viernes, 30 de mayo de 2008
Paris 8D
Parece que le ha crecido el pelo desde la última vez que lo dibujé, no?
PD: blood makes things look hotter lalala~
viernes, 23 de mayo de 2008
120.
Un pequeño reloj de pulsera resonó en la muñeca del mendigo. Levantando la manga del sucio abrigo, dejó ver una belleza de oro antigua valorada en varios miles de guiles. El encorvado y mugriento vagabundo se rascó la barba negra de varios días, y se apartó hasta un par de contenedores en la sombra del alto edificio del suburbio. El largo abrigo raído tenía varios agujeros, a través de los cuales se podían ver los destrozados pantalones negros y la desvaída y grisácea camisa. En las punteras de los zapatos asomaban unos pequeños dedos, bastante limpios y de uñas cuidadas y arregladas, cosa que sorprendía pues con semejante roto en el calzado era algo milagroso que aún conservase los dedos intactos, ya fuera por las pandillas de gamberros o por las ratas hambrientas. El harapiento lanzó un último berrido animal, y comenzó a sonreír. Se refugió tras los contenedores, y comenzó a desvestirse.
Al cabo de unos minutos, una figura totalmente opuesta salía del mismo lugar: era un hombre mejor trajeado que el anterior, con el pelo antes revuelto ahora mejor peinado aunque todavía sucio. Llevaba una vestimenta similar a un frac, con unos mocasines de cuero negro brillantes y lustrosos. Era la apariencia de un alto ejecutivo en la dirección de Shin-ra: eso sí, un ejecutivo algo descuidado en su imagen, debido al pelo y barba mal recortados y sucios.
Junto a su antiguo puesto de petición de dinero, había un bar bastante limpio para la zona en la que se encontraba, donde unas cuantas personas bebían algunos cafés, los menos tomaban pequeños vasos de cerveza, y un hombre se encontraba tirado en la barra del bar, junto a una botella de cristalina ginebra. El empresario se acercó a ese hombre:
- Muchas gracias por permitirme cumplir mi sueño. ¡Siempre había querido sentir lo que se siente siendo pobre! – tenía un fuerte acento sureño, pero a la vez era seguro y denotaba confianza en sí mismo – Aquí tiene: lo que he conseguido recaudar durante el día, y un cheque al portador de 1500 guiles, para que se los gaste en lo que más le apetezca. ¡Gracias de nuevo!
- A mí… A mí déjeme… Déjeme en paz, oiga… - dijo arrancando el papel de las manos del sonriente millonario el ebrio hombre, que apestaba fuertemente a sudor y a alcohol, y tenía un ligero deje en las palabras, a causa de la bebida - Puede usted… Puede ir largándose con viento ¡hip! fresco, con sus millones y sus putas de lujo, y con sus… Con sus manías de pobre ricachón.
- Gracias de nuevo – repitió el altivo hombre, sin perder un ápice de su singular sonrisa ni torcer su gesto – Y recuerde: los millonarios pobres son raros, pero los pobres que valen millones son más raros todavía.
Dicho eso, el hombre con el traje negro se dio la vuelta, y desapareció entre los cristales de la puerta del establecimiento, en el cual quedaron aquellos que bebían café, los pocos que tomaban cervezas, y el único que se servía ginebra: el antiguo investigador Gerald McColder.
Un historial casi impecable, donde sólo existía una mancha: Tombside. El gran asunto pendiente, el gran fallo que nunca debió cometer: permitirle burlarse de él.
El alcohol de su sangre dejó libres sus sentimientos, y se puso a gritar como un loco, lanzando la botella contra una televisión que daba noticias de los últimos actos de Turk en la ciudad. Varias personas chillaron, y otras tantas se acercaron para detenerle, recibiendo como tal una salva de golpes circulares mal dirigidos, acompañados de berridos y revolcones por el suelo. Dos hombres fornidos que habían estado bebiendo en un rincón le cogieron por los brazos y le lanzaron contra el polvo de la calle, donde apareció un charquito mezcla de sangre y saliva.
Lloró. En una extraña mezcolanza de embriaguez y pesadumbre, motivada por los recuerdos y la mente nublada, las lágrimas brotaron de sus ojos marrones, escurriéndose por sus arrugadas mejillas y perdiéndose en su recortada perilla. A medida que su mente se despejaba, comenzó a vivir su historia…
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Su mente se remontó veinticinco en el pasado, cuando solamente era un mozalbete de apenas 22 que acababa de ingresar en los preparatorios para Turk, queriendo imitar a aquellos grandes hombres y mujeres de los que tantos otros habían hablado: Warren McCluskey, Sarah Lindley, o Igor Krakoyief.
Su imagen distaba mucho de ser aquel viejo de pelo revuelto y canoso, perilla y numerosas arrugas, siempre tapado por camisa y chaqueta bien abrochada: en aquel verano de 1982 era un joven de pelo largo hasta la base del cuello y moreno, con la piel tersa y los ojos marrones llenos de vitalidad, sin ese párpado que caía ligeramente sobre el ojo derecho. Siempre bien afeitado, en ese momento estaba tirado encima de la cama de su apartamento, con la camisa blanca desabrochada y con un tatuaje de letras procedentes de Wutai en el abdomen: era su marca distintiva, aquella seña que distingue a cada Turco del resto de miembros de la división. La habitación era todo el recinto que componía su pequeño piso alquilado, donde en ese momento se escuchaba música, una extraña mezcla de blues, rock y funk, al tiempo que daba pequeñas caladas a un cigarro liado que se consumía poco a poco en un mar de humo. De fondo se oían los gritos de los vecinos, quejándose por el ruido, aunque Gerald hacía caso omiso: tres años de entrenamiento para SOLDADO habían servido para aprender a concentrar los sentidos y alejar de ellos lo indeseable.
Dos suaves golpes en la envejecida puerta rompieron la calma. Cerrada por un cerrojo de cadena y una llave mal colocada en la cerradura, parecía que de un momento a otro iba a caerse por su propio peso. Bajando de la cama, movió la llave y abrió la puerta sin quitar el cierre superior, de manera que la cadena permitía abrirla lo suficiente como para que el humo escapase de su habitación para llegar al pasillo, donde se mezcló con el aroma a comidas y el polvo de las obras que embadurnaba el sector por completo.
En el exterior, otro joven compañero de la misma promoción esperaba, bien estirado: de veintitrés años, aspecto impoluto y bien cuidado, con un pañuelo blanco en la solapa de la chaqueta negra y el pelo cortado y bien peinado, aquel tipo había pasado el tiempo en una tropa de adiestramiento especial de desactivación de bombas, traspasándose a Turk al haber salvado a dos compañeros ineptos de morir por cortar un cable equivocado. Su nombre: Antonio Chandler, hijo de ejecutivos importantes y un niño de papá que necesitaba que se la mamaran suavemente y con servilleta de seda.
- Tenemos que presentarnos en el Cuartel Central, dentro de una hora, agente McColder – soltó el recién llegado con una pedantería innata, digna de los miembros más destacados de la sociedad. Su tono era neutral e impasible, sin poder definirse entre grave o agudo.
- Pues llámame dentro de 45 minutos. Ahora, sí me dejas, volveré a encerrarme con mi querida novia: doña marihuana. Y quizás me monte un trío con ella y una señora botella de ginebra, así que mejor ven cuando queden cinco minutos. Ya atropellaremos a una vieja para llegar a tiempo.
- Me temo que no va a ser posible: tenemos que ir cuanto antes para ingresar nuestros nombres dentro de la Residencia de Aprendizaje de Turk.
- Grrr… En fin, otro día será, muñeca. Vamos, maldito bicho raro embutido en traje de asesino – dijo cogiendo la chaqueta negra que descansaba sobre la única silla de la habitación y quitando la cadena.
Abajo en la calle, dos gigantescas excavadoras sacaban arena de la acera de enfrente, justo donde se iba a construir en un futuro próximo un bonito cine porno. Les esperaba una limusina negra, donde un hombre vestido con gorra y traje bonito les abrió la puerta antes de introducirse a conducir el coche. “El coche del papaíto de este chupapollas”, pensó Gerald, que rápidamente se lanzó a por la botella de licor que descansaba en el lateral. Relamiéndose, prestó más atención a su vaso de whisky de única destilería que a su compañero de viaje.
Una vez el coche se hubo detenido y los dos nuevos Turcos salieron del vehículo, pudieron ver un enorme edificio de la placa superior, situado en el centro de la ciudad: el Edificio Shin-ra.
Aunque la simple visión de su altura impresionaba, Jerry solamente quería entrar allí y salir cuanto antes para comenzar a repartir golpes y disparos. Andando a gran velocidad, marchó hacia la puerta.
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- Os he llamado a todos, pequeñas ratas de cloaca, porque mañana mismo vamos a hacer una pequeña incursión en las montañas cercanas a Kalm, de manera que os entrenéis. Y cuando digo entrenaros, putos bastardos, quiero decir prepararos para el mundo de Turk, en el que protegeréis y serviréis: ¿Queda claro, desgraciados comemierdas de mamá? – el instructor que gritaba era un viejo decrépito, cuyo único pelo crecía en las numerosas verrugas que cubrían su cabeza.
- ¡Señor, sí, señor! – dijo una oleada de hombres uniformados con el típico traje negro y la blanca camisa, aunque cada uno con una marca que lo hacía único.
Los cincuenta hombres uniformados fueron conducidos a uno de los cinco camiones que había, donde subieron a tropel y que apenas tuvieron la amabilidad de esperar a que el último de ellos se hubiera subido para arrancar. Durante medio día de viaje en el cual no se respetó ni la velocidad establecida ni nada que existiera en el camino, nadie dijo una sola palabra: todos miraban al suelo, examinaban a sus compañeros, y un imbécil que parecía vestido para la primera comunión se limpiaba los zapatos con un pañuelo de seda similar al que llevaba en la solapa de la abrochada chaqueta, cosa increíble para el tórrido sol que quemaba a los ocupantes de la parte trasera del vehículo, a pesar de encontrarse bajo la sombra de la lona.
Una vez llegaron, todos volvieron a bajar de la misma manera que subieron: empujados por los instructores. Más de uno y más de dos era golpeado cuando los superiores descubrían algún imperfecto en el traje a causa del viaje: éste era su distintivo, y tenían que conservarlo como conservaban la piel. Y hasta que se ganaran el suyo propio, ese atuendo de aprendiz debía ser como si de su miembro viril se tratara.
Uno a uno, cada miembro del primer año de instrucción recibía una mochila que ocupaba bastante, además de un golpe en la nuca con la palma de la mano y un grito de advertencia, además de ser una orden:
- ¡Vete al puto barracón ahora mismo y cámbiate, nenaza! Tienes diez minutos para ponerte el traje de campaña y preparar tu equipo, porque si no lo haces te vamos a atar a las duchas con el culo en pompa, dispuestos a dejártelo tan grande que podrás meter la cabeza en él. ¡Y deja tu puto traje bien colocado, mierdaseca!
A los diez minutos acordados, cuarenta y ocho de los cincuenta ya estaban preparados, con un traje de camuflaje militar, botas y la mochila a la espalda, mientras que los dos restantes eran conducidos desnudos a una caseta apartada, donde se encontraban unas duchas.
- Bien, nenitas, estas dos señoritas ya van a comprobar cómo las gastamos en Turk cuando se desobedece. ¡Ahora mismo vamos a atenderos, cariñitos: id calentando para recibir! Mientras tanto, vosotros iréis con cuatro instructores más a aquellas montañas de allí, esas que tienen mucha vegetación y rocas. El objetivo es simple: debéis sobrevivir durante tres días, protegiendo al objetivo que hemos asignado en cada grupo, hasta un total de doce. El líder del escuadrón es quien debéis proteger, siguiendo sus órdenes. Trataos con dureza, pues los instructores que os capturen no solo os lo harán pasar mal, sino que os traerán aquí para la ronda de castigo. Tenéis equipamiento suficiente en las mochilas, aunque es inevitable que muera alguno en estas misiones: siempre algún tonto se emociona demasiado, o no cumple con el objetivo. ¡Así es Turk, sí no sois los mejores ya podéis largaros con viento fresco a las duchas y luego a casita, a comerle el coño al perro! ¡Ale, a la puta carrera!
En ese momento, cuarenta y ocho personas marchaban a las montañas.
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- ¡Que no, Jerry, que por ahí van a descubrirnos!
- ¡Te digo que no, cojones, que esa zona está más abandonada! Es un puto llano, está al descubierto y es de piedra. ¿Quién cojones va a esperar que nadie vaya allí?
- Yo creo que no tienes razón, McColder. Seguro que alguien ha pensado en eso y nos está esperando – dijo con su tono pedante Chandler, que en ese momento estaba bien oculto entre la maleza, disimulando mucho mejor que el resto de sus compañeros.
- ¿Podéis decirme quién va a estar allí? Dime, tú esperarías que un grupo se exponga en el lugar más evidente de la Tierra, ¿no es así?
- No, yo no, pero… - dijo el cuarto compañero, con cara de alelado: parecía un milagro que hubiera sido capaz de ingresar en Turk.
- ¡Pues ya está! Además, me designaron como jefe de grupo, y yo mando. ¡Cojones!
Todos hicieron caso de un Gerald pintado por completo con tonos verdes oscuros y negros, con la camisa también desabrochada igual que siempre. Lentamente, y con mucho cuidado, se encaminaron hasta la zona que delimitaba el espeso bosque lleno de helechos y maleza con un campo de piedras grises, despejado de vegetación y bajo un cielo cubierto de nubes que anunciaban tormenta.
Justo en el límite, una voz grave y aspirada habló desde la nada:
- Vaya, vaya. Parece que tengo aquí a unos pajaritos que quieren una ración de dolor y sodomía.
- ¿Pero cómo cojo…? – preguntó visiblemente enfadado Jerry, apuntando con su machete en diversas direcciones de manera muy rápida. Estaba bastante nervioso.
- ¿En serio creías que no pensaríamos que nadie vendría aquí? Sabíamos que alguien lo iba a hacer, pensando que nadie se expondría. Y por eso pusimos a los más idiotas como líderes de grupo. Ahora, si tenéis la amabilidad de seguirnos.
Al instante, una punzada eléctrica dejaba inconscientes a los cuatro integrantes del grupo, que cayeron sobre las rocas del suelo.
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- Bien, señoritas. Este año ha estado muy bien: sólo han muerto diez personas, y únicamente treinta capturados, además de los dos gilipollas del inicio que han sido expulsados. Nenitas, creo que va siendo hora de volver a casita a que mamá os ponga pomada en el culete.
La gente estaba agotada, y se la veía visiblemente enfadada o cansada de todo aquello. La mayoría habían sido capturados por culpa de sus acciones, aunque tres de ellos estaban particularmente mal, acumulando una ira irrefrenable contra un único blanco: Gerald McColder, quien les había conducido a la captura y posterior humillación. No dijeron ni una sola palabra, pero la triada sabía que aquello no iba a quedar sin castigo.
El regreso fue igual que el viaje de ida: las mismas prisas, que esta vez sí que dejaron a alguno en el camino, el silencio sepulcral, los golpes por el respeto al traje. Poco a poco, los cansados instruidos se dirigieron al Edificio Shin-ra con paso lento y quejumbroso, dispuestos a dormir plácidamente en sus nuevas camas durante los próximos años. O durante los próximos días si no lograban aguantar los primeros embistes.
Ya de noche, la suave luz de la iluminación ocultaba la radiación de las estrellas, o lo hubiera hecho si estas hubieran podido brillar sin verse impedidas por el denso humo de los reactores. Pero en las habitaciones destinadas al descanso de los futuros miembros de Turk, la oscuridad era total. Casi todos los reclutas dormían en absoluto silencio, junto con el otro símbolo que distingue a un miembro artificial: la porra.
Jerry dormía a pierna suelta, mucho más relajado tras haberse fumado un buen cigarro de los suyos junto con un par de vasos de ginebra. Únicamente llevaba el pantalón del traje, mostrando su cuerpo magullado por las palizas de castigo que recibieron por haber sido capturados. De pronto notó un tirón en el brazo, y abrió un ojo lentamente para ver como un Chandler, igual de impecable que siempre exceptuando un ojo morado que afeaba su pulcra imagen, le tapaba la boca con un pañuelo empapado mientras que con la mano libre le pegaba un puñetazo en el estómago. Los otros dos compañeros también estaban allí, sujetándole de pies y manos; el que parecía tonto tenía su porra en el brazo derecho.
El pañuelo debía tener cloroformo o una sustancia similar, porque se desmayó en cuestión de unos segundos.
Cuando despertó, intentó mover los brazos para desperezarse, llevándose una gran sorpresa cuando vio que estos estaban pegados a su cuerpo con cinta adhesiva. Tampoco podía hablar, pues tenía una bola sujeta con correas dentro de la boca, similar a los instrumentos de sadomasoquismo que utilizaban con los dominados. Estaba de pie en un armario metálico, probablemente en algún armario de conserje, y sujeto por los dos compañeros de armas. El tercero, Chandler, estaba frente a él, con un rollo de cinta y con algo negro en la mano.
- Vaya. Veo que has despertado justo a tiempo para ver cómo nos tomamos aquella orden que nos distes. Por tu maldita culpa, perdimos. Por tu culpa, hemos llegado a ser humillado y vejados por miembros de Turk, que algún día se reirán por esto cuando nos vean. Vamos a ser mierda si seguimos contigo. Así que mejor será que vayamos deshaciéndonos de ti. Te dejo un regalito, saboréalo – sonrió mientras levantaba aquella cosa negra: era una granada de mano.
Con una velocidad increíble, lanzó un puñetazo en la cara de Gerald, usando la otra mano para levantarle la cara y volver a pegarle otro puñetazo, en el lado opuesto. Los tres a la vez comenzaron a pegarle patadas y puñetazos, mientras él no podía más que lanzar gritos ahogados por el plástico del instrumento que tenía entre los dientes. Cuando se hubieron cansado, el recluta que parecía tonto le empujó fuerte contra el armario mientras Chandler quitaba la anilla de la granda. Con un sonoro “pásalo bien”, se despidió al tiempo que cerraba la taquilla con pasmosa velocidad, justo después de lanzar el explosivo a sus pies.
Jerry temblaba. Pasaron tres segundos, y todos sus poros sudaban al tiempo que sus piernas dejaban de responder, sin poder moverse debido a la estrechez del lugar y a la cinta que le sujetaba fuertemente. Cuatro segundos, sus dientes se apretaban fuertemente contra el acero. Cinco segundos. Jerry cerró fuertemente los ojos y esperó el fin.
La granada comenzó a lanzar un humo que enseguida llenó la reducida estancia, dejándole sin visión y ahogándole en cierto modo. Gas lacrimógeno. Sin poder aguantar la presión, y mareado por la vista llorosa, se desmayó nuevamente.
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- Parece que ha sido un milagro el que le encontrásemos en aquella taquilla del piso 31. No entiendo como alguien puede haberle hecho algo así.
- Turk siempre ha sido así: o eliminas, o te eliminan. Sólo los mejores prevalecen.
- Pues Turk se ha acabado para él, Teniente. Hemos tenido que realizarle suficientes injertos de piel, y el menor golpe le causará un dolor terrible. Aquella cinta que le retiramos estaba adherida a su piel, casi unida. Está igual que si hubiera tenido una explosión en la propia epidermis.
- ¿Una explosión, dice? Quiero que archiven pronto esto, y que envíen a ese “blastodermo” a su casa. Nunca podrá volver a Turk.
Tras la cortina del hospital que separaba las camillas, escuchando la conversación del médico y de su teniente, un sedado Gerald McColder dejó escapar dos lágrimas silenciosas que rodaron por sus mejillas.
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Igual que hace veinticinco años, ahora estaba tirado y dejando caer lágrimas, mezcla de rabia, de impotencia y de tristeza. Primero Chandler, luego Tombside. Turk había originado sus problemas, ya en dos ocasiones.
Ahora era un investigador sin licencia, pero con buenas dotes de deducción. Tenía que adelantarles, fuese de la manera que fuese, y a cualquier precio. Se levantó, y se dirigió a sus cartones, aquellos que eran su nuevo hogar después del embargo que la Asociación Bancaria de Shin-ra le había realizado. Entre aquellos desperdicios, había una carpeta.
Ahora era el momento de comenzar la verdadera caza.
domingo, 18 de mayo de 2008
119.
- Por fin...- silabeó lentamente.- Por fin estoy bajo la placa.-
Echó hacia atrás su cabello negro azabache, largo hasta debajo de los hombros y de aire rebelde, y con sus chipeantes ojos verdes examinó el lugar, entre divertido y curioso. Encendió un cigarrillo con un zippo plateado, aspiró el humo embriagante y lo soltó poco a poco, saboreándolo con sactisfacción.
Caminando por las calles, el joven llamaba la atención. Tendría alrededor de veintidós años y vestía con ropa demasiado limpia para proceder de debajo de la placa. Seguramente era un foráneo.
Un niño se cruzó por delante suyo, cojeando levemente y con una figurita de barro. Una tortuga, por lo que se vislumbraba.
Alex sacudió la cabeza, apesumbrado. No le parecía justo como vivían aquellas personas... y él no era el más indicado para hablar.
"Noble y digno hijo de la familia De Castro e Andrade..." bah!!!! Su padre podía machacar lo que quisiera con esa estupidez anticuada, pero él no pensaba seguir sus pasos... que lo hiciera su queridísimo hermano Ascanius. Él, Alexandross Rui, se la refanfinflaba y mucho.
- Si no mal recuerdo...- masculló examinando un tosco mapa.- El pub estaba por Mercado Muro. Debería empezar a investigar por ahí.-
Guardó de nuevo el mapa en un bolsillo interior de su cazadora vaquera y dirigió sus pasos al populoso barrio de aquel sector. Mercado Muro, el sitio donde podías conseguir práticamente cualquier sustancia legal (y ilegal) que quisieras. Y donde Alex también podría conseguir lo que quería. La sonrisa en su atractiva cara se hizo más amplia.
Mientras caminaba, algunas miradas se dirigieron a su figura. Algunas, jovencitas y/o prostitutas (ambas cosas no estaban reñidas, y menos allí) suspiraban por el guapo mozo, con aquellos vaqueros azul oscuro que marcaban su figura, la camiseta negra y la cazadora, las fuertes botas New Stone y los cinturones de placas. Otras, ladronzuelos que calibraban una posible víctima, aunque por el cuerpo delgado pero musculoso que lucía y por la Dessert Falcon que colgaba de uno de sus costados, decidían que no merecía la pena el riesgo. Y otras, muy pocas, evaluaban en silencio a un nuevo posible rival.
Ajeno en apariencia a todo aquello, aunque siempre con un ojo alerta, alex llegó a Mercado Muro y buscó su objetivo. No era difícil: a aquellas horas, el Club saucer tenía todas sus luces encendidas en el cartel de neones con un brillante chocobo y la música se filtraba por la puerta y las ventanas.
Una risa escapó por la garganta del joven.
- Por fin... ya estamos más cerca el uno del otro...- susurró, con los ojos brillándole de emoción, llamas esmeraldas rodeando pupilas de azabache.
sin dudarlo más, entró. Un par de mesas estaban ocupadas por lo que parecían paisanos habituales, un otra más discreta una pareja intercambiaba besos e hipócritas palabras melosas. Tras la barra, el mayor aunque robusto todavía dueño del local secaba unos vasos, y una niña de pelo tricolor, salía de la trastiendo llevando una caja de cervezas que dejó junto al hombre de pelo gris acero.
Sentándose en una mesa vacía, Alex se relajó y juntó las manos, apoyando su barbilla en ellas.
- Comienza la caza... "No Existence".- rió el joven agente de los servicios "extraoficiales" de SHINRA.
viernes, 16 de mayo de 2008
Cómo participar
1. Debes tener una cuenta e-mail de Gmail y facilitársela a alguno de los administradores (Ukio Sensei o Noiry) para que puedan invitarte y ser miembro del blog. Los miembros pueden crear entradas.
Si no tienes cuenta Gmail debes facilitar otro e-mail al que podamos enviar la invitación para unirte a Gmail. Luego sólo debes seguir el proceso anterior.
2. Revisa tu correo y acepta la invitación, entonces serás miembro del blog.
3. Loggeate en blogger con tu cuenta Gmail y verás que tienes más opciones en la barra superior de la página.
4. Para poder participar debes pedir turno usando el TagBoard situado en la barra derecha. En ese momento se te añadirá a la lista de turnos. Debes estar pendiente de cuando te toca, recuerda que participas por libre voluntad así que tu turno es tu responsabilidad.
Consulta la sección NORMAS para más información sobre los turnos.
5. Una vez toque tu turno dirígete a la barra superior de blog.
En la opción "Nueva entrada" se abrirá un nuevo interfaz en el que podrás copiar tu relato.
Puedes añadir efectos de texto usando el interfaz o mediante edición html.
Recuerda usar las etiquetas para que las entradas sean fácilmente encontrables. La mayoría de las etiquetas ya están creadas, sólo tienes que clickear sobre el texto "mostrar todo" y seleccionar las necesarias.
sábado, 10 de mayo de 2008
118.
Una pandilla de chavales comenzó a correr cuando un enfurecido redactor salió del envejecido edificio y lanzó cuatro blasfemias acompañadas de tres insultos. Asustados, el joven grupo, cuyo componente más adulto no aparentaba más de diez años, decidió emprender una huida por las calles del sector, hasta que las piernas dejaron de responderles. Jadeantes y apoyados sobre sus rodillas, los cinco chicos decidieron descansar y tomar el aire en una calle poco transitada, donde podrían reírse un rato y comentar nuevas trastadas que hacer a los vendedores de caramelos de la zona.
Tras unas pocas bocanadas de aire, un pecoso rubiales comenzó a carcajearse; los demás miraron atentamente al tiempo que respiraban fuertemente:
- ¡Sabía que llamar a gritos a ese viejo loco sería divertido!- tenía una voz aguda y chillona, similar a la de una rata; su constitución física tampoco ayudaba mucho a mejorar esa imagen- Deberíamos hacerlo más a menudo, creo que podríamos aprender algo de los insultos que nos ha lanzado y…
- Creo… que no… nos llamaba… nada a nos... a nosotros – dijo entrecortadamente un chaval moreno, bastante bien trazado, con el pelo algo largo y con unas ropas mejores que las de sus compañeros – Me pareció oír algo sobre unos redactores, o las madres de…
- ¡Te he dicho millones de veces que no me interrumpas! – profirió con chillidos la mezcolanza de niño y rata, asomando sus grandes dientes bajo su afilada nariz, mientras levantaba un amenazador puño con uñas que hacían de símil de unas garras- Voy a cumplir trece años, y por tanto soy el mayor, y por tanto el jefe, y por tanto a quien debéis hacer caso, y por tanto tenéis que dejarme acabar. ¡No me interrumpas!
- Perdona, Micky – se disculpó el muchacho bello, apartándose el flequillo de los ojos. Bajo el flequillo, situado en su lado derecho de la frente, se podía apreciar una gran marca redonda, como si una parte del hueso hubiese desaparecido y sólo la piel recubriera esa parte del cráneo, justificando el largo pelo que tenía.
- Que no vuelva a ocurrir, y eso va por todos,- bajo sus ojillos de roedor, sus facciones se relajaron un poco – porque no me gustaría tener que pegaros.
Cuando todo el grupo se hubo recuperado del agotamiento, uno de ellos, que llevaba una gorra beisbolera calada sobre un pelo pajizo muy mal cortado que no desentonaba con el sucio aspecto de la redonda cara, se giró sobresaltado y chilló furiosamente:
- ¡Nos hemos ido a otro sector! –dijo con una voz aguda y femenina: era una chica, aunque su aspecto era más parecido al de un joven de su edad - ¡Estamos en el sector 5! ¡Estamos en el…
Nuevamente, la pequeña ratilla volvió a hacer alarde de madurez, a pesar de su aspecto infantil y esmirriado, envalentonándose y dando a su voz un aire profundo y esotérico que quedo ahogado cuando lanzó sus primeros sonidos de roedor:
- Dicen que en este sector vive una sombra que se dedica a matar gente, y que luego deja los cadáveres en callejones como estos.
- Es-es-estas inten-intentan-intentan-dodo asustar-tarnos, ¿Nono ess así? –dijo el cuarto chaval, de pelo rizado más abultado en los laterales que en la parte superior de la cabeza y con un tono bastante apagado de color, confiriéndole un aspecto similar al de un payaso, opinión reforzada con el tinte rojo de la nariz congestionada y la pálida cara. Tartamudeaba siempre, y tenía un tono de voz algo enfermizo y debilitado – Nu-nunca he oí-i-ido hab-hablar de fafafan-tasmas…
- ¿Acaso yo os mentiría? Es en serio: según dicen, es un fantasma bastante lastimero y horrible, de un aspecto que da miedo, y que deja a los muertos en callejones, y que nunca se le ve, y que si le ves te mata, y que si te mata se come tu alma y que vas al infierno, y que luego te tira en la basura, y que…
- ¡Cállate, Micky! ¿No ves que asustas al pobre Desmond? – dijo la niña apuntando con su dedo índice al niño payaso, que temblaba y se veía al borde de las lágrimas, con la cara de un color rosado por el miedo contenido – Desde luego, parece mentira que seas el mayor…
- ¡Jajaja, pues seguro que en este sitio hay un cadáver, y seguro que está al fondo del callejón! – Cogió de la mano al asustado chico, y le arrastro por el sucio lugar.
Apestaba a basura y humedad, pero a pesar de ello el chiquillo continuaba arrastrando al otro, seguido de los otros tres que le gritaban y le pedían a gritos que se detuviese, dos de ellos más rápido que el pequeño de la cuadrilla. Cuando llegó al final, se detuvo, y soltó al chaval, que sin poder contenerse más, se orinó encima y comenzó una retahíla de sollozos y gritos parecidos a los de un becerro sufriendo al ser degollado.
- ¡Mira lo que has hecho! ¡Era la única ropa que le quedaba, y tú has hecho que se mee en ella! –le grito visiblemente enfadada el falso chico, hecha una furia - ¡Eres tonto, Micky! ¡Eres tonto!
- ¿Y si hay un muerto de verdad? – dijo el chico del largo flequillo, que había vuelto a colocar para taparse su hueco craneal – Seguramente este en…
De pronto, unas bolsas que se apoyaban contra el muro se desprendieron del montón acumulado cuando el joven del pelo largo y oscuro las movió, y entre ellos apareció un oscuro brazo. Parecía que la piel colgaba a tiras, y solamente quedaban unas pocas hebras de musculatura. Los tendones, similares a cables metálicos, aún permanecían tensos.
El chico, asustado, dio un bote hacia detrás cuando la basura cayó, armando un buen escándalo. Todos estaban aterrados, cuando de pronto una puerta lateral de un viejo edificio se abrió. De su interior, una figura muy oscura, horrible y lastimera, que era casi imposible de ver bien, salió y comenzó a dar voces, de forma bastante ronca:
- ¡Eh, vosotros! – dijo dando un paso al frente
- ¡Es el fantasma! –gritaron a coro todos, visiblemente asustados y con algún que otro sollozo de refuerzo, al tiempo que un desagradable olor a heces comenzó a flotar en el ambiente, procedente del miedoso chico que anteriormente se había evacuado la vejiga en sus pantalones.
Comenzaron a correr todos, chillando como presas asustadas ante su cazador. A través de las perneras del corto pantalón, una masa líquida y marrón iba cayendo, manchando tanto el suelo como las piernas y zapatillas de su dueño, ambas bastante sucias antes de la defecación.
Uno de los jóvenes, el más pequeño y lento, no se fijó en que la masa de comida ya digerida y ácidos había caído al suelo, y se resbaló con una mancha especialmente grande, cayendo al suelo de lado. Por el lado de la fortuna, no había caído sobre los excrementos que desperdigaba su compañero; pero por parte de la desgracia, su pierna ahora mismo estaba dividida en dos grandes trozos, separados por la rodilla y a una distancia de medio metro cada uno. Bajo su gorro de lana negra, el chico comenzó a lagrimear y a respirar difícilmente cuando vio a la sombra acercarse.
Sin poder aguantar la presión mucho más, se desmayó.
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El muchacho se despertó con mucho calor, a pesar de sus ropas cortas. Estaba apoyado en un envejecido sofá orejero, junto a un horno a través de cuya puerta se veían unas flamantes llamas anaranjadas. Una fina manta de color verde oscuro le tapaba desde las piernas hasta el pecho, asfixiándole bajo esa alta temperatura. Se destapó, y bajando del gran sillón, se dispuso a mirar la estancia, cuando de pronto cayó de bruces al suelo sin poder remediarlo: le faltaba su pierna derecha, desde la rodilla.
Era el interior de un edificio bastante antiguo, derruido en algunas zonas que permitían ver los neones de la placa. Varias vigas atravesaban la estructura, sobre un suelo de grisáceo cemento y paredes de ladrillo. El joven se asustó cuando, de pronto, vio algunas cadenas en cuyos extremos reposaban fragmentos de cuerpos: brazos, algún torso, un par de piernas… Sobre una mesa, varios instrumentos muy raros descansaban, manchados algunos de un líquido oscuro y viscoso.
Una puerta se abrió de golpe, y la oscura figura apareció tras ella. Tenía la cara muy negra, y la apariencia de ésta y de sus manos era similar a la de una piedra. Su pelo también era muy oscuro, y en ese momento no se podría decir que fuera largo, sino más bien alto: tenía una masa capilar que ascendía un buen trecho. Los ojos eran muy redondos y vidriosos, según la expectativa del chico, y bastante grandes, que reflejaban la expresión de terror del asustado niño que se arrastraba por el suelo. Balbuceó unas pocas palabras:
- Nnnnno... No te acerques, fafafafaaantasmaa… No te comas mi alma –estaba visiblemente asustado, y ya sentía como sus ojos comenzaban a acumular gotas. Se mordió un reseco labio, y se preparó para lo peor.
- Eh, chico ¿Estás bien? – dijo la figura con voz hosca y grave, como si se tratase de un retumbo. Se llevó las manos a los ojos, y se quitó unas gafas de protección: donde antes habían estado unos artificiales ojos de monstruo, ahora quedaban dos círculos de piel que no estaban llenos de hollín – Te has dado un buen golpe antes, e incluso se te ha roto la pierna ortopédica que llevabas. Ahora mismo te estaba haciendo un par de apaños, para que puedas largarte cuanto antes.
- Gr..gracias...gracias, señor fantasma.
- Deja de llamarme así, mocoso. La gente puede llegar a ser muy malhablada, y tú vas en camino.
Se alejó hasta una pila de ladrillo bastante grande, y sumergió las manos y la cara. Poco a poco, la arcilla que le había dado un aspecto pedregoso se desprendió, y la ceniza que le cubría dejó a la vista una piel bronceada y envejecida. El pelo por fin se bajo, y dio lugar a una melenilla que alcanzaba la altura del amplio mentón. En su barbilla, una larga y espesa perilla chorreaba, a lo que el respondió agitándose como un perro abandonado en la lluvia. Lo más curioso eran sus ojos, de un profundo y vivo azul celeste, aunque la mirada de cualquiera de perdía en la cicatriz, semejante a una grieta de la tierra árida, que recorría su ojo derecho.
Se quitó las pesadas ropas, y únicamente se quedó con unas botas negras de cuero, un pantalón negro también y un chaleco azul con numerosos bolsillos, dejando a la vista una musculatura algo escasa y un poco cargada de hombros. Se volvió hacia el niño, y le lanzó una serie de miradas seguidas de preguntas:
- ¿Cómo te llamas?
- Me llamo Timmy. Timmy Proudneck – el pequeño se mostraba más relajado, y pronto dio rienda suelta a su curiosidad -¿Y tú?
- ¡Oye, que yo hago las preguntas! Me puedes llamar Ixidor Bryce. ¿Dónde están tus padres?
- Mi papá me abandonó al nacer, porque me consideraba escoria. Mi mamá murió, porque yo estaba enfermo y me dio su “mélula”. Fue hace un par de semanas, y como el médico me dio unas cosas muy raras, “quiminosequé”, aún no me ha crecido el pelo – dijo descubriendo su cabeza calva, volviendo a ponerse de nuevo el gorro rápidamente.
- Ya veo –dijo como si no le importara demasiado- ¿Dónde vives?
- Antes tenía una casa muy, muy grande, arriba en el cielo; pero luego cuando mamá se murió unos señores con corbata y peinado de ir a ver a la familia se la quedaron, y yo me vine abajo. Ahora vivo en un bar donde las señoras bailando desnudas – dijo riéndose por lo bajo, divertido ante la situación – y trabajo allí llevando copas a señores que se tocan en el gusanito.
- ¡Bueno, vale ya! – le dijo apuntando a su cara con su mano izquierda, a la cual le faltaban la mitad de dos dedos. El muchacho miró extrañado y a la vez atraído, y sin contenerse preguntó.
- ¡Te faltan dos dedos! ¿Qué te ha pasado?
- Me los comió una tortuga en Wutai.
- ¿Qué es una tortuga?- Timmy otra vez estaba temblando, pues se imaginaba a las tortugas como enormes lagartos que tenían dos cabezas y que chillaban mucho, mientras que sus garras arrancabas los árboles del suelo.
- ¿Nunca has visto una maldita tortuga? – preguntó con un tono ligeramente enfadado Ixidor.
Acercándose a una mesa, cogió un cacho de arcilla húmeda y comenzó a moldearla. Poco a poco, la silueta del reptil con caparazón fue apareciendo; incluso las líneas de la concha estaban bien hechas. Cuando ya estuvo lista, la acercó al horno, y le enseñó la figurita al menor:
- Mira, esto es una tortuga. Puedes quedártela.
- Vaya, no sabía que las tortugas de barro pudieran comer dedos…
- ¡Eso no me comió los dedos, fue una tortuga de verdad la que lo hizo!
- No sabía que los fantasmas supieran hacer estas cosas tan bonitas… - dijo con un tono indiferente que provocó la ira de Ixidor.
- ¡Qué no soy un fantasma, carajo! ¡Soy un tío normal!
- ¿Y por qué tienes muertos en el techo?
- ¿Eso? ¿Lo dices por lo que vistes fuera?– volvió a la mesa y cogió un brazo. A la luz que desprendía el fuego, el joven pudo ver cómo el brazo estaba hecho de hierro. Era un brazo artificial, de una calidad bastante elevada. Sorprendido, Timmy usó su condición de niño curioso, y retomó el tema de nuevo.
- ¡Cuéntame tu aventura con la tortuga!
- ¿Pero que te piensas, que soy tu niñera o qué? – exclamó Ixidor; pero al ver la cara de enfurruñado que puso el niño, se rindió y comenzó el relato – Estaba en una misión en Wutai, perdido en la selva, cuando… ¡No me interrumpas!- dijo a voces al ver que Timmy daba saltitos sobre la butaca, abriendo ya la boca para preguntar – Estaba perdido en la selva, en unas maniobras de supervivencia cuando llegué a un oasis… A un lago, para que lo entiendas. Llevaba días sin comer, y cuando llegué vi a dos tortugas. Primero iba a comerme a una, pero era dócil e indefensa, y dejé que se marchara. Pero a la segunda me pegó un mordisco enorme en la mano…
- ¿Y qué hiciste? – preguntó excitado Timmy, con los ojos muy abiertos.
- ¡Le pegué en el caparazón hasta que se rompió y se murió! – Timmy hizo un gesto de asco, e Ixidor siguió – Se formó una pasta rosada, mezclando su carne con la sangre de los dos, y me la comí. Estaba muy buena…
- Qué asco… - dijo Timmy sacando la lengua y arrugando la nariz.
- ¿Oye, tú no deberías irte a tu casa… Digo, a tu bar de señoras desnudas?
Ixidor se dirigió a la mesa, y le trajo la pierna ortopédica. Tenía un par de remaches de metal, que servían para sujetar bien la pieza y evitar que quebrara más. Cuando el joven se la hubo puesto, el anciano le acompañó hasta la puerta; aunque Timmy no parecía dispuesto a marcharse:
- ¿Puedo venir otro día a que me cuentes más historias de tortugas?
- ¿Qué te has creído, niño descarado? – volvió a enfurecerse Ixidor, pero al cabo de unos segundos dijo con semblante agotado – Haz lo que quieras, pero no te prometo nada…
- ¡Gracias!
Desde el interior del callejón, Ixidor podía ver cómo Timmy se marchaba feliz, con su tortuga de arcilla en la mano. Aquel chico iba a darle quebraderos de cabeza, estaba seguro.
miércoles, 7 de mayo de 2008
117.
Tenía bien a mano en el bolsillo de su abrigo el spray de defensa, listo para ser empleado al menor indicio de amenaza. En el fondo de su bolso, había un arrugado periódico de unos cuantos días atrás. Había cruzado esas calles, donde los jóvenes se drogaban para olvidar sus miserias, o recorrían sitios tan sórdidos como ese siniestro mercado muro. Incluso en algunas zonas de los sectores más miserables, las casas eran de madera. Habría sido más rápido e indoloro un viaje en taxi, pero eso supondría exponerse a ser secuestrada por esos falsos taxistas que daban caza a presas desprevenidas para organizar secuestros express. Por suerte, a medida que el bus avanzaba, su mente se consolaba con que le quedaba poco tiempo ahí abajo, entre miserias y ruinas. En su confianza, no estaba preparada para la mala pasada que le jugó el transporte público. En el sector 3, entre grandes edificios, vetustos y sin embargo conservados gracias al esfuerzo de los que los habitan, que no les queda otra que organizarse y costear ellos mismos las reparaciones pertinentes. A lo largo de varias calles, transitó a pie, con la mano cerrada como una garra en torno a su única defensa. Un paseo de media hora se convirtió en una temible travesía por un infierno, entre hombres de mirada aviesa que parecían violadores, mujeres que la miraban con desconfianza, y niños... A su mente venían escenas de películas donde los niños alertaban a los criminales de la presencia de víctimas a las que asaltar. Sin embargo, no podría estar tranquila hasta que lo hubiese visto con sus propios ojos. Finalmente, pudo encontrar el edificio que buscaba: Una edificación de nada menos que quince pisos, orgullo del Midgar del siglo pasado. Allí un portero avanzado en edad le franqueó la entrada con una cálida sonrisa hizo que se tranquilizase. Le deseó buenos días con una voz profunda, y llamó al ascensor para ella. Un par de guiles de propina alimentaron esa sonrisa, pero Caprice los pagó con gusto. Era la primera vez que se sentía tranquila desde que entro en el tren que descendía hasta los suburbios, y eso no tenía precio para ella.
Cuando abandonó el ascensor en el piso indicado, se vio sumergida por un hervidero de actividad que le hizo sentirse apabullada. La redacción del Midgar Lights, comparada con la del canal de noticias de la televisión oficial de Shin-Ra, era mil veces más frenética. Reporteros de todas las edades y aspectos corrían de un lado a otro, decididos a contrastar debidamente cada noticia, cada mínima reseña que fuese a ser impresa. A un periodicucho de segunda como este le era muy difícil mantenerse a flote, con lo que cada impresión debería ser compensada o las pérdidas lo ahogarían. Sin embargo, se mantenía fiel a los principios de honestidad y veracidad con los que el periódico se había fundado. Casi nadie lo compraba arriba, ya que su venganza al olvido al que lo sometió la ciudad fue dejar de informar sobre su zona principal. Casi todos los artículos reflejaban sucesos o noticias que concernían principalmente a los suburbios, dándole a estos la imagen de una ciudad aislada. Como si fuese un mundo dentro de otro mundo, más pequeño, pero más puro y honesto. Ella lo compraba desde que decidió tomarse en serio la facultad, cuatro años y pico atrás. Estaba a punto de cumplir 20, y decidió cambiar sus ídolos pop por otros que le pudiesen parecer más reales. Quería admirar a alguien por su forma de escribir, de expresarse y de encandilar a la gente. Buscaba alguien que la inspirase para ser la periodista que quería ser. Había elegido esta carrera para presentar el canal musical de Shin-Ra, pero tenía curiosidad por ver como sería el “periodismo de verdad”. Entonces lo encontró: King Tomberi. El misterio del anonimato combinado con unos artículos de opinión que llamaban a la reflexión intentando no imponer a nadie criterio alguno, salvo la obligación de formarse un criterio propio. Su admiración por este misterioso escritor le hizo seguir cada día el periódico, preocupándose como si de uno de sus parientes se tratase, cuando aquel cuyos escritos la encandilaban faltó tres días seguidos a su cita, la noche que el Cometa apareció en el cielo. Sin embargo, aunque la espera fue dolorosa por el miedo y la incertidumbre que lo provoca, la reaparición de este escritor fue aún más dura para ella.
De repente, un hombre de mediana edad, vestido con una camisa blanca decorada con manchas de sudor, arremangada hasta los codos y cubierta con un desabotonado chaleco se interpuso ante ella.
- Perdona, guapa... ¿Puedo ayudarte en algo?
- Si, verá... Soy licenciada en periodismo, y busco trabajo...
- ¡Ponte la maldita corbata! ¡He elegido la que mejor te queda! – Decía una mujer rubia, sentada en la mesa de un pequeño cubículo, mientras luchaba por completar un doble nudo.
- ¡Venga ya! ¡Odio las corbatas! ¡No quiero parecer un estirado como ese maldito...!
- ¡Kowalsky! – Gritó Grayson, el editor. Su índice le señalaba, con la mano firme de un macho lomo plateado. Su tupido vello corporal era visible en sus antebrazos, así como asomando bajo el abierto cuello de su camisa. Su corbata, bien aflojada, pendía sacudiéndose de un lado a otro, y su chaleco gris marengo estaba suelto, dejando libre la panza propia de un hombre de su edad. – ¿Aun no has resuelto esa puta mierda de la foto? Tu y tu mierda de salir del anonimato... ¡Ahora tenemos que imprimir una foto más en cada ejemplar!
- ¿Qué pasa? – Lo encaró Daphne. - ¿Tienes miedo de que ahora que es famoso te quite las novias?
- No, cariño. Solo de tener que sumar a estas las lectoras defraudadas ahora que saben quien es King Tomberi... ¡No voy a tener tiempo para satisfacer a tantas mujeres! – Su rubia oponente no pudo reprimir una carcajada ante esa respuesta.
- ¡Es él! – Caprice era incapaz de dar crédito a sus oídos. ¡Era imposible! ¡Kowalsky es un hombre tosco, rudo, bajito, desagradable y cínico, mientras que King Tomberi es elegante, irónico, culto y con estilo! ¡No pueden ser la misma persona! ¡Sin embargo ahí está, para hacerse la foto oficial! Se quedó bloqueada, sin saber que hacer, oculta tras la pared del cubículo, mientras los demás seguían bromeando.
- ¿Aún no te la has puesto bien? - Bramó Daphne, cargando hacia el joven periodista.
- ¡Joder, que hombruna eres, mujer! - Murmuró el editor, sorprendido.
- Gracias.
- Por cierto, Kowalsky. Tienes visita... – Se despidió Grayson, llevándose consigo a esa belleza rubia que Caprice había visto acompañando a su detestado compañero de redacción. Esta se volvió unos segundos para acabar de colocar la maldita corbata.
- ¿Gracias? - Preguntó Kowalsky antes de que se fuese. - ¡Te acaba de llamar "hombruna"!
- Si, pero también me ha llamado "mujer".
Entonces para su sorpresa, dos personas, de distintas edades pero aspecto parecido se abrieron paso a través de la redacción, entrando en el cubículo. El primero en entrar y notoriamente el mayor, vestía impecablemente, con un elegante abrigo de buena sastrería, bajo el que llevaba un traje de la mejor confección. Su figura era esbelta y atlética a pesar de su avanzada edad, y su blanca cabellera estaba peinada hacia atrás, mostrando sobriedad y estilo. El más joven llevaba un atuendo parecido, con la diferencia de que su peinado era más actual, y su cabello era castaño claro. El estilo de su ropa era más moderno. Su traje negro habría hecho fácil a cualquiera describirlo como un ejecutivo agresivo. Ambos, como era de esperar, iban acompañados de los gorilas corporativos de rigor. Dos, y tan grandes que no habían podido pasar a la vez por las amplias puertas dobles de la redacción.
- Woodrow Sebastian Pollard e hijo... – Comentó Kowalsky mientras su semblante se ensombrecía. - ¿A que debo el honor?
- El honor es nuestro. – Dijo el Pollard Sr. – No todos los días descubre uno entre sus filas alguien cuyos artículos sean presentables a un premio periodístico. – Los halagos dedicados por su padre hicieron que junior se resintiese en su silla, pero logró mantener la compostura.
- ¿Y que pretenden hacer ustedes con ese escritor? – Inquirió alzando una ceja.
- Promocionarlo, evidentemente. – El anciano aristócrata miraba a su alrededor mientras hablaba. – Siempre en el marco de un medio con la tirada que tal hombre merece.
- Es curioso como se diferencia lo que merecemos de lo que deseamos, señor... – Kowalsky seguía tanteando al que era su patrón. – ¿Por qué iba yo a desear trabajar para usted?
- Señor Kowalsky... Usted ya trabaja para mi. La diferencia está en que sus condiciones de trabajo podrían mejorar sustancialmente si usted quisiese. – Kowalsky miró a su alrededor. Grayson estaba espiando desde el pasillo, visiblemente preocupado. Mientras tanto, Daphne negaba con la cabeza en silencio. Sin embargo, el periodista mantuvo su expresión inmutable.
- Bueno... Mi salario ya es bastante más que generoso...
- Asociado a una condición laboral de “putilla traecafes”, y le ruego me disculpe por esa grosería. – El viejo era muy listo, conservando una calma absoluta, mientras que junior cada vez sudaba más. – Espero que sus aspiraciones vayan más allá de eso.
- Mis aspiraciones son, evidentemente, más elevadas, pero como no he nacido rico, necesito el dinero. Al fin y al cabo, soy un hombre con responsabilidades.
- Un alquiler, una tarjeta de transporte público y una persona a su cargo. No se que relación hay por medio, ni me importa lo más mínimo... Mi familia no se relaciona con ese tipo de gente. – Desde atrás, Daphne pensó que el viejo era un poco inconsciente. Incluso estuvo tentada de decirle como habían sido las cosas en realidad. Sin embargo Kazuro pudo ver perfectamente como los iris de color verde grisáceo del anciano se clavaban fijamente en su hijo. Tuvo muy claro que había cosas con las que el anciano magnate no jugaba, y una de ellas era la imagen de su familia.
- Usted propone esto como si fuese un nuevo trabajo... Bien pagado, con un cargo de renombre...
- Casa, coche... Pero como entenderá, esos trabajos exigen exclusividad.
- ¡Oh! ¿Y podré tener tarjetas de visita nuevas? – Preguntó con una cara de inocencia que haría conmoverse a un reo de muerte. – Algo sofisticado y elegante, como unas Van de Rauter...
- ¡Esto ya es inadmisible, puta! – Gritó junior, definitivamente fuera de sus casillas. – ¡Padre, puedo tolerar que quieras que trabaje para ti, y que porque sea un creativo no lo quieras amenazar, pero nos está...! – Ni lo vio venir. Kazuro se puso en pie, pegando un tirón de la corbata del joven y arrogante hijo de puta, con su mano izquierda, lo cual era lógico, ya que Kowalsky era diestro. Su otra mano había agarrado firmemente una vieja grapadora de oficina, de esas con muchos resortes y un pomo para golpear, y se la estaba estampando en la mejilla en ese preciso momento.
- ¿Inadmisible? – Le gritó a la cara, obligándole a encararle a tirones de la cara prenda que permanecía mal atada a su camisa. Pollard jr miraba con desesperación a su padre, pero ni este ni los brutales matones corporativos que los acompañaban movieron un mísero dedo. - Sin embargo, Kowalsky llamó su atención con más golpes. – ¡¿Inadmisible?! ¡Claro que es inadmisible, aborto de rata criada entre algodones! ¡Es tu puta biografía! ¡Tu eres el aficionado a las prostitutas transexuales! ¡Tu eres el que ordenó el asesinato de una cuando te vi con ella! ¡Tu eres el que me ha insultado cada día en la oficina, primero humillándome y después de que quisiese vengarme mediante chantaje, pisoteándome como a una cucaracha! ¡Tu eres el causante de que me diese a la bebida! ¡Tu ordenaste a tus matones que me golpeasen hasta dejarme hecho mierda, me humillaste en la oficina y me insultaste hasta convertirme en el puto hazmerreír! ¡No puedo volver a mirar a nadie de esa puta redacción a la cara desde entonces! ¡Especialmente...! – La rabia lo estaba sobrepasando, pero logró cerrar la boca a tiempo... Durante un segundo. - ¡Te jodes si no te gusta, pero no te que da otra que callarte y escuchar! ¡¿Ha quedado claro?! – Kowalsky decidió hacer más notoria la falta de opciones de su jefe empujando su cabeza contra la mesa y grapándole la corbata sobre la superficie de madera. El golpe debió afectar a su tabique nasal.
- ¡Estás muerto, Kowalsky! – Clamó furioso. - ¡Que alguien me quite esta mierda! ¡Juro que te mataré, hijo de puta!
- No te atrevas a moverte, Woodrow. – Los ojos de Pollard sr se entrecerraron en finas rendijas amenazantes, y sus palabras silenciaron a su hijo con la firmeza implacable de una maldición.
- ¡Padre! – Murmuró entre dientes el ofendido. - ¡¿Cómo puedes tolerar que nos haga esto?!
- Si alguien insulta mi familia, maldito putero sodomita... – Dijo el anciano sin mirarle ni mucho menos alterar su tono ni una octava. – Me aseguro de que recibe su castigo. Espero que te sirva de lección.
Grayson miraba la escena aterrado. Los matones habían echado a todas las personas de la redacción, menos a Daphne y a él. No solo iba a perder a su mejor escritor, sino que por presenciar esa escena se estaba ganando un enemigo poderoso. Daphne por su parte emitía gritos de júbilo, animando a Kowalsky a atizarle otra vez más. Sin que lo supiesen las siete personas que estaban en ese cubículo, Caprice se mantenía oculta bajo la mesa del cubículo vecino, cada vez más abrumada.
- Señor Kowalsky. Esta es mi oferta, y no podrá negar su generosidad. Un piso en la placa superior, sector tres, un Shin-Ra Cavalier, un despacho propio, un cargo en el canal y un sueldo mensual de cinco mil guiles netos. Eso sin tener en cuenta su futura columna en los suplementos dominicales del Diario de Midgar, cuyo estipendio será discutido aparte. – Dijo sin alzar una ceja, como quien da calderilla a un indigente. – Como gesto de generosidad hacia su especial situación, estoy dispuesto a despedir a toda la redacción del canal 4 de noticias, solo para asegurar su comodidad como trabajor. A cambio solo tiene que aceptar una renovación de contrato.
- Con la pertinente cláusula de exclusividad...
- Evidentemente. Al margen de su trabajo podrá emprender todos los proyectos que desee, pero siempre con nosotros. Dígame usted, entonces: ¿Se atreverá a salir de este cuchitril siendo el señor Kazuro Kowalsky, periodista de gran reputación, o prefiere seguir siendo King Tomberi, ídolo de minorías.
- Señor Grayson... – Dijo Kowalsky, buscando al redactor tras los matones. – ¿Tiene alguna contraoferta?
- ¿Qué? – El pobre redactor no daba crédito a sus oídos. ¿Acaso Kazuro creía que él podría superar algo así o simplemente se había vuelto loco?
- Por favor, señor Grayson – Dijo Pollard sr. – Me tengo por uno de los más firmes defensores del libre mercado. Le ruego que tome asiento y pronuncie su oferta.
- Yo... – Dijo sentándose mientras miraba con recelo al guardaespaldas que le estaba ofreciendo su silla. – Kazuro. Siempre te he tratado con respeto, y espero que valores eso. – Grayson era famoso por rugir como Bahamut embravecido en cuanto se entraba en la última hora antes del cierre de edición, y por proferir juramentos que harían sonrojarse avergonzados a los luchadores del Foso. Sin embargo, Kowalsky asintió. En el fondo respetaba a los que trabajaban para él y nunca hacía oídos sordos a las peticiones de adelantos de sueldo o días libres para sus subordinados. Por lo menos aquellos que él sabía que tenían cargas familiares o deberes parecidos. – Mi mejor oferta es un sueldo de ochocientos cincuenta al mes y un pase de prensa cuando quieras ver algún espectáculo.
- Es una oferta generosa para un medio con su tirada, lo reconozco. – Murmuró Pollard sr. – Señor Kowalsky, espero su decisión.
Kazuro permaneció quieto, con aire pensativo. Su decisión estaba claramente tomada de antemano: Había esperado durante años por una oportunidad así y ahora estaba paladeando cada segundo. Todo el esfuerzo de esos días, desde el periódico del instituto hasta la facultad, seguido de los días escribiendo para el Midgar Lights mientras entregaba un currículo tras otro a las oficinas de periódicos como el Diario de Midgar, o el Independiente. Su momento había llegado al fin, y este era el momento de su victoria definitiva. Mantuvo el semblante inescrutable y procedió a cobrar su premio.
- James Grayson... – Murmuró despacio. – Me conociste hace ya once años y me ofreciste un trabajo para una pequeña columna que se ganó a pulso ser publicada diariamente en la primera página de los artículos de opinión. ¿Y usted, señor Pollard? ¿Cuándo me conoció?
- En persona ahora mismo. Sin embargo, podríamos decir que le conocí cuando di el visto bueno a su contratación tres años atrás. Ayer, alguien del departamento de personal vino a verme para comunicarme que teníamos al célebre King Tomberi en nómina.
- Señor Pollard... Creí que sabría quien era yo, pero veo que ni siquiera se ha fijado. – Dijo Kowalsky, mientras sacaba unas tijeras de uno de los cajones y liberaba al idiota del hijo de su jefe para que dejase de sangrar sobre su mesa. – Hace seis años me licencié en periodismo por la UCM, la Universidad Central de Midgar. ¿Sabe cual fue mi nota? ¡Fui el segundo de mi promoción! – Grayson se inclinó hacia delante, para no perder detalle, pero los ojos verdes de Pollard sr se abrieron como platos. Como hombre inteligente que era, lo estaba viendo venir. – Y como ya sabrá, el número uno fue Woodrow Sebastian Pollard junior, aquí presente. – Sentenció el joven periodista, arrancando una mueca al que había sido su compañero de clase. – Pero claro... Se lo ganó en base a sus estudios, sino me equivoco... Siempre con esas fiestas de fraternidad y esos exámenes entregados en blanco. Fue un digno rival, y sus notas siempre empataban a las mías... Menos en la última. El último examen de la carrera fue Ética de la información, y era una de mis asignaturas favoritas. Incluso el profesor que la impartía, Rossembach, llegó a ser considerado por mí como un amigo personal. Mi nota fue un nueve coma ocho, y cuando fui a la revisión del examen, a preguntar ultrajado el motivo de que no tuviese el diez que claramente merecía y que no había recibido, Rossembach ni siquiera pudo mirarme a los ojos. Me entregó un examen escrito de su puño y letra y firmado a mi nombre con los fallos necesarios para asegurarme un buen puesto en la graduación... Pero no el que merecía. Luego su hijo me contrató al reconocer mi nombre como el eterno pringao de la carrera, y el resto de la historia ya la sabe.
- ¿Cree que soborné a su profesor para que diese preferencia a mi hijo?
- Lo sobornó, lo chantajeó, lo amenazó... ¡No me importa! – Se produjo un silencio tenso, mientras Kowalsky sacaba un documento mecanografiado y firmado que entregó con serena seriedad al anciano magnate. – Simplemente me robó algo que era mío para dárselo a alguien que claramente no lo ha merecido nunca. Ahora, si me disculpa, debo pedirle que acepte este papel con mi solicitud de baja voluntaria y abandone este cubículo. Tengo trabajo pendiente. No se preocupe por mi presencia en el trabajo los quince días que quedan. Estaré allí.
- No se preocupe, señor Kowalsky... Tómeselos libres...
El anciano potentado se fue de la oficina, pero lo hizo con la fuerza, la serenidad y la elegancia que caracterizaron a una antigua aristocracia ahora pervertida. Su dignidad no menguó ni un ápice ante la derrota, y su frente se mantuvo siempre bien alta. Su hijo se limitó a mostrar como los hijos no siempre son lo que los padres querrían.
- ¡Estoy orgullosa de ti! – Daphne saltó sobre la mesa, abrazándose a su amigo hasta los límites del estrangulamiento, mientras que este intentaba mantener la calma. Ambos eran conscientes de que no se habían librado de jr, sino que lo habían convertido en un enemigo seguro, pero ese no era motivo para no celebrar esta pequeña victoria.
- Kazuro... – Dijo Grayson, aún medio paralizado por la impresión. – No se que decir...
- ¿Qué? – La cara de poker del periodista volvió a desvanecerse, mostrando ahora perplejidad. - ¡Falta poco más de media hora para el cierre, casi toda la redacción está en el bar, ¿y tu no sabes que decir?! – Ni siquiera tuvo tiempo de decirle que le había dejado la columna del día sobre la mesa de su despacho.
- ¡Mierda!...
Bahamut volvió a tomar el control de la situación, abalanzándose pasillo adelante hacia sus incautas presas, que estaban a punto de arder en las llamas de su ira. Mientras tanto, Daphne se sentó sobre las rodillas de Kowalsky, besándolo en la frente.
- Joder, Kowa... ¡Si yo hubiese nacido mujer entonces no tendrías excusa para no ser mío!
- Anda bájate... Que estoy... – Para su perplejidad, el día acabó de la forma menos lógica o previsible para él. Aún temblaba tras encarar a un hombre con el poder y la influencia de Pollard sr, pero llevaba años esperando ese encuentro. Sin embargo, para el encuentro que más ansiaba no lo estaba en absoluto. Por la esquina de la mampara que separaba el cubículo, el hermoso rostro de Caprice Riedell, enmarcado en una cabellera que los ángeles querrían para sí asomaba tímidamente. - ...Ocupado.
Kowalsky cayó mudo. En su estado de Shock, solo podía mirarla en silencio, mientras que ella permanecía asustada, escondida como una niña tras la mampara. Daphne vio su oportunidad de devolver a su protector el trato recibido, ya que si no hacía ella algo, nadie lo haría.
- Caprice Riedell, supongo... – Dijo mientras la sacaba de su escondrijo y la traía hacia la mesa cogida del brazo. – Soy Daphne, la compañera de piso de Kazuro. ¿Me permites tu abrigo?
- Yo... – Ella miraba con pánico como esa mujer tan extraña, de voz muy ligeramente ronca se llevaba la prenda, con el spray de defensa en el bolsillo, dejándola indefensa ante ese... ¿Genio? ¿Psicópata?
- Muchas gracias...
Colgó la prenda de un perchero y le ofreció una silla para sentarse y luego, ¡se fue! Caprice se quedó sola durante treinta interminables segundos ante ese hombre bajito y desgarbado, con su pelo despeinado por el arranque de furia anterior. Su mano agarraba con fuerza una grapadora ensangrentada, y había una corbata grapada sobre la mesa, en medio de un charco de sangre sobre el que también había un diente roto y unas tijeras. Entonces llegó esa chica de nuevo.
- Agua... – Kowalsky permanecía petrificado, sin hacer movimiento alguno. También había traído otro vaso para la invitada, pero la respuesta de esta fue la misma. - ¡Agua! – Siguió sin obtener resultado alguno. - ¡Agua! – Gritó arrojándole el líquido a la cara. Ahora si reaccionó, sacudiendo la cara, como si acabase de despertar. Rápido como el viento, tomó el otro vaso y lo engulló de un solo trago. – Traeré más... – Se limitó a decir Daphne.
- ¿Hay té? – Preguntó Caprice, aún confundida.
- ¡Té para la señorita Riedell! – Exclamó Kowalsky, servicial. – Y para mí café, por favor. – Daphne se fue con una sonrisa en los labios, dejándolo solo ante la oportunidad que tanto había deseado. – Yo... Puedo saber que le trae a esta oficina, señorita Riedell.
- Yo, eh... Verá... – Dijo ella con dificultad.
- Con perdón por sonar arrogante, pero... A usted le gustan mis artículos, ¿no es así?
- Si, pero no. – Dijo ella, aliviada por que se hubiese roto el hielo. – Los artículos de King Tomberi siempre me encandilaron, pero usted... Su comportamiento fue tan brutal y descortés... – Kowalsky sintió inmediatamente la necesidad de contraatacar.
- ¡Sin embargo usted me amenazó con un arma defensiva cuando fui a pedirle disculpas!
- ¡Eso fue porque usted, la primera vez que se dirigió a mi tras años de trabajar en la misma oficina, lo hizo llamándome de todo! ¡Me hizo sentirme como si fuese basura!
- ¡Es cierto, pero porque no sabía que era usted!
- ¡Ah, claro! ¡Porque a la rubia cachonda de la oficina se le dicen cosas soeces, pero de otro estilo! ¿No? ¡Y al resto se los trata como a mierda!
- ¡No! ¡Porque el resto no valen la cagada de un perro, mientras que usted...! – Kowalsky volvió a quedarse en blanco... Callado por no atreverse a decir lo que realmente sentía.
- ¿Yo que? – Preguntó ella, preocupada, pero a la vez, intrigada. - ¿Qué pasa conmigo? – Insistió. Con un asentimiento, Kowalsky se predispuso a ceder.
- Yo he estado jodidamente enamorado de usted como un estúpido colegial desde que la vi por primera vez. Nunca me atreví a decirle nada, ya que supuse que tendría pareja, o algo así, ya que usted es increíblemente guapa, e inteligente, pero esa idea no logró hacerme desistir de mis sentimientos. – Mientras hablaba, sentía que se veía a si mismo desde fuera, como si su propia voluntad no fuese capaz de detenerle en este momento. – He lamentado cada noche cada sílaba de cada palabra que le dije, pero temí ofrecerle mis disculpas por miedo a enfurecerla más. De hecho, no contaba con llegar a tener nunca una oportunidad como esta de hablar con usted, pero... Algo dentro de mí... Algo que nunca desistió, seguía aferrándose a la esperanza.
- No se que decir... – Confesó ella, mirándole a los ojos confundida. – He creído desde entonces que usted era una especie de ogro misógino, y sin embargo, he estado enamorada desde hace años de sus artículos, de su profundidad y de los sentimientos que estos embargaban y la razón que contenían. He estado en desacuerdo con algunos de ellos, y recuerdo su misiva de respuesta, respetuosa y educada.
- Supongo que mi cara de monstruo no es asociable a su idílico príncipe escritor... – Bufó el periodista, sintiéndose abatido.
- Lo siento, pero no... No estoy segura de lo que siento ahora mismo. – Dijo ella levantándose. – Incluso siento el impulso de dejar de leer sus columnas para arrancarlo de mi vida. – Kowalsky acusó ese golpe como si hubiese sido arrojado desde lo alto del edificio Shin-Ra. Sintió que el aire le faltaba en los pulmones, y el pulso le empezaba a temblar, pero entonces, cuando ella estaba a punto de desaparecer de su vista, quemó su último cartucho.
- Que extraña combinación de licores ha ingerido este humilde periodista para tratar ahora este tema, polifacético, extraño y controvertido… Tan… Abstracto. – Recitó de memoria. No sabía si había tenido éxito o no, pero ella se había detenido. Estaba de espaldas, y Kazuro no podía ver la lágrima conmovida que se deslizaba por su mejilla. – Sigue siendo tan cierto como cuando lo escribí, Caprice... Es el único de mis artículos que soy capaz de recitar de memoria. – Admitió con una mirada triste, mientras ella se volvía. - Quizás porque en cada palabra veo su rostro...
Ella se volvió en silencio.
Daphne bufó una maldición con fastidio. Había hurgado por media redacción buscando la jodida máquina de café, y las jodidas bolsitas de té, para luego pelearse con un microondas más viejo que el papel de las paredes. ¡Y todo eso para llegar con un café recalentado y un té barato a un cubículo vacío! Los dejó sobre la mesa y fue a por su abrigo, para coger su phs. Mientras tanto, a su alrededor, todo el personal de la redacción reocupaba sus puestos como ovejas volviendo al redil, perseguidas por un dragón.
- ¿Rolf? ¡Vaya, ya estás despierto! - Paró un segundo para escuchar las protestas procedentes del otro lado de la línea. - Anda, ponte algo y ven a buscarme, que te tengo que contar tantas cosas... - Más protestas. - ¡Vago de mierda! ¡Ya se que solo pasó un día, pero más te vale venir ahora mismo o te vas a tener que conformar con el puto palo de la escoba! ¿Ha quedado claro? ¿Que no tiene que? ¿Agujero? ¡Ven aquí, o sino...!
lunes, 5 de mayo de 2008
116.
La muchacha del largo jersey blanco parecía extranjera, tenía aquella expresión de incertidumbre, acongojo y cierta aversión que solía mostrar la gente que llegaba por primera vez a la inmensa ciudad. Subió por la amplia calle principal del Mercado Muro y se perdió entre la muchedumbre.
Atardecía, al menos así lo indicaban los luminosos números que marcaban la hora en el escaparate de la relojería Swssotzs y la cada vez menos cantidad de niños pequeños en la calle lo corroboraba. Para Isaiah aún era temprano, hacía media hora escasa que se había levantado de la cama; su vida se asemejaba más a la de los vampiros de las novelas de terror: despertando al caer la noche y acostándose al despuntar el día.
Había conseguido salir del pequeño piso sin ser visto por ninguno de sus familiares, se esforzaba porque esto fuese así, no le gustaba que nadie controlase lo que hacía, sobre todo porque sabía que ellos sabían que nunca salía por un buen motivo. Caminó dando grandes zancadas con su paso desgarbado y encogido, no tardó mucho en salir de Mercado Muro y llegar al parque abandonado en frente del portón que sellaba el Sector 7, los motoristas precoces que se divertían haciendo carreras en la desvencijada carretera que unía los Sectores 6 y 5 se retiraban ya en mitad de profusas carcajadas, riéndose de la caída de éste o aquel, con evidente camaradería.
Isaiah tomó asiendo sobre uno de los columpios con forma de cabeza de gato rechoncho, aún había clavado en él una enorme astilla de metal que había salido disparada durante el derrumbamiento de la placa vecina. Rebuscó entre los bolsillos de su ajada guerrera que una vez había sido parte de su uniforme militar, sacó una piedra del tamaño de una moneda, un mechero y papel de fumar. Chamuscó ligeramente la punta de la piedra y esta cedió bajo la presión de sus dedos, transformándose en tiras de hierba seca que dejó caer sobre la liviana hoja de papel, repitió el proceso un par de veces hasta depositar una considerable cantidad de escoria sobre la hoja. Guardó la piedra a buen recaudo en el bolsillo de su pecho y sacó un pitillo, lo abrió por la mitad y depositó el tabaco sobre la hierba, arrancó la boquilla y la puso en un extremo de la hoja, la enrolló con delicadeza, asegurándose de que nada quedaba fuera, luego se lo llevó a la boca para lamer con cuidado uno de los lados del finísimo papel y lo pegó, formando un cilindro nada perfecto de un dedo de grosor. Lo encendió y por fin dio una honda calada, el humo le raspó la garganta con un regusto exquisito, soltó aire por la nariz y emitió un gemido apagado. Una presión comenzó a nacer justo en medio de las cejas, creciendo y expandiéndose a todo el centro de la frente, de pronto se liberó y su cuerpo ya no pertenecía al mundo…
… Pero su mente se aferraba a él con desespero, aunque ahora podía enfrentar algunos de sus problemas sin su característica irascibilidad, de forma objetiva, casi ajena. Pensó en cómo había llegado a todo esto, le gustaba darse ese aire de héroe trágico e incomprendido que había regresado de una guerra que no fue tal con el peso de la muerte de un hermano sobre sus hombros. Era su excusa para comportarse como un perfecto yonki antisocial, dar malas contestaciones y evadirse de todo aquello que requiriese de él responsabilidad, incluyendo el ser un ejemplo para su hermano menor.
Ah… qué malas eran las comparaciones y los ejemplos cuando el otro lado del espejo era el genio de la familia, Elijah, el buen hijo, gran soldado y mejor persona. Desde su infancia había sido el paradigma de la perfección, cierto es que había tenido sus grandes errores y rebeldías pero supo enmendarlos para convertirse en aquel que servía de icono para los demás. Isaiah era el travieso, el difícil, no había maldad en él, tan sólo la incapacidad de llegar al nivel que su madre le exigía para poder comenzar a compararse con Elijah. Siempre había sido la sombra que realzaba la luz, el antagonista que hacía valioso al protagonista, la eterna oveja negra. Llegaba a odiarse a sí mismo cuando odiaba a Elijah por intentar ayudarle, por ser tan bondadoso y compartir con él todo cuando sabía y tenía, parecía querer demostrarle cuánto más por encima estaba él, sabía que no era así… pero sabía que no podía evitar pensarlo.
Y él cayó, el buen hijo quedó atrapado en una casa en llamas durante la revuelta de Corel. Y Isaiah había deseado y negado eso a sí mismo mil veces, la oportunidad para poder hacer algo valeroso, ser la luz, el caballero, el bienhechor… pero su valentía no estuvo a la altura, fracasó, el fuego era incontrolable, ni siquiera pudo acercarse lo suficiente para derribar la puerta. La vorágine de luz y calor naranja reclamaba el edificio para sí; no había entrada, no había salida, sólo el fin. Tal fue el fin de Elijah, una vida corta y brillante, como una estrella fugaz, se permitió pensar el macabro chiste de que ambos habían desaparecido de igual modo, pero no hubo maldad en tal pensamiento, ni odio ni envidia, tan sólo un respiro que concedió a su atribulada mente, sabía que su hermano, de poder leer mentes ajenas desde el más allá -si tal cosa existía- no se lo reprocharía.
Una nueva calada lo trajo al presente, era testigo y culpable de la desdicha reciente de su mermada familia, su madre había invertido en él grandes cantidades de tiempo y dinero para poder hacerle encarar la vida sin la lacra de una muerte tras de sí. Ella era fuerte, lo era de verdad: hija, esposa y madre de militares, ella misma era fiscal militar, había encarado y superado la muerte en acción de padre, marido e hijo y ahora sacaba adelante como podía a un adolescente y la garrapata que él mismo era. Nunca la había visto llorar, pero desde hacía años tampoco la había visto sonreír… si pudiera ser como ella, disciplinar sus sentimientos, someterlos a su voluntad… ¿de verdad quería eso?
“Ahora que Elijah no está deberás ser un buen ejemplo para tu hermano”
Había dicho tras el funeral, reflexionó sobre ello, ¡qué pésimo ejemplo sería! No había nada que pudiera enseñar, que pudiera compartir, él mismo no se respetaba ¿Cómo iba a conseguir el respeto de nadie? La idea era absurda, una completa estupidez, no era más que un miserable yonki que temía enfrentarse a los ojos de color oliva de su hermano, tan terriblemente similares a los de Elijah. Sí, un miserable, triste y prescindible. Había rehuido todo tipo de contacto con aquellos que le querían, había rechazado toda mano que se le había tendido, no tenía trabajo, ni dinero propio, había robado cada billete que llevaba ahora en la desgastada cartera de la pequeña caja metálica escondida tras el somier de la cama de su madre; una vaga sensación de falso triunfo le invadía cuando cometía esos pequeños hurtos, pero había algo que le decía que su madre sabía que lo hacía y siempre dejaba dinero allí, era tan miserable que todos se daban cuenta de ello e incluso le ayudaban a serlo un poco más
Se recostó sobre la cabeza deformada del gato, las luces de la placa superior titilaban, queriendo ser verdaderas estrellas que coronasen un pequeño cielo, podía meterse con algún tipo grandote y feo y dejar que le diese una paliza de muerte. Sí, haría daño a su madre, pero a la larga sería mejor, al menos podrían volver a su casita con jardín sobre la placa, dejarían de respirar el cargado aire de los suburbios, volverían a ver los amaneceres y anocheceres, las verdaderas estrellas bailando sobre el inmenso terciopelo azul que tapizaba la noche.
Se levantó sin resolución alguna, las ideas iban y venían, ninguna quedaba retenida por largo rato. Se pasó la mano por el cabello oscuro, sacudiendo algunos restos de gravilla. Paseó con lentitud, observando como si fuera la vez primera los tubos de neón que daban forma a palabras y dibujos en Mercado Muro, algunas jovencitas -y no tan jovencitas- paseaban la mercancía, lanzando obscenos mensajes a los transeúntes. Se encaminó por un pequeño paso tras el gimnasio y llegó hasta una pista exterior llena de baches, en el interior del recinto había tres personas, enlazó los dedos en la rejilla, miró de soslayo a las dos figuras, el chico pelirrojo botaba un balón de baloncesto mientras charlaba animadamente con otro un poco más alto de pelo negro engominado, no muy lejos de ellos un hombre adulto con gafas oscuras vigilaba, parecía un chofer. El menor lanzó a canasta y encestó, el otro soltó un aullido de desaprobación y mencionó algo sobre faltas en tono de broma.
Los miró largo rato, embobado, no pensaba en nada, seguir el movimiento requería de todos sus embotados reflejos. A penas se dio cuenta cuando el partido acabó y los jóvenes se despidieron, el del cabello negro engominado marchó en un lujoso coche en dirección a la placa superior, el pelirrojo se acercaba a él con un amago de sonrisa en sus joviales facciones.
- ¿Qué haces aquí? – preguntó con una mezcla de reproche y diversión.
- Mirar el partido – contestó él, con voz pastosa y gastada.
Los ojos verde oliva se le clavaron como dos puñales, estuvo a punto de volverse y dejar a su hermano sólo en la pista, pero los resistió, le devolvió la mirada a través de sus parpados cansados y sus oscuras ojeras. El incómodo silencio comenzaba a hacerse demasiado denso, el más joven amagó un paso, pronto Isaiah se pronunció sin pensar.
- Juegas bien.
Palabras sencillas, honestas, no había intención en ellas de romper el silencio por el único motivo de no poder soportarlo. Al chico se le iluminó el rostro, ver a su hermano era cosa rara, hablar con él prácticamente inexitente, no sólo se alegró por el elogio, sino porque Isaiah se parecía por fin a lo que en un tiempo fue, un hermano socarrón y bromista, a veces con mal temperamento pero un gran tío. Había echado de menos esa parte de él que admiraba.
- Gracias – respondió.
La sonrisa que acompañó cada silaba pronunciada supuso para Isaiah una especie de punto de partida, como si Elijah se hubiera asomado para perdonarle. Aún quedaba muchos errores por enmendar, mucha mierda que limpiar y muchas confianzas que recuperar, pero pensó que quizá si pudiera enseñarle algo a su hermano pequeño Aaron, no era perfecto, no era sobresaliente, ni un buen hijo ni una gran persona, pero sabía mucho sobre errores y podría enseñarle a no cometerlos.
- ¿Ese es mi balón? – preguntó señalando el esférico.
- Como tú no lo usabas…
- Un día te enseñaré a encestar de espaldas… cuando dejes de hacer trampas para encestar – rió el mayor, parecía más joven que hacía un momento.
- Eres un capullo – refunfuñó el menor, sabiéndose cazado por un ojo experto.
¿Me llamaste antes? Lo siento, estaba en el laboratorio. Sí, era yo. ¿Dónde estabas? Ah, es verdad. Bueno, déjame en paz, no puedo acordarme de todo. No claro tú sí, ya lo sé. ¿Si qué? No, aún no llegué a casa. Digo yo que no se morirá de hambre por no comer en ocho horas. No es un elefante. Que no. ¡Dios! Vale. Ah sí, eres tú la que me pregunta chorradas. ¿Recuerdas ese SOLDADO del que me habías hablado? Brannan, el mismo. No pertenecía a SOLDADO como tal, formaba parte de otro proyecto del Dr. Hojo, se le incluyó en la unidad como parte del experimento. Él mismo lo ha dicho, le encanta presumir de sus éxitos. Yo tampoco. No creo, los Turcos ya se han encargado de elaborar la lista. No. Otra cosa, quieren que termines la investigación. Eso no les importa. Lo quieren de vuelta. Tienen miedo de le ocurra lo mismo que estos que… eso mismo. Ya sabes que no creo que eso sea posible. En ese caso encárgate de ellos. No les importa. Haré todo lo que esté en mi mano. Lo sé. Te veo en casa.
El Dr. Connor Wolfe colgó el teléfono de su oficina con expresión seria, acarició la cicatriz que cortaba su labio con la yema del dedo, recorriéndola de arriba abajo lentamente, meditando. Sobre su espacioso escritorio había una pequeña montaña de archivadores y ficheros, todos ellos con el sello “Confidencial” en rojo sobre la cubierta de cartoné. La luz del atardecer se filtraba por la persiana parcialmente echada arrojando rectángulos luminosos sobre parte de la pared paralela y todo objeto que estaba a su paso. Las cosas se estaban complicando cada vez, desde la caída de la placa del Sector 7 el mundo parecía irse poco a poco a bajo. El “regreso” de Sephiroth, arma, ese monstruo colosal, atacando Junon y sobre todo el dichoso meteorito cuyo fulgor parecía convertir la noche en día. Comprendía a aquellos SOLDADOS que se habían vuelto en contra de todo y todos, ¿qué sentido tenía vivir sabiendo que el final estaba tan cerca?. El Dr. Wolfe no podía hacer demasiado desde su laboratorio pero sabía que mientras había vida había esperanza. En el Departamento de Defensa ya se hablaba de un plan para destruir, o como poco desviar, al meteorito.
Él debía seguir con sus investigaciones, sus órdenes eran claras, debía terminar su trabajo en un experimento que se había visto interrumpido hacía cinco años. Se había acabado el observar, tocaba actuar.
viernes, 2 de mayo de 2008
115.
Hacía una noche perfecta en Nibelheim. Las estrellas brillaban fuertemente en el cielo, lanzando fugaces destellos azulados sobre el pueblo e iluminando el molinillo que se alzaba en el centro del mismo. El silencio predominaba en el lugar, y era levemente interrumpido por el sonido de las aspas en el giro del molino, que lentamente rotaban sobre su eje gracias a la suave y fresca brisa que se filtraba por las montañas Nibel, pero no era el molino lo único que reflejaba la luz de las estrellas…
- Míralos a ellos. ¿Qué estarán tramando? - susurró la chica, oculta tras una de las múltiples casas que cercaban el molino. Su larga y rizada cabellera le caía por encima de la cintura, cintura perfeccionada con sutiles curvas y que solía convertirse en el deseo de más de uno. Esa noche vestía un jersey blanco y largo con capucha y que cubría poco más de los muslos. Bajo el jersey (o lo que debiera ser el comienzo de las caderas) pendía un pantalón, ni muy ancho ni muy ajustado y de color negro, que finalizaba en unas botas, de color marrón oscuro. Se volvió inquisitivamente hacia su compañero, que miraba ausente a la mansión abandonada que se alzaba tras las casas.
- ¿Tú que dices, eh? – sonrió la chica.
El chico dio un respingo. Desde luego, no estaba muy atento a lo que decía su compañera.
- Genial. Esa parejita de enamorados nos quita el sitio y tú ni le haces caso. ¡Ja! ¡La verdad es que no se para qué me has llamado esta noche! – bromeó ella.
El joven alzó la mirada, más obligado que otra cosa, hacia el molino. Allí se podían apreciar dos figuras sentadas en uno de sus polletes, espalda contra espalda y mirando el cielo.
- Oh...Menudo fastidio… nos han quitado el sitio. - se mofó el muchacho, poniendo tono de falsa tristeza y arrastrando las palabras.
- ¡Encima te ríes! ¡Esto no puede ser! ¡y yo creí que te importaba…!
- Si por algo te llamé, Mirlen, no era para sentarnos otra vez en el molino, como tantas veces hemos hecho ya.
- ¿Entonces? – se volvió extrañada a su compañero, que se miraba en ese momento a una de las ventanas de la ventana. La chica hizo lo mismo, observando su reflejo. El joven era un poco más alto que ella, y su rizada cabellera, negra también, le caía sobre los hombros. Tenía un semblante serio, como ella, y pocas veces sonreía. Vestía una camiseta negra oscura, que marcaba levemente sus músculos y llevaba unos pantalones de color azul oscuro que ocultaban la mayoría de su calzado, botas negras. Al darse cuenta de que lo miraban, el chico se giró rápidamente.
- Esta noche te noto un poco raro Egal…
- Si bueno, eso es porque… - buscó con la mirada algo. ¿Una excusa tal vez? Buscó… buscó… y se encontró con los ojos de Mirlen.
- ¿sí?
- Porque… tengo que… decirte algo importante.
- ¿importante…?
- Sí, veras…
Egal se giró rápidamente y comenzó a caminar por detrás de las casas, rumbo a la mansión. Encogiéndose de hombros, la chica lo siguió.
- Llevaba bastante tiempo queriendo decírtelo ¿sabes?
- Me estas asustando, quieres dejarte de misterios…
- Sí, sí…bueno… la verdad es que… - volvió a callarse. Mirando al suelo, esquivaba los árboles y todo tipo de obstáculos que se escondían tras las casas de Nibelheim, tal era su costumbre de atravesar aquellos vados (porque estaba ciertamente prohibido atravesar por allí). No se escuchaba apenas los pájaros piar y las hojas se mecían levemente, ocultando así la luz de las estrellas.
- ¿Quieres soltarlo de una vez? ¡Me pones de los nervios cada vez que haces eso!
- Esque es complicado. Todo parecía tan sencillo cuando lo ensayé en el espejo de mi casa…
Ante ellos apareció la verja trasera de la mansión. El óxido corroía el metal y le daba un tono más lúgubre de lo normal. Tras ésta, los jardines, llenos de flora y vegetación descuidada, cubrían la fachada de la mansión, que a estas alturas podemos deducir que estaba del todo abandonada.
- ¡Suéltalo!
- Está bien. La verdad Mirlen… yo quería decirte…
- ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!
- ¿Pero qué demonios…?
La chica se giró asustada. Tras los matorrales comenzaron a salir niños y niñas, gritando y canturreando algo así como “Cumpleaños feliz…” o algo así. Le lanzó una mirada a Egal, el cual estaba sonriendo.
Eso es… te quería decir… feliz cumpleaños. – susurró entrecortadamente mientras intentaba librarse del abrazo que le estaba dando Mirlen. Eran las doce de la noche y había cumplido dieciocho años… los dieciocho años más felices de su vida…
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- Dicen que se lo han llevado…
- ¿Y por qué?
- No no… creo que se fue por su propia voluntad…
- ¿Qué dices Ephel? ¡Cómo podría Egal hacer una cosa así! ¡Sabes lo que opinaba sobre Shinra!
- Bueno, mejor dejémoslo por ahora. Mirlen está dormida, no deberíamos despertarla.
La voz de Ephel y Neam la despertó. La noche anterior había sido una verdadera locura y apenas recordaba cómo había llegado a su casa. Se desperezó levemente y se incorporó en su cama, rascándose vagamente su rizada y enmarañada cabellera.
- ¿Qué decís de Egal…? – pronunció, con la voz ronca.
- ¡Cariño! ¡Te has despertado! – Ephel, el chico más alto, se acercó a ella para darle un beso en sus tiernos labios. La chica sonrió.
- ¿Estas aquí porque es mi cumpleaños, verdad? ¡No teníais que haberos molestado, con lo de ayer fue bastante! – se volvió a tumbar en la cama, cerrando los ojos.
- Mirlen, tenemos que…
La otra voz, que fue acallada por una mirada fulminante de Ephel, provenía de otra chica, delgada y rubia. Muy consumida para su edad.
Al notar el silencio incómodo, abrió un ojo.
- ¿Qué ocurre…?
- Verás… es sobre Egal… él… - comenzó a decir Ephel.
- Se ha ido. – zanjó Neam.
- Jajaja… claro que se ha ido… era muy tarde ayer y tenía que volver a su casa…
Volvió a predominar silencio en el cuarto. Mirlen abrió los ojos de nuevo. Algo iba mal. Incorporándose miró a sus dos amigos.
- ¿Verdad…?
- No está en el pueblo. Ayer le vi con mis propios ojos subirse al camión de alistamiento de Shinra.
- ¿¿Qué?? – la congoja se apoderó de la chica. Ahora empezaba a comprender en extraño comportamiento de su compañero... tenía que decrile algo... importante... Pero... ¿cómo?
¿Cómo era posible? ¡Él odiaba a Shinra! No… no podía ser… tenía que ser una broma… Sus ojos se volvieron borrosos y una lagrimilla comenzó a resbalar por su mejilla izquierda.
- Mirlen… no sé cómo ni por qué…
- Dejadme sola… por favor…
Neam asintió, saliendo de la habitación. Ephel hizo un ademán de sentarse a los pies de la cama, pero la chica se lo impidió.
- Sola, por favor. - apenas pudo pronunciar esas palabras.
El chico se extrañó… a pesar de la relación amorosa que tenía con ella… daba igual… decidió hacerle caso. Justo antes de cerrar la puerta, pronunció preocupado:
- No sé la importancia que le dabas, Mirlen… pero él se ha ido… y se ha ido ÉL. Nosotros seguimos aquí.
- ¡Márchate!
La puerta se cerró con un portazo.
La chica se echó en la cama, abrazando la almohada y ahogando sus sollozos en ella.
Tenía algo que decirle… tenía algo que decirle y no pudo hacerlo…
Su corazón ardía de dolor… estaba ardiendo… se estaba quemando… se estaba quemando…
El rugir de un motor de gran cilindrada la despertó. Para cuando se hubo dado cuenta de dónde estaba, la moto estaba ya lejos de su alcance. Estaba tendida bocarriba, sudando a chorros y el traqueteo de la máquina en la que estaba subida le ayudó a recordar dónde estaba… Se deshizo de las bolsas y sacos de suministros que utilizaba para esconderse en la parte trasera de la camioneta y rodó hasta quedar en el borde. Esperó un poco, a que el conductor aminorara la marcha y entonces se dejó caer a la carretera. Pesadamente, y aún mareada por el despertar, se levantó del suelo y se sacudió el polvo de su jersey blanco... exactamente el mismo que llevaba dos años atrás en su cumpleaños. Al recordar ello, se entristeció un popco y su corazón rememoró los momentos que había pasado en Nibelheim... y las pesadillas que a partir de ese momento asaltaría su mente... tanto tiempo había pasado desde la partida de su amigo... y tan recientes tenía sus sentimientos...
Alzó la mirada, apesadumbrada y confirmando así que no se había equivocado de destino: Midgar. La gran placa se alzaba majestuosa sobre su cabeza, impidiendo el acceso de la luz solar y dándole un tono de pobreza total a la zona de los suburbios. Había escuchado historias sobre el hambre y el aspecto de los sectores de Midgar, pero aquello suplía con creces todo lo que habría podido imaginar de una ciudad cuya mayaría de la población vivía absentos de luz solar. Las carreteras apenas se podían diferenciar del terreno y los vehículos (los pocos que circulaban), tenían que atravesar por tablones de madera improvisados como puentes entre grieta y grieta que aparecía en el asfalto. Las paredes estaban manchadas de mugre y suciedad y apenas se podía apreciar rastro alguno de árboles u otra especie vegetal, motivo por el cual aparecían tantos mendigos y gente tirados en el suelo con aspecto demacrado y consumido.
Asustada, decidió apartar la mirada para toparse con una patrulla de soldados Shinra. A pesar de llevar el casco, la chica podía adivinar perfectamente la mirada con que la observaron. A pesar de todo, los soldados siguieron de largo y se internaron en una especie de bocacalle a la derecha, de donde se escuchaba el sonido alborotador de gente… ¿acaso era un mercado? Recordó el motivo por el que estaba en esa maldita ciudad y, armándose de valor, siguió a los soldados. Podía ser cualquiera de ellos… tenía que estar cerca... y qué mejor lugar que el… Mercado Muro.