilindro nada perfecto de un dedo de grosor. Lo encendió y por fin dio una honda calada, el humo le raspó la garganta con un regusto exquisito, soltó aire por la nariz y emitió un gemido apagado. Una presión comenzó a nacer justo en medio de las cejas, creciendo y expandiéndose a todo el centro de la frente, de pronto se liberó y su cuerpo ya no pertenecía al mundo…
… Pero su mente se aferraba a él con desespero, aunque ahora podía enfrentar algunos de sus problemas sin su característica irascibilidad, de forma objetiva, casi ajena. Pensó en cómo había llegado a todo esto, le gustaba darse ese aire de héroe trágico e incomprendido que había regresado de una guerra que no fue tal con el peso de la muerte de un hermano sobre sus hombros. Era su excusa para comportarse como un perfecto yonki antisocial, dar malas contestaciones y evadirse de todo aquello que requiriese de él responsabilidad, incluyendo el ser un ejemplo para su hermano menor.
Ah… qué malas eran las comparaciones y los ejemplos cuando el otro lado del espejo era el genio de la familia, Elijah, el buen hijo, gran soldado y mejor persona. Desde su infancia había sido el paradigma de la perfección, cierto es que había tenido sus grandes errores y rebeldías pero supo enmendarlos para convertirse en aquel que servía de icono para los demás. Isaiah era el travieso, el difícil, no había maldad en él, tan sólo la incapacidad de llegar al nivel que su madre le exigía para poder comenzar a compararse con Elijah. Siempre había sido la sombra que realzaba la luz, el antagonista que hacía valioso al protagonista, la eterna oveja negra. Llegaba a odiarse a sí mismo cuando odiaba a Elijah por intentar ayudarle, por ser tan bondadoso y compartir con él todo cuando sabía y tenía, parecía querer demostrarle cuánto más por encima estaba él, sabía que no era así… pero sabía que no podía evitar pensarlo.
Y él cayó, el buen hijo quedó atrapado en una casa en llamas durante la revuelta de Corel. Y Isaiah había deseado y negado eso a sí mismo mil veces, la oportunidad para poder hacer algo valeroso, ser la luz, el caballero, el bienhechor… pero su valentía no estuvo a la altura, fracasó, el fuego era incontrolable, ni siquiera pudo acercarse lo suficiente para derribar la puerta. La vorágine de luz y calor naranja reclamaba el edificio para sí; no había entrada, no había salida, sólo el fin. Tal fue el fin de Elijah, una vida corta y brillante, como una estrella fugaz, se permitió pensar el macabro chiste de que ambos habían desaparecido de igual modo, pero no hubo maldad en tal pensamiento, ni odio ni envidia, tan sólo un respiro que concedió a su atribulada mente, sabía que su hermano, de poder leer mentes ajenas desde el más allá -si tal cosa existía- no se lo reprocharía.
Una nueva calada lo trajo al presente, era testigo y culpable de la desdicha reciente de su mermada familia, su madre había invertido en él grandes cantidades de tiempo y dinero para poder hacerle encarar la vida sin la lacra de una muerte tras de sí. Ella era fuerte, lo era de verdad: hija, esposa y madre de militares, ella misma era fiscal militar, había encarado y superado la muerte en acción de padre, marido e hijo y ahora sacaba adelante como podía a un adolescente y la garrapata que él mismo era. Nunca la había visto llorar, pero desde hacía años tampoco la había visto sonreír… si pudiera ser como ella, disciplinar sus sentimientos, someterlos a su voluntad… ¿de verdad quería eso?
“Ahora que Elijah no está deberás ser un buen ejemplo para tu hermano”
Había dicho tras el funeral, reflexionó sobre ello, ¡qué pésimo ejemplo sería! No había nada que pudiera enseñar, que pudiera compartir, él mismo no se respetaba ¿Cómo iba a conseguir el respeto de nadie? La idea era absurda, una completa estupidez, no era más que un miserable yonki que temía enfrentarse a los ojos de color oliva de su hermano, tan terriblemente similares a los de Elijah. Sí, un miserable, triste y prescindible. Había rehuido todo tipo de contacto con aquellos que le querían, había rechazado toda mano que se le había tendido, no tenía trabajo, ni dinero propio, había robado cada billete que llevaba ahora en la desgastada cartera de la pequeña caja metálica escondida tras el somier de la cama de su madre; una vaga sensación de falso triunfo le invadía cuando cometía esos pequeños hurtos, pero había algo que le decía que su madre sabía que lo hacía y siempre dejaba dinero allí, era tan miserable que todos se daban cuenta de ello e incluso le ayudaban a serlo un poco más
Se recostó sobre la cabeza deformada del gato, las luces de la placa superior titilaban, queriendo ser verdaderas estrellas que coronasen un pequeño cielo, podía meterse con algún tipo grandote y feo y dejar que le diese una paliza de muerte. Sí, haría daño a su madre, pero a la larga sería mejor, al menos podrían volver a su casita con jardín sobre la placa, dejarían de respirar el cargado aire de los suburbios, volverían a ver los amaneceres y anocheceres, las verdaderas estrellas bailando sobre el inmenso terciopelo azul que tapizaba la noche.
Se levantó sin resolución alguna, las ideas iban y venían, ninguna quedaba retenida por largo rato. Se pasó la mano por el cabello oscuro, sacudiendo algunos restos de gravilla. Paseó con lentitud, observando como si fuera la vez primera los tubos de neón que daban forma a palabras y dibujos en Mercado Muro, algunas jovencitas -y no tan jovencitas- paseaban la mercancía, lanzando obscenos mensajes a los transeúntes. Se encaminó por un pequeño paso tras el gimnasio y llegó hasta una pista exterior llena de baches, en el interior del recinto había tres personas, enlazó los dedos en la rejilla, miró de soslayo a las dos figuras, el chico pelirrojo botaba un balón de baloncesto mientras charlaba animadamente con otro un poco más alto de pelo negro engominado, no muy lejos de ellos un hombre adulto con gafas oscuras vigilaba, parecía un chofer. El menor lanzó a canasta y encestó, el otro soltó un aullido de desaprobación y mencionó algo sobre faltas en tono de broma.
Los miró largo rato, embobado, no pensaba en nada, seguir el movimiento requería de todos sus embotados reflejos. A penas se dio cuenta cuando el partido acabó y los jóvenes se despidieron, el del cabello negro engominado marchó en un lujoso coche en dirección a la placa superior, el pelirrojo se acercaba a él con un amago de sonrisa en sus joviales facciones.
- ¿Qué haces aquí? – preguntó con una mezcla de reproche y diversión.
- Mirar el partido – contestó él, con voz pastosa y gastada.
Los ojos verde oliva se le clavaron como dos puñales, estuvo a punto de volverse y dejar a su hermano sólo en la pista, pero los resistió, le devolvió la mirada a través de sus parpados cansados y sus oscuras ojeras. El incómodo silencio comenzaba a hacerse demasiado denso, el más joven amagó un paso, pronto Isaiah se pronunció sin pensar.
- Juegas bien.
Palabras sencillas, honestas, no había intención en ellas de romper el silencio por el único motivo de no poder soportarlo. Al chico se le iluminó el rostro, ver a su hermano era cosa rara, hablar con él prácticamente inexitente, no sólo se alegró por el elogio, sino porque Isaiah se parecía por fin a lo que en un tiempo fue, un hermano socarrón y bromista, a veces con mal temperamento pero un gran tío. Había echado de menos esa parte de él que admiraba.
- Gracias – respondió.
La sonrisa que acompañó cada silaba pronunciada supuso para Isaiah una especie de punto de partida, como si Elijah se hubiera asomado para perdonarle. Aún quedaba muchos errores por enmendar, mucha mierda que limpiar y muchas confianzas que recuperar, pero pensó que quizá si pudiera enseñarle algo a su hermano pequeño Aaron, no era perfecto, no era sobresaliente, ni un buen hijo ni una gran persona, pero sabía mucho sobre errores y podría enseñarle a no cometerlos.
- ¿Ese es mi balón? – preguntó señalando el esférico.
- Como tú no lo usabas…
- Un día te enseñaré a encestar de espaldas… cuando dejes de hacer trampas para encestar – rió el mayor, parecía más joven que hacía un momento.
- Eres un capullo – refunfuñó el menor, sabiéndose cazado por un ojo experto.
¿Me llamaste antes? Lo siento, estaba en el laboratorio. Sí, era yo. ¿Dónde estabas? Ah, es verdad. Bueno, déjame en paz, no puedo acordarme de todo. No claro tú sí, ya lo sé. ¿Si qué? No, aún no llegué a casa. Digo yo que no se morirá de hambre por no comer en ocho horas. No es un elefante. Que no. ¡Dios! Vale. Ah sí, eres tú la que me pregunta chorradas. ¿Recuerdas ese SOLDADO del que me habías hablado? Brannan, el mismo. No pertenecía a SOLDADO como tal, formaba parte de otro proyecto del Dr. Hojo, se le incluyó en la unidad como parte del experimento. Él mismo lo ha dicho, le encanta presumir de sus éxitos. Yo tampoco. No creo, los Turcos ya se han encargado de elaborar la lista. No. Otra cosa, quieren que termines la investigación. Eso no les importa. Lo quieren de vuelta. Tienen miedo de le ocurra lo mismo que estos que… eso mismo. Ya sabes que no creo que eso sea posible. En ese caso encárgate de ellos. No les importa. Haré todo lo que esté en mi mano. Lo sé. Te veo en casa.
El Dr. Connor Wolfe colgó el teléfono de su oficina con expresión seria, acarició la cicatriz que cortaba su labio con la yema del dedo, recorriéndola de arriba abajo lentamente, meditando. Sobre su espacioso escritorio había una pequeña montaña de archivadores y ficheros, todos ellos con el sello “Confidencial” en rojo sobre la cubierta de cartoné. La luz del atardecer se filtraba por la persiana parcialmente echada arrojando rectángulos luminosos sobre parte de la pared paralela y todo objeto que estaba a su paso. Las cosas se estaban complicando cada vez, desde la caída de la placa del Sector 7 el mundo parecía irse poco a poco a bajo. El “regreso” de Sephiroth, arma, ese monstruo colosal, atacando Junon y sobre todo el dichoso meteorito cuyo fulgor parecía convertir la noche en día. Comprendía a aquellos SOLDADOS que se habían vuelto en contra de todo y todos, ¿qué sentido tenía vivir sabiendo que el final estaba tan cerca?. El Dr. Wolfe no podía hacer demasiado desde su laboratorio pero sabía que mientras había vida había esperanza. En el Departamento de Defensa ya se hablaba de un plan para destruir, o como poco desviar, al meteorito.
Él debía seguir con sus investigaciones, sus órdenes eran claras, debía terminar su trabajo en un experimento que se había visto interrumpido hacía cinco años. Se había acabado el observar, tocaba actuar.
Hacía una noche perfecta en Nibelheim. Las estrellas brillaban fuertemente en el cielo, lanzando fugaces destellos azulados sobre el pueblo e iluminando el molinillo que se alzaba en el centro del mismo. El silencio predominaba en el lugar, y era levemente interrumpido por el sonido de las aspas en el giro del molino, que lentamente rotaban sobre su eje gracias a la suave y fresca brisa que se filtraba por las montañas Nibel, pero no era el molino lo único que reflejaba la luz de las estrellas…
- Míralos a ellos. ¿Qué estarán tramando? - susurró la chica, oculta tras una de las múltiples casas que cercaban el molino. Su larga y rizada cabellera le caía por encima de la cintura, cintura perfeccionada con sutiles curvas y que solía convertirse en el deseo de más de uno. Esa noche vestía un jersey blanco y largo con capucha y que cubría poco más de los muslos. Bajo el jersey (o lo que debiera ser el comienzo de las caderas) pendía un pantalón, ni muy ancho ni muy ajustado y de color negro, que finalizaba en unas botas, de color marrón oscuro. Se volvió inquisitivamente hacia su compañero, que miraba ausente a la mansión abandonada que se alzaba tras las casas.
- ¿Tú que dices, eh? – sonrió la chica.
El chico dio un respingo. Desde luego, no estaba muy atento a lo que decía su compañera.
- Genial. Esa parejita de enamorados nos quita el sitio y tú ni le haces caso. ¡Ja! ¡La verdad es que no se para qué me has llamado esta noche! – bromeó ella.
El joven alzó la mirada, más obligado que otra cosa, hacia el molino. Allí se podían apreciar dos figuras sentadas en uno de sus polletes, espalda contra espalda y mirando el cielo.
- Oh...Menudo fastidio… nos han quitado el sitio. - se mofó el muchacho, poniendo tono de falsa tristeza y arrastrando las palabras.
- ¡Encima te ríes! ¡Esto no puede ser! ¡y yo creí que te importaba…!
- Si por algo te llamé, Mirlen, no era para sentarnos otra vez en el molino, como tantas veces hemos hecho ya.
- ¿Entonces? – se volvió extrañada a su compañero, que se miraba en ese momento a una de las ventanas de la ventana. La chica hizo lo mismo, observando su reflejo. El joven era un poco más alto que ella, y su rizada cabellera, negra también, le caía sobre los hombros. Tenía un semblante serio, como ella, y pocas veces sonreía. Vestía una camiseta negra oscura, que marcaba levemente sus músculos y llevaba unos pantalones de color azul oscuro que ocultaban la mayoría de su calzado, botas negras. Al darse cuenta de que lo miraban, el chico se giró rápidamente.
- Esta noche te noto un poco raro Egal…
- Si bueno, eso es porque… - buscó con la mirada algo. ¿Una excusa tal vez? Buscó… buscó… y se encontró con los ojos de Mirlen.
- ¿sí?
- Porque… tengo que… decirte algo importante.
- ¿importante…?
- Sí, veras…
Egal se giró rápidamente y comenzó a caminar por detrás de las casas, rumbo a la mansión. Encogiéndose de hombros, la chica lo siguió.
- Llevaba bastante tiempo queriendo decírtelo ¿sabes?
- Me estas asustando, quieres dejarte de misterios…
- Sí, sí…bueno… la verdad es que… - volvió a callarse. Mirando al suelo, esquivaba los árboles y todo tipo de obstáculos que se escondían tras las casas de Nibelheim, tal era su costumbre de atravesar aquellos vados (porque estaba ciertamente prohibido atravesar por allí). No se escuchaba apenas los pájaros piar y las hojas se mecían levemente, ocultando así la luz de las estrellas.
- ¿Quieres soltarlo de una vez? ¡Me pones de los nervios cada vez que haces eso!
- Esque es complicado. Todo parecía tan sencillo cuando lo ensayé en el espejo de mi casa…
Ante ellos apareció la verja trasera de la mansión. El óxido corroía el metal y le daba un tono más lúgubre de lo normal. Tras ésta, los jardines, llenos de flora y vegetación descuidada, cubrían la fachada de la mansión, que a estas alturas podemos deducir que estaba del todo abandonada.
- ¡Suéltalo!
- Está bien. La verdad Mirlen… yo quería decirte…
- ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!
- ¿Pero qué demonios…?
La chica se giró asustada. Tras los matorrales comenzaron a salir niños y niñas, gritando y canturreando algo así como “Cumpleaños feliz…” o algo así. Le lanzó una mirada a Egal, el cual estaba sonriendo.
Eso es… te quería decir… feliz cumpleaños. – susurró entrecortadamente mientras intentaba librarse del abrazo que le estaba dando Mirlen. Eran las doce de la noche y había cumplido dieciocho años… los dieciocho años más felices de su vida…
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- Dicen que se lo han llevado…
- ¿Y por qué?
- No no… creo que se fue por su propia voluntad…
- ¿Qué dices Ephel? ¡Cómo podría Egal hacer una cosa así! ¡Sabes lo que opinaba sobre Shinra!
- Bueno, mejor dejémoslo por ahora. Mirlen está dormida, no deberíamos despertarla.
La voz de Ephel y Neam la despertó. La noche anterior había sido una verdadera locura y apenas recordaba cómo había llegado a su casa. Se desperezó levemente y se incorporó en su cama, rascándose vagamente su rizada y enmarañada cabellera.
- ¿Qué decís de Egal…? – pronunció, con la voz ronca.
- ¡Cariño! ¡Te has despertado! – Ephel, el chico más alto, se acercó a ella para darle un beso en sus tiernos labios. La chica sonrió.
- ¿Estas aquí porque es mi cumpleaños, verdad? ¡No teníais que haberos molestado, con lo de ayer fue bastante! – se volvió a tumbar en la cama, cerrando los ojos.
- Mirlen, tenemos que…
La otra voz, que fue acallada por una mirada fulminante de Ephel, provenía de otra chica, delgada y rubia. Muy consumida para su edad.
Al notar el silencio incómodo, abrió un ojo.
- ¿Qué ocurre…?
- Verás… es sobre Egal… él… - comenzó a decir Ephel.
- Se ha ido. – zanjó Neam.
- Jajaja… claro que se ha ido… era muy tarde ayer y tenía que volver a su casa…
Volvió a predominar silencio en el cuarto. Mirlen abrió los ojos de nuevo. Algo iba mal. Incorporándose miró a sus dos amigos.
- ¿Verdad…?
- No está en el pueblo. Ayer le vi con mis propios ojos subirse al camión de alistamiento de Shinra.
- ¿¿Qué?? – la congoja se apoderó de la chica. Ahora empezaba a comprender en extraño comportamiento de su compañero... tenía que decrile algo... importante... Pero... ¿cómo?
¿Cómo era posible? ¡Él odiaba a Shinra! No… no podía ser… tenía que ser una broma… Sus ojos se volvieron borrosos y una lagrimilla comenzó a resbalar por su mejilla izquierda.
- Mirlen… no sé cómo ni por qué…
- Dejadme sola… por favor…
Neam asintió, saliendo de la habitación. Ephel hizo un ademán de sentarse a los pies de la cama, pero la chica se lo impidió.
- Sola, por favor. - apenas pudo pronunciar esas palabras.
El chico se extrañó… a pesar de la relación amorosa que tenía con ella… daba igual… decidió hacerle caso. Justo antes de cerrar la puerta, pronunció preocupado:
- No sé la importancia que le dabas, Mirlen… pero él se ha ido… y se ha ido ÉL. Nosotros seguimos aquí.
- ¡Márchate!
La puerta se cerró con un portazo.
La chica se echó en la cama, abrazando la almohada y ahogando sus sollozos en ella.
Tenía algo que decirle… tenía algo que decirle y no pudo hacerlo…
Su corazón ardía de dolor… estaba ardiendo… se estaba quemando… se estaba quemando…
El rugir de un motor de gran cilindrada la despertó. Para cuando se hubo dado cuenta de dónde estaba, la moto estaba ya lejos de su alcance. Estaba tendida bocarriba, sudando a chorros y el traqueteo de la máquina en la que estaba subida le ayudó a recordar dónde estaba… Se deshizo de las bolsas y sacos de suministros que utilizaba para esconderse en la parte trasera de la camioneta y rodó hasta quedar en el borde. Esperó un poco, a que el conductor aminorara la marcha y entonces se dejó caer a la carretera. Pesadamente, y aún mareada por el despertar, se levantó del suelo y se sacudió el polvo de su jersey blanco... exactamente el mismo que llevaba dos años atrás en su cumpleaños. Al recordar ello, se entristeció un popco y su corazón rememoró los momentos que había pasado en Nibelheim... y las pesadillas que a partir de ese momento asaltaría su mente... tanto tiempo había pasado desde la partida de su amigo... y tan recientes tenía sus sentimientos...
Alzó la mirada, apesadumbrada y confirmando así que no se había equivocado de destino: Midgar. La gran placa se alzaba majestuosa sobre su cabeza, impidiendo el acceso de la luz solar y dándole un tono de pobreza total a la zona de los suburbios. Había escuchado historias sobre el hambre y el aspecto de los sectores de Midgar, pero aquello suplía con creces todo lo que habría podido imaginar de una ciudad cuya mayaría de la población vivía absentos de luz solar. Las carreteras apenas se podían diferenciar del terreno y los vehículos (los pocos que circulaban), tenían que atravesar por tablones de madera improvisados como puentes entre grieta y grieta que aparecía en el asfalto. Las paredes estaban manchadas de mugre y suciedad y apenas se podía apreciar rastro alguno de árboles u otra especie vegetal, motivo por el cual aparecían tantos mendigos y gente tirados en el suelo con aspecto demacrado y consumido.
Asustada, decidió apartar la mirada para toparse con una patrulla de soldados Shinra. A pesar de llevar el casco, la chica podía adivinar perfectamente la mirada con que la observaron. A pesar de todo, los soldados siguieron de largo y se internaron en una especie de bocacalle a la derecha, de donde se escuchaba el sonido alborotador de gente… ¿acaso era un mercado? Recordó el motivo por el que estaba en esa maldita ciudad y, armándose de valor, siguió a los soldados. Podía ser cualquiera de ellos… tenía que estar cerca... y qué mejor lugar que el… Mercado Muro.