lunes, 3 de mayo de 2010

212 (incompleto)

Se filtraba una pálida luz azulada por el ligero resquicio de la ventana, producto resultante del brillo de una luna que distaba mucho de ser llena y por el suave parpadeo celeste del neón situado junto a la ventana. Todo tenía una tonalidad negra o gris en enorme contraste, proyectando oscuras sombras y reflejando luces en los muebles, en los objetos, en la lisa piel de la chica que se encontraba sobre la cama.
Un fino rocío de sudor bañaba su piel desnuda, lanzando ligeros destellos cuando la luz incidía directamente sobre las perlas acuosas a través de las diminutas rendijas que dejaba la persiana. La suave cabellera cobriza caía sobre los hombros en forma de ondas similares a las de las olas del mar, bailando al ritmo de los tenues balanceos de la mujer, cuyos leves gemidos se acompasaban con el movimiento de sus caderas. Su respiración, profunda y penetrante era lo único que cortaba el silencio de la noche.

La gran mano de su acompañante le había atrapado uno de sus pechos, el izquierdo, mientras que la otra se había apoderado de la humedad que tenía entre las piernas; el hombre se hallaba tumbado bajo ella, con las rodillas de su compañera pegadas a sus flancos y apretando ligeramente. Retiró el dedo índice de la cara interna de sus muslos para introducir dos, lo que supuso una explosiva sorpresa llena de placer para ella. Echó su cuerpo hacia delante y acarició el vello en el torso de él, mientras pasaba la fina punta de su lengua por el lateral de su cuello hasta lamer el lóbulo de su oreja, recreándose en la redondez y suavidad hasta finalizar con un suave mordisco.

Se irguió en todo su esplendor y extrajo la mano que se introducía en su coño para, con la otra, agarrar el erecto miembro con fuerza e introducírselo en la boca, realizando un rítmico movimiento mientras rodeaba la morada cabeza con la saliva que escapaba de su lengua. La sacó hasta llegar a la punta y dio un ligero mordisquito, para volver a lamer. Tras varios bamboleos con el cuello, la sacó de su cavidad bucal y se apresuró a llevar la polla hasta sus chorreantes muslos, para deleite de ambos. Los gemidos se pronunciaron más, y comenzaron a aumentar su intensidad a medida que la velocidad del coito aceleraba.

El grito anunció el clímax, y la mujer cesó sus movimientos para tumbarse sobre el pecho de su compañero. Estaba exhausta, agotada, y jadeaba fuertemente, como un animal que hubiera perseguido a su presa incansable durante eternas distancias hasta, por fin, recrearse en el cansancio sobre el cadáver de su víctima. Arañó suavemente con sus uñas en el pecho sobre el que se apoyaba, mientras escuchaba la fuerte respiración del torso que subía y bajaba, mientras escuchaba el latir del corazón.

- ¿Sabes que tiene un ritmo demasiado irregular? Esos latidos no son normales. – intentaba no hacer demasiado ruido, temerosa de romper el encanto y extasiada por el agotamiento físico – A veces va rápido, y otros va más lento.
- ¿En serio? – pasó la enorme mano por la espesa melena negra corta, y rodeó con un musculoso brazo a su compañera, atrayéndola hacia sí mismo y besándola ligeramente – Será que tengo arritmias. Igual me muero.
- Idiota… - acarició el pezón izquierdo, y lo mordió, haciendo que su compañero de cama diese un respingo.
- Eh, podrías tratarme mejor. ¿Acaso no te apetece que haya una segunda?
- Preferiría que me follases durante mucho más tiempo. Ojalá no tuvieras que irte.
- Seguro que si estamos todos los días dale-que-te-pego tu novio va a acabar pillándonos – acarició el pecho de la chica, y apretó el derecho – Además, mañana van a venir a buscarme pronto, salimos a mediodía para Wutai. ¿No te doy pena? ¿Acaso no merezco una compensación? – puso una sonrisa picaresca, y se sorprendió cuando la mano de la chica le retiró el condón y le introdujo el miembro, todavía mojado, en el empapado coño.
- Anda, calla y córrete dentro, que ya le echaré la culpa a mi novio, Sargento.

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El hollín llenaba los pulmones mientras que las brasas quemaban la piel alrededor de las fosas nasales cada vez que alguien respiraba. Las explosiones cada vez eran más frecuentes y cercanas, y levantaban más trozos de tierra y vegetación. Las criaturas de la jungla avanzaban en una dirección mientras que los humanos lo hacían en la contraria, acercándose al llameante NAPALM y a las minas antipersona. El cielo tenía un tono rojizo, casi granate, cubierto de grandes nubes de espeso humo del mismo color que el carbón que comenzaba a arder, a través del cual apenas conseguía filtrarse una luz amarillenta producto de los últimos rayos de sol de aquella tierra alejada de toda civilización moderna. Una ráfaga de disparos atravesó la selva de forma aleatoria, alcanzando a dos hombres: uno tuvo suerte de ser golpeado en el pecho, en una zona cubierta por el chaleco, al contrario que su compañero, que recibió el cálido beso del proyectil en pleno cuello, regando con sangre la alta maleza.
La unidad había contado con cincuenta hombres en sus mejores tiempos, pero en aquellos momentos el número se había reducido a la quinta parte. Se movían por aquella salvaje tierra con cada vez más dificultad, debido a las numerosas trampas que los habitantes locales habían colocado para defender el pequeño poblado. El suelo se hundió a tres metros de distancia, tragándose a un hombre que fue devorado por afilados dientes de bambú que atravesaron carne y tela con la fuerza de un gigante. La compañía estaba siendo diezmada por el ataque enemigo, y los que no lo hacían bajo las balas o sobre estacas de madera ocultas eran asesinados por fuertes fiebres producto de la malaria.

El cielo se tornó negro de forma que era similar a una gota de tinta que había caído en el agua formando ondas y sinuosas figuras, para poco después quebrarse como si se tratase de fino cristal roto a martillazos. Un ave inmensa, de color dorado y envuelta en nubes eléctricas surcó el cielo en dirección al poblado, lanzando un chillido que se asemejaba a un trueno atravesando el aire en medio de una noche aparentemente tranquila. Un relámpago atravesó como una lanza el cielo, y de pronto una hondonada de rayos cayó en la misma zona, devastando el poblado en una gigantesca explosión. La descomunal ave chilló de nuevo, y se perdió entre las nubes, que retomaron el color ceniciento en un infinito naranja.

- ¿Quién cojones ha usado esa puta materia de invocación? – Gritó el militar con el rango más alto, que iba en cabeza y en esos momentos atendía al hombre que había sido disparado en el pecho - ¡No he dado la puta orden! ¡No he dado ninguna puta orden de ataque!
- ¡Con su permiso, Sargento, pero nos atacaban! ¡Las putas últimas frases del Coronel decían que matásemos a los puto amarillos!
- ¡No me toques los cojones, Torpe! – avanzó hacia él, y le golpeó con la culata del fusil en el estómago, mientras propinaba una fuerte patada a la mano que aún poseía un mortecino brillo carmesí - ¡El puto Coronal está muerto, te puedes meter sus frases por el culo! ¡Te someteré a un consejo de guerra!

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- Sargento Ixidor Bryce, sabe qué hace aquí, ¿verdad? – un hombre corpulento y calvo le miraba con una penetrante mirada.
- Sí, señor.
- ¿Se da cuenta de que sus cargos son demasiado graves, y que al ser reportado a Midgar pasará toda la vida en una prisión militar, si no es condenado a muerte por crímenes de guerra?

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El pequeño de la granja había vuelto a meterse en problemas. Había golpeado a uno de los criadores y lo había atacado con la horca clavando esta en el brazo derecho. Los chocobos se habían agitado ante la visión de la sangre brotando, y habían salido corriendo del establo, agitados. El chico había tenido que responder personalmente ante su abuelo, y ahora se encontraba allí, frente a su madre, cubierto de arañazos y envuelto en polvo, con el pelo revuelto lleno de plumas amarillentas y la parte izquierda de la cara enrojecida y con el labio sangrando.

- ¿Y todo eso te lo ha hecho Saltador? – preguntó su madre mientras le aplicaba un desinfectante barato en la herida del labio partido, cada vez más hinchado, a la vez que le interrogaba sobre el suceso.
- No, eso me lo hizo el abuelo cuando se enteró de que tuve una pelea. Si no hubiera venido corriendo me hubiera seguido pegando. El abuelo me odia.
- ¿Por qué dices eso, hijo? Tu abuelo no te odia. – su madre comenzó a quitarle del pelo plumas, mientras frotaba con un paño húmedo el rostro de su hijo, limpiando la suciedad que se había agarrado en la cara de este.
- Todos lo dicen. Por eso me he pegado. Dicen que soy un bastardo, y que mi padre te violó, mamá. Que por eso el abuelo no me quiere, y tienen razón.
- Hijo… Tienes doce años, creo que ya eres suficientemente mayor para saber la verdad. Yo quería a tu padre, y de hecho quise casarme con él cuando supe lo de mi embarazo. Pero a tu abuelo no le gustaba la idea de casar a su única hija con un pobre mozo de cuadras que doblaba la edad a su hija. Me recuerdas mucho a tu padre, eres su vivo retrato, Ixidor.

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Ixidor despertó. Se había quedado dormido sentado en el tren, y varias veces había pasado ya su parada. No recordaba nada de lo que había soñado, pero sentía que no había sido nada agradable, dejándole una mala sensación además de un humor bastante agrio.

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