A beber. Esa parecía ser la solución, el único propósito para el que el alcohol había sido creado. Daba igual el aroma, los reflejos que desparramaba el líquido sobre la barra o el suave, pero intenso y delicioso sabor que desprendía aquél licor de hierbas; una parte de mi disfrutaba a cada trago y la otra decía “emborráchate ya”. Y eso me avergonzaba aún más. Había dejado a Lucille sola en casa, prometiéndola volver en un rato, mintiéndola al decir que ya no había peligro alguno… No, las cosas no podían seguir así… Ahora ya no era sólo ella, también era la pequeña criatura que estaba cobrando vida en su interior. Me lo hizo prometer, me suplicó que no hubiese más peligro a nuestro alrededor… ¿En qué me convierte eso? ¿Qué imagen tiene de mí que me tiene que decir entre sollozos que quiere tener una vida tranquila?
Una chispa se había encendido detrás de mi cabeza, pero por suerte la rueda del mechero parecía averiada. Era una chispa pequeña, minúscula, pero terriblemente dolorosa: “Si yo me evaporase… ¿Tendría Lucille una vida mejor? No… ¡No! Y mucho menos ahora. Me sentía enormemente feliz de aquella noticia, no paraba de imaginarme como sería aquél bebé, nuestro bebé, al nacer. Si heredaría ese azul océano en los ojos de su madre, la vagancia del padre…Tomé otro trago del licor de hierbas, amargo y rasposo al darme cuenta de que los hielos se habían derretido hace tiempo. Llevaba ya tres horas con pasos vagabundos, yendo de un bar a otro y pidiendo siempre lo mismo. Ahora me encontraba en un local elegante, con asientos de cuero y una luz dorada que hacía brillar todas las botellas que decoraban el interior de la barra, cada una con un licor distinto. El Blackson’s era un bar elegante para estar bajo la placa y el camarero parecía ser todo un entendido en bebidas espirituosas; de hecho, aquél licor de hierbas estaba hecho, según me dijo, con un tipo de planta ya extinta, arrasada y quemada en Wutai por los soldados de Shin-Ra. En ese momento entró alguien mascando con bastante ruido un caramelo y comentando el último rumor de las calle para que todos los presentes se enteraran.
Yo me disponía a sacar la cartera para pagar la copa y marcharme de una vez, pero una mano fría y ruda me lo impidió antes de añadir:
-Déjalo chico, a ésta te invito yo, además… Jack, saca esa maldita botella tuya que tanto amas y ponle un chupito al señor Vanisstroff.
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-¡No corras tanto Lucille!
-Déjala mujer… Ahora mismo se debe sentir la muchacha más feliz de todo Midgar.
luz de un atardecer explosivo se colaba entre las hojas de unos ciruelos e incidían en el resbaladizo metal de los toboganes del parque, arrojando sinuosos reflejos en la arena. El sol, totalmente flamígero, se hundía rápidamente en la línea del horizonte, transformando loas voluptuosas nubes en un incendio aéreo.
Una niña, enfundada en un pequeño abrigo de rugosa tela gris y falda marrón sobre unos leotardos oscuros, subía y bajaba del mismo tobogán una y otra vez, el más alto de todo el parque. Su cara se transformaba en una mueca de absoluta felicidad cuando su pequeño cuerpo se deslizaba hasta abajo, para segundos después, volver a levantarse con una aguda risa y subir las escaleras de nuevo. Sus oscuros mechones oscuros se escapaban del dominio del gorro de lana marrón que cubría su cabeza y se alborotaban a cada caída, mientras que sus ojos chisporroteaban de diversión con un azul eléctrico. No quedaba nadie más en aquél parque, salvo aquella niña y sus padres; los demás chicos se habían marchado refunfuñando, exigiendo a sus padres más diversión a cambio de acallar sus llantos. Incluso un par de niños se habían ganado un moratón en la espinilla por parte de Lucille, que reclamaba aquél alto tobogán como su bastión personal. Sus padres observaban a la pequeña, él enlazando una mano en la cintura de ella y ella apoyando la cabeza sobre su hombro. Se sentían contagiados de la sonrisa de su hija, disfrutaban de su felicidad igual o incluso más que ella, adorando su sonrisa infantil e inocente desde un segundo plano. Su madre, tapándose la boca con una bufanda color caqui, siempre miraba las rápidas y desacompasadas piernas de su hija con ansiedad, temiendo que se tropezase y que aquella velada acabase con una sesión de lloros desconsolados y una tirita en la rodilla. Su padre Robert, sin embargo, la observaba absorto en su propio placer, adorando, bendiciendo y alabando a todos los dioses posibles por otorgarle semejante regalo. De él había heredado Lucille sus ojos del color del océano y esas pestañas oscuras, mientras que el revoltoso pelo oscuro era cosa de Saioa, su madre. Ambos eran incapaces de negarla nada cuando sonreía de ese modo, así que ella seguía subiendo y bajando, subiendo y bajando… Mientras el cielo incendiario de hace un momento se convertía en un espectáculo cárdeno.
-Está bien-cedió Saioa dándole un codazo a su marido- Pero tú te encargas de bañarla esta noche.
-Serás tonta, si sabes que eso me encanta- contestó él con una amplia sonrisa- Además, hoy va a dormir como una reina. ¡Pequeñaja, venga que nos tenemos que ir!
-¡Una más papá, sólo una más!
-¿Robert Kingston?
La armonía de aquella escena se evaporizó en un momento cuando cuatro hombres trajeados hicieron su aparición en el parque. Todos con el semblante serio menos uno, que parecía resguardarse detrás de los dos más altos con una sonrisa precavida; guardaespaldas. La voz provenía del hombre más bajo de los tres, que permanecía en actitud desenfadada pero autoritaria, con las manos en los bolsillos y el humo de un cigarro entre sus labios. Se sacó una de las manos y tiró la colilla al suelo.
-¿Puede acompañarme un momento? Sólo será un segundo…
Robert abrazó a su mujer más fuerte en señal de protección y echó un vistazo a su pequeña, que permanecía callada y quieta como una piedra sobre el tobogán.
-¿Y con quién tengo el placer de hablar?- preguntó desconfiado.
-Miezko Vanisstroff, tranquilo, no somos turcos ni nada parecido… Sólo quiero hablar de… Negocios con usted.
-¿Y por qué debería fijarse un hombre como usted en mi pequeño taller de mecánica?
-Si me concede unos minutos… -contestó el trajeado, señalando un shin-Ra supreme al otro lado del parque, con una puerta abierta y el motor en marcha.
Se prolongó un silencio incómodo. Robert no daría su brazo a torcer tan fácilmente, aquello era lo más sospechoso que le había ocurrido en toda su vida. EL tal Miezko se aclaró la garganta y añadió:
-Será mejor…- dirigió una mirada a la pequeña Lucille a propósito y deshizo la pausa- para todos si viene conmigo un momento.
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Soplé aquél resplandor verde que ardía en el borde del vaso y me bebí el licor. Tenía una textura melosa, pero parecía deslizarse por mi garganta a toda velocidad. Sabía a menta suave de las montañas de Corel, al agua de los cocos de Costa del Sol, a frutas silvestres, vainilla, a hierba mojada… Y sobre todo a un fuego que parecía acariciarte la lengua y dejártela dormida. Su calor bajaba hasta el estómago, pero no con la fuerza del alcohol, si no de una manera reconfortante.
-Vaya…- llegué a balbucear; todavía sentía cosquillas en toda mi boca.
Observé al camarero, Jack, que ponía el tapón a la botella con fuerza y la volvía a colocar en la estantería, mientras dejaba salir de su boca un reguero de amenazas e insultos.
-Juro por mis muertos que ésta es la última… ¿Me oyes Arguish? ¡La última! Ni aunque te quites esa jodida máscara te pienso volver a dar.
Mientras, el objeto de su rabia estiraba la rendija de la máscara con un dedo y dejaba caer el líquido verdoso sobre sus labios, secos y con llagas.
-Ah… ¿Increíble verdad?- dijo con un gran suspiro, apartándose un par de gotas que habían caído en el látex color hueso- En teoría nos estamos bebiendo a nuestros antepasados, pero… ¡Qué demonios, así sirven para algo! No creo que ellos nos ayuden a parar al meteorito.
Tal vez fuese por aquél chupito, pero sentía que podía confiar en aquél desconocido. Con aquél traje, aquella máscara macabra… Eran motivos de peso para salir corriendo, pero por algún motivo que desconocía, me sentía a gusto con él.Se sacó un chupachups del bolsillo de la americana y pidió un ron añejo de las playas de Costa del Sol.
-¿De qué me conoces?- me atreví a preguntar.
-Yief, has aparecido en las televisiones de todo Midgar… Es cierto que la mitad de gente no te reconocería por la calle y la otra mitad te escupiría, pero yo me creo lo que dijiste en el juicio, ese tal Tombside no se fijaría en alguien como tú sin ningún motivo.
Ya lo creo… Toda esa historia comenzó estando en el lugar equivocado, leyendo los pensamientos equivocados. Quien me mandaría a mí tener una materia rota tan peculiar… No recuerdo en qué momento ni en qué lugar la perdí, pero tampoco la echaba de menos, no había hecho más que traerme problemas. Tras agitar el ron, el borde del vaso desapareció entre los labios de Arguish. Yo todavía tenía el licor de hierbas, pero los hielos no eran más que dos barcazas a la deriva en un mar aguachinado.
-¿Conocías a Blackhole verdad?
Ni siquiera sé por qué se me ocurrió aquello, era una locura. Si resultaba ser un sicario de mi padre o algo por el estilo, ya me podía dar por muerto. Sin embargo, él se dedicó a soltar una pequeña risa y mirarme fijamente a través de esas cuencas, tan negras como la muerte que representaban.
-Vendo tornillos a mucha gente Yief, pero tranquilo, he venido a hablar contigo, ha sido una casualidad que nos encontremos.
-No me has respondido- le insistí.
-Y eso es lo único que saldrá de mi boca. No te lo tomes a mal hombre,- me dijo dándome una palmada en el hombro.- Esta máscara oculta algo más que un bello rostro.
-Debería estar loco para confiar en ti…
-Lo mismo podría decir yo, le acabo de invitar a un chupito al cómplice del mayor psicópata de Midgar.
No se por qué me dio por reír, pero me atraganté con el licor y se me llenaron los ojos de lágrimas. Resultaba irónico, pero era cierto. Me imagino que mis días de ciudadano ejemplar quedaban demasiado lejos de mis expectativas. Ya ni un hombre enmascarado con una calavera se podía sentir a salvo a mi lado. Él también se rió, mientras se oía el chasquido del caramelo contra sus dientes; mascó los trozos con sabor a fresa y se dejó el palo de plástico en la boca. Tal vez era parte de su juego, pero que comiese tantos dulces contrarrestaba con el negro de las cuencas pintadas, que traslucían con tanta sutileza que apenas se veían sus verdaderos ojos.
-Vamos a dar una vuelta Yief- me ofreció él terminando su copa de ron tostado- Nos marchamos Jack, gracias de nuevo por compartir tu tesoro.
-¡Iros a tomar por el culo!- gritó él con medio cuerpo sumergido en una de las cámaras bajo la barra. Se incorporó con las manos llenas de refrescos de naranja y frunció el ceño a verlos- ¿Es que todavía seguís aquí? ¡Iros de una puta vez!
Mercado Muro bullía de actividad, pero sólo donde abundaban las tiendas de armas y prostíbulos. Por donde nosotros caminábamos se podía sentir hasta el frío del asfalto y la soledad de las casas abandonadas. Incluso de vez en cuando descubría ventanas con la luz encendida que eran engullidas por la oscuridad y escondidas tras persianas. Un perro comenzó a ladrar en las sombras de algún callejón, pero un siniestro golpe hueco y metálico convirtió sus quejas en gimoteos lastimeros.
Arguish caminaba con las manos en los bolsillos, mascando un nuevo chupachups y acompañado de un continuo y extraño tintineo metálico; a cada paso que daba, algo sonaba en sus bolsillos.
-Dime una cosa Yief, si de dos gemelos sin nombre uno te dice la verdad y el otro te miente… ¿A quién creerías?
-¿Es un acertijo?
-No lo creo… Si el que te miente te dice que es verdad que miente, la mentira se convierte en verdad; y si el que te dice la verdad quiere mentirte, te va a visar de ello porque es incapaz de no ser sincero.
-¿Entonces no hay solución?
-La mentira se convierte en verdad y la verdad en mentira. El don de la palabra es tan maleable que no te puedes fiar de nadie, esta ciudad está demasiado podrida para ello.
-No creo que todo el mundo sea así…- era una excusa sin argumentos, pero me negaba a pensar de manera tan drástica.
-Claro que no, pero el tamiz de esa criba es increíblemente fino, sólo un par de piedras grandes se quedan sobre la rejilla. Incluso convendría hacer un destilado posterior y quedarse solamente con la mejor sustancia…
-¿Entonces estamos hablando de encontrar tu alma gemela?
-No tanto como eso, cosas así sólo ocurren en los cuentos. Pero si tienes que confiar tus secretos, que sea a una sola persona, la más adecuada. Tú, por ejemplo, llegaste a confiar en la seguridad que seguro te ofrecía Tombside y mira lo que te ocurrió. Y me apuesto una caja de caramelos a que Tombside también llego a confiar en ti, pero tú te chivaste a los hombres de negro.
Me avergoncé como un niño pequeño al que regañan por esconder comida que no le gusta, y eso me sentía como una patada en el culo. ¿Acaso debía sentir vergüenza por aquello? No, aquello ya no era un colegio si no una mole de edificios grises en los que en cada esquina acechaba la muerte, Midgar me debería agradecer eternamente lo que hice…
Mientras tanto seguía sonando ese extraño tintineo. Incliné el cuerpo hacia delante y observé que Arguish jugueteaba con algo bajo el bolsillo derecho, pero no tenía la menor idea de lo que podía ser… ¿Las llaves tal vez? No… Era un sonido distinto.
-¿Recuerdas un videojuego de hace tiempo…- prosiguió él- En el que una pequeña bola cogía toda la mierda que veía mientras iba rodando, haciéndose cada vez más grande?
-Me alegra saber que tuviste infancia, eso te hace más humano bajo la máscara.
-¡Cuando quieras echamos una partida!- me desafió. Incluso juraría que le vi una sonrisa burlona bajo el látex- ¿Pero no crees que ocurre lo mismo con los secretos y las mentiras?
-Se agrandan y se agrandan…
-Solo que todas y cada una tienen una pizca de pólvora en su interior y es cuestión de tiempo que la bola recoja una mecha y una cerilla entre tanta mierda.
La noche era fría y oscura en esas calles, pero cada comentario salido de la boca de Arguish arrojaba una mancha más de tinta negra. Me estaba tiñendo la conciencia de negro y encharcando la cabeza de resentimiento.Pero aún así me sentaban como un empujón, como una bofetada que me devolvía a la realidad, las cosas no podían seguir así, tenía razón.
-Está bien- dije en alto- Ya es hora de que Lucille conozca la verdad.
-Así que Lucille eh…- se burló dándome un codazo- Me la tendrás que presentar algún día- sacó su PHS con dificultad del bolsillo de la americana y toqueteó algunos botones- Me has caído mejor de lo que pensaba Yief, dame tu teléfono y te…
La verdad es que ninguno de los dos nos dimos cuenta, pero de repente Arguish e chocó contra una mole de músculos y soltó un suspiro de sorpresa. Frente a nosotros se alzaba un hombre de casi dos metros, con el pecho al descubierto y un chaleco de cuero negro que se ceñía a sus enormes hombros como si las costuras estuviesen a punto de estallar. Lo mismo ocurría con los pantalones, de cuero también, pero con un estampado que imitaba la piel de cocodrilo. Además llevaba la cabeza rapada, arrojando brillos de la farola más cercana en su piel tostada, y unas gafas de sol de montura fina. Sus brazos eran como mi cabeza y su espalda podría quedar encajada en un callejón estrecho.
-Disculpe caballero, no le he visto- se excusó Arguish recomponiéndose del encontronazo.
-Así que tú eres el Hombre Calavera- contestó el corpulento sin miramientos.
-¿Nos conocemos?- preguntó Arguish extrañado. La verdad es que ni siquiera había reparado en mí.
-Estas calles ven muchas cosas y dicen más aún. Y cuando cuatro de los míos desaparecen sin dejar rastro, los rumores me dirigen hacia un extraño hombre en mascarado que por lo visto tiene un amigo imaginario…- sus palabras eran pasadas y lentas y, a juzgar por su pronunciación y su ceceo, nadie le había enseñado a hablar en condiciones.
Arguish se rascó la coronilla y al momento chascó los dedos en señal de aprobación.
-¿Edd el Malhablado verdad?- Arguish se giró hacia mí y señaló al grandullón con el dedo pulgar- El líder de una pandilla bastante cañera y ruidosa por estas calles, Shin-Ra ha puesto precio a su cabeza para que los PH’s se entretengan un poco… Sí que te tengo que caer mal para que te dejes ver así.
-¡Uno de ellos era mi hermano hijo de puta!
Un bloque de cemento musculazo voló a mi lado e impactó en Arguish. No me dio tiempo a ver nada, pero del impacto se le despegaron los pies del suelo y cayó de espaldas, frotándose el antebrazo con una risa siniestra; había bloqueado el golpe.
-Vaya…- dijo Arguish incorporándose- Veo que no tienes paciencia. Entonces comencemos, Yief, no interfieras.
Yo me aparté instintivamente y Arguish metió las manos en los bolsillos de pantalón. Eso era lo que tintineaba al ritmo de sus pasos, un juego de puños americanos, de un dorado desgastado y llenos de muescas, seguramente por culpa de algún diente de peleas anteriores. El Hombre Calavera se ajustó las armas en cada mano y se desabrochó el botón de la americana.
-¡Te voy a matar hijo de puta!- gritó el Malhablado.
Volvió a atacar él en primer lugar, pero esta vez Arguish estaba preparado. Esquivó el puñetazo girando su cuerpo hacia la izquierda y aprovechó la inercia para lanzar su puño al codo son flexionar de su adversario. Sonó un extraño crujido y el brazo del otro hombre pareció doblarse hacia el lado que no debía. El metal del puño americano hizo vibrar todos sus huesos hasta la clavícula con un agudo dolor y le durmió de codo para abajo.
-¡Hijo de puta!- gritó sacudiéndose el brazo.
-Renueva tus insultos, si te oyese mi madre ya te habrías meado en los pantalones.
El combate comenzó de nuevo y Arguish concentró todo el giro de la cadera en su mano derecha. Su contrincante dio un paso hacia atrás, un segundo antes de que aquellos nudillos metálicos consiguieran darle la vuelta al cuello, y después se abalanzó hacia Arguish aprisionándole en un abrazo de granito. El aire se le escapaba a cada gruñido y los pulmones se encogían bajo las costillas oprimidas. Arguish pataleaba con las piernas colgando pero no conseguía nada y justo cuando Edd el Malhablado soltaba una apresurada risa de victoria, el enmascarado cogió impulso con la cabeza y ambos cráneos chocaron con un estruendo.
Arguish cayó mareado hincando una rodilla en el suelo y con un bulto hinchándose en la frente. El otro corrió peor suerte y de la ceja izquierda manaba sangre en abundancia, obligándole a cerrar el ojo.
-Parece que te he infravalorado- dijo Arguish jadeando- esos brazos tuyos son peores que un torno hidráulico.
-¡Pienso hacer que esa calavera sangre por dentro!
Arguish parecía mareado mientras sus pulmones volvían a funcionar a pleno rendimiento y Edd el malhablado no dejaba de apartarse regueros de sangre y sudor de la cara, pero la pelea había ascendido a un ritmo frenético. Los puños de Arguish eran destellos dorados que chocaban contra los antebrazos de su enemigo, ablandando el hormigón que parecía correr por sus venas. También intentaba golpear de nuevo la brecha de la frente, pero la adrenalina aumentó los reflejos del grandullón. En una ocasión llegó a acertarle y el tejido se desgarró más aún, mostrando grasa y hueso bajo la carne al descubierto. En respuesta, Eddie usó el mismo truco y golpeó el chichón, que tampoco resistió la tensión de la piel y comenzó a extender una mancha oscura bajo el látex, cayendo por la nariz. El Malhablado aprovechó la conmoción y hundió una rodilla en el estómago de Arguish, el cual se dobló en el momento menos oportuno, cuando un puñetazo voló y le impactó en la boca. Cayó al suelo de rodillas y se arrancó con los dedos parte de la máscara, allí donde estaba dibujada la dentadura, para vomitar una mezcla de lo último que se había llevado a la boca y sangre. En ese momento daba realmente miedo, con el látex desgarrado y un tornillo de titanio allí donde debería haber un paleto, el cual había salido disparado con el último golpe. Sus arcadas eran aparatosas y se atragantaba con la sangre. Yo estaba a punto de interferir y ayudarle, convencido de que el tal Edd iba a rematarle, pero le vi echarse precipitadamente hacia atrás, alzando la mano hacia un edificio lejano.
-¡Ahora! ¡Ahora maldita sea!- gritó a la vez que empezaba a correr.
Entonces se encendió una pequeña mota de luz roja en el pecho de Arguish, temblorosa y oscilante. Algo sonó en una ventana, un sonido fuerte seguido de un silbido y lo último que recuerdo antes de que todo se volviese negro fue una columna de humo volando hacia nosotros, volando hacia donde había estado la luz roja del pecho de Arguish, para después explotar .
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-Bueno, bueno, bueno, que tenemos aquí ¿cómo te llamas pequeña?
Lucille se escondió tras la piernas de su madre instintivamente, agarrando con fuerza la tela desgastada de los pantalones vaqueros. Sus ojos azules relucían con el brillo de la desconfianza y parecían a punto de descargar sus lágrimas a la más mínima señal. Aquél hombre era grande, olía raro y sonreía siempre, se parecía demasiado a la gente mala que aparecía en los cuentos de su padre.
-No seas tímida pequeña- insistió el hombre malo agachándose para mirarla a la misma altura.
Lentamente se fue incorporando, observando la esbelta figura de Saioa, abrigada con una chaqueta de lana gris y la bufanda color caqui, hasta que se topó con sus ojos. Aquellos ojos eran dos círculos pardos emanando furia y cautela a partes iguales. Además, aquél atardecer sangrante arrojaba destellos dorados que les dotaban de una belleza arrebatadora.
-Richard Blackhole, encantado de conoceros a las dos, no me puedo resistir a dos rostros tan bellos como los vuestros- dijo ofreciéndole la mano a Saioa.
Ella aceptó el saludo de mala gana y se subió la bufanda un poco más, esperando que aquél hombre no captase el rubor que le ascendía por las mejillas.
-Mi marido es un buen hombre, no ha hecho nada malo. Podemos vivir sobre la placa a duras penas y…
-Tranquila- la cortó acercándose más a ella y cogiéndola una mano con suavidad- Sé que Robert es un buen hombre…
Blackhole hizo una pausa y soltó un largo suspiro. Saioa sentía la angustia en el pecho y no podía frenarla. Sólo quería abandonar aquél lugar, quería llegar a casa, acostar a su hija y ver una película abrazada a Robert.
El rostro de aquél hombre cambió repentinamente y la sonrisa le desapareció por completo. Sus ojos eran oscuros pero en aquél momento parecieron apagarse un poco más. Parecía… ¿triste? “No, no le creas” pensó Saioa.
-Que Turk te de por el culo y te guste Vanisstroff… Yo me derrumbo cuando una mujer lo pasa mal... Escucha Saioa, no tienes por qué tener miedo, a Robert no le pasará nada, lo prometo, no son más que… Tonterías de negocios, ya sabes.
El silencio se hizo inevitable, largo e incómodo, a la espera de que aquél coche volviese lo antes posible. Richard Blackhole daba pasos cortos, siguiendo con la suela de los zapatos una de las líneas del adoquinado, mientras que Saioa permanecía quieta, con la mirada fija en la calle por donde había desaparecido su marido. Ajena a todo, Lucille decidió sentarse en el suelo y sumergirse en sus fantasías, acompañada por la charla imaginaria que le daban dos hormigas que corrían por el suelo.
-¿Cómo te llamas pequeña?- preguntó el hombre. Parecía incapaz de estar cinco minutos sin hablar y eso la estaba sacando de quicio a Saioa.
Lucille alzó la cabeza un instante, justo cuando acababa de aplastar una de las hormigas con la palma de la mano, miró a Blackhole y volvió a su coloquio con los insectos.
-Tenéis una hija preciosa- dijo de nuevo, haciendo como que no se fijaba en la mirada fulminante de su madre- Pero esa cosa que tiene detrás de la oreja no tiene que ser nada cómoda…
Ambas se quedaron extrañadas y se miraron al unísono. Lucille se llevo una de sus pequeñas manos a la cabeza y se rascó por debajo del gorro, pero no sintió nada extraño, así que miro a Blackhole con unos ojos tan llenos de inocencia como de frustración.
-No, no, en la otra oreja- Lucille obedeció y se llevó las manos a la otra oreja, pero allí tampoco había nada- déjame que te eche una mano.
Y de repente, con un movimiento fugaz, Richard Blackhole pasó sus dedos por un mechón de aquél pelo tan liso y los retiró con la misma velocidad, pero agarrando una piruleta. La chiquilla abrió la boca de par en par, llevándose las manos a la oreja de nuevo, intentando agarrar algo invisible. Ella no había notado nada bajo su gorro en toda la tarde, estaba convencida de que si hubiese tenido una piruleta, se la hubiese comido hace mucho tiempo. Pero sin embargo ahí estaba, el hombre malo, con el dulce entre los dedos.
-¿Ves como si tenías algo? Toma, disfrútala, que para eso la llevabas escondida- dijo él ofreciéndosela.
Justo en ese momento se pudo escuchar el roce de las ruedas sobre el asfalto y el rugir silencioso de un motor. El Shin-Ra Supreme aparcó con suavidad a diez metros de distancia y Robert abrió la puerta un instante después, con un semblante totalmente inexpresivo. El señor Mieszko se movió en el interior del asiento para cerrar la puerta de nuevo y cruzó una mirada con Richard Blackhole. Había sido una mirada fugaz, casi imperceptible, pero Saioa se dio cuenta, esos ojos coincidieron para transmitir un mensaje que sólo ellos entendían.
Entonces Blackhole se dio la vuelta y agarró la mano de Saioa con las dos suyas, con una mueca triste en sus labios y sus ojos oscuros medio cerrados.
-Una hija encantadora… Espero verla crecer.
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El humo se iba dispersando poco a poco, justo cuando yo recuperaba la consciencia. El suelo estaba totalmente negro, con una mancha de hollín que se esparcía como una estrella, y los hierbajos que crecían entre los deteriorados adoquines chisporroteaban hasta consumirse.
Me sentía totalmente mareado y notaba como me ardía el costado, seguramente habría caído contra el bordillo y las costillas se habían llevado la peor parte. De pronto caí en la cuenta y busqué a Arguish con la mirada.
Me lo encontré tres metros más atrás, resoplando con fuerza. Una miríada de hexágonos relucían frente a él con multitud de colores, apagándose poco a poco, lentamente, mientras el intenso brillo que surgía de un bolsillo interior de su americana perdía su poder. “¿Eso ha sido Materia?” pensé inseguro.
Sólo cuando aquella luz desapareció por completo me di realmente cuenta del estado en el que se encontraba Arguish. Parte del pantalón había ardido y su muslo derecho estaba al descubierto, mostrando una fea quemadura, de color rosáceo, sangrante y con pus. Además, parte de su máscara también se había incinerado, dejando esta vez a la vista todo su ojo izquierdo y parte del pómulo; el látex se le había pegado al cuero cabelludo al derretirse y le faltaba una ceja.
Resollaba con una sonrisa en su resentida boca; la encía seguía sangrando ahí donde faltaba la prótesis dental y el labio superior se le había hinchado.
-¡Un jodido Flauros M9A1!- gritó con sorna señalando con el dedo índice hacia la ventana de donde había surgido aquella serpiente de humo- ¡Ese puto bestia me ha querido volar por los aires con un jodido Flauros M9A1!
A lo lejos, en el edificio abandonado de enfrente, un hombre soltaba una lista de maldiciones y se quitaba del hombro un lanzacohetes humeante para depositarlo en el suelo. Ahora entendía la exagerada incredulidad de Arguish, nos habían intentado matar con un lanzacohetes, ni más ni menos… ¿Pero cómo habíamos conseguido sobrevivir a eso? Estaba claro que Arguish había salido peor parado, pero lo normal es que nuestros sesos estuviesen en una acera y el resto de órganos desparramados por la carretera. Entonces caí en la cuenta, eso de antes debía ser una Materia barrera.
Entonces una cabeza quiso aparecer por un callejón cercano, morena, rapada, con gafas de sol y una brecha en la ceja, para enterarse de lo que había sucedido. Al vernos a los dos de pie, su cara se descompuso y echó a correr calle abajo.
-¡En eso si que has sido listo, correr es lo mejor que puedes hacer!- gritó Arguish mientras el Malhablado huía- Da la casualidad de que ese Flauros es un modelo de un solo uso, así que como no tengas un puto hangar lleno de misiles en esa puta casa, eso significa que ya no tienes nada más para lanzarme.
Edd el Malhablado seguía corriendo tan rápido como podía y su figura se hacía cada vez más pequeña a medida que se alejaba. Yo estaba agotado y la explosión me había dejado medio sordo, pero no entendía por qué Arguish continuaba allí parado. ¿Acaso había llegado al límite? Entonces hurgó dentro de su americana (¿cuántos bolsillos tenía este hombre?) y sacó una pitillera, esta vez de un color dorado similar al de sus puños americanos e igual de rayada y cogió un cigarrillo.
-A tomar por el culo, ya estoy hasta los cojones… -dijo llevándose el cigarro a los labios- Terminaré esto y cada uno se ira a su casa.
Un nuevo brillo, esta vez verde, iluminó el rostro de Arguish. Cuando me quise dar cuenta, ya estaba corriendo a una velocidad impresionante. Cada paso que daba Edd eran dos de Arguish. El líder de la pandilla, viendo que su rival se acercaba, apretó el ritmo y giró en una de las calles perpendiculares.
Hasta allí pude ver yo.
Una farola en aquella calle arrojaba dos alargadas y difusas sombras sobre la pared de un hostal destartalado. Parecían fundirse en una sola y separarse continuamente, hasta que un grito desgarrador acabó con la danza. Una de las sombras desapareció y la otra se fue haciendo cada vez más pequeña, cada vez más pequeña, hasta que Arguish apareció por la esquina con paso lento y cojeando. Cuando llegó hasta mi posición, tenía las manos tan llenas de sangre que los puños americanos ni siquiera destellaban con sus brillos dorados. Su único ojo visible, de un verde intenso se cerraba con el sólo peso del párpado.
Todavía seguía teniendo aquél cigarro en los labios, así que lo cogió, con cuidado para mancharlo lo menos posible de sangre, le quitó el papel blanco y se comió el chocolate de su interior.
-Yief…- me dijo con la mirada perdida- ¿Sabes que las costillas tienen un nombre mucho más potente? Arcos viscerales…- saboreó la palabra a la vez que el chocolate y añadió- Yo estoy agotado Yief, mañana será otro día.